sábado, 25 / 10 / 2025
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Parte 1 | Subestimación del otro y sobreestimación propia: Mal del imperio y la oposición extrema (+Clodovaldo)

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Uno de los factores comunes en todos los intentos fallidos de la oposición por arrebatarle el poder al chavismo es el terco empeño en subestimar al adversario y en sobreestimar su propia situación en el combate.

He escrito esta idea numerosas veces y lo mismo han hecho muchos otros comentaristas y analistas, así que me disculpo de antemano por ser poco original, aunque no es tanto mi culpa, sino más bien de los actores políticos —nacionales e internacionales— que repiten incesantemente sus conductas.

La más reciente tentativa de derrocar al gobierno es un crisol en el que se han fundido todas las formas de subestimación del otro y sobrestimación propia que quepa imaginar, dando lugar a una amalgama pesada e inútil.

Es tan compleja esta mescolanza que dividiré la revisión en dos artículos. En esta primera entrega abordaré los temas del liderazgo y la cohesión política. Para el segundo quedarán los aspectos militares, de los sistemas de inteligencia y de las narrativas mediáticas.

Subestimar el liderazgo

Cuando hacen sus cálculos y pronósticos, el poder imperial y sus representantes en Venezuela siempre subestiman al liderazgo chavista. Lo han hecho históricamente y lo siguen haciendo.

En las actuales circunstancias, cuando la pandilla que gobierna Estados Unidos resuelve asumir el plan de una especie de guerra no declarada en el Caribe, sin duda parte de la base de que Nicolás Maduro es un mandatario débil y poco preparado.

Haciendo un ejercicio de imaginación, los estrategas de este capítulo de la teleserie convencen al emperador anaranjado de que apenas suenen unos cañonazos, Maduro, presa de un ataque de nervios, saldrá corriendo a subirse a un avión y marcharse del país, dejándolo a la deriva. Después de eso, ellos entran como si fuera su casa y ponen en Miraflores a quien les dé la perra gana, como se dice coloquialmente.

[Por cierto, ya que estamos elucubrando, digamos que el jefe pregunta: “¿Y a quién vamos a poner?”, y uno de los lugartenientes contesta que a María Corina Machado, ante lo cual, el magnate repregunta: “¿María who?”… Bueno, para el ejercicio nos basamos en lo que dijo Donald Trump recientemente sobre la referida dirigente. Pero, dejémoslo mejor de ese tamaño].

Digamos entonces que la primera subestimación es de tipo moral, referida al “de qué está hecha” la persona a la que atacan. Se convencen a sí mismos de que están enfrentándose a un delincuente y, por lo tanto, vaticinan que se comportará como tal. En esto puede aplicarse aquello de que cada ladrón juzga por su propia condición, pues está claro que las camarillas imperiales se manejan con procedimientos y mañas típicas de las peores organizaciones criminales.

En este empeño de menospreciar, suelen incurrir en contradicciones difíciles de tragar. Por ejemplo, venden la idea de que el presidente Maduro es un mequetrefe sin formación ni luces, pero, al mismo tiempo, lo acusan nada menos que de haber invadido Estados Unidos con contingentes de malandros y dementes, y de dirigir un poderoso cartel del narcotráfico, operaciones para las cuales —¿quién puede dudarlo?— se requeriría de cierto cacumen.

No es nuevo este desprecio por el jefe del Estado venezolano. Cuando, el 8 de diciembre de 2012, el comandante Chávez lo designó como su sucesor y pidió votar por él en unas eventuales elecciones sobrevenidas, muchos se frotaron las manos pensando que sería fácil ganarle o sacarlo del poder al poco rato, pues no calzaba los puntos del gran líder bolivariano y, además, era un bachiller-autobusero.

El obstáculo epistemológico (frase dominguera para referir un prejuicio, una barrera mental) del poder imperial y sus representantes locales les impidió poner en el otro platillo de la balanza los obvios atributos de Maduro, quien venía de ser constituyente, presidente de la Asamblea Nacional, canciller de Hugo Chávez durante seis años y vicepresidente ejecutivo de la República en el trance más turbulento que hasta entonces había tenido el proceso revolucionario: la partida del líder fundamental.

Lo subestimaron, pues, y en eso andan desde aquel borrascoso 2013. Le han tirado a matar (dicho sea tanto en el sentido recto, como en el metafórico) con todo lo que han tenido a mano, y no han podido con él. Pero siguen tratando de convencerse de que es un idiota.

[Un rápido desvío para señalar la inconsistencia de esta actitud opositora: hasta que falleció, el menosprecio iba dirigido a Chávez, con argumentos racistas, clasistas y otros de la misma ralea. Luego de su muerte, para atacar a Maduro y a los otros dirigentes del partido, reconocieron que “Chávez sí era un tremendo líder, no como estos pendejos”. ¿Quién los entiende?].

Sobreestimación de los líderes de la derecha

Toda subestimación del adversario marcha aparejada con una sobreestimación propia. Esto les ha pasado tantas veces, que ya ni siquiera puede considerarse un obstáculo epistemológico, sino una patología psiquiátrica: gente que se cree sus propios relatos de mercadeo político, que son, en tiempos digitales, como el “espejito, espejito” de la bicha mala (sin alusiones personales) del cuento de Blancanieves.

Entre los que se han sobreestimado a sí mismos como líderes hay unos cuantos que ya están en el mentado basurero de la historia, mientras otros agarraron mínimo y ahora, como prueba de madurez personal y política, se mantienen en la lucha, pero entendiendo que no son ni última cerveza del estadio ni tapa del frasco ni pepa del queso.

En los últimos años, la enfermedad mental de la sobreestimación del propio liderazgo tiene nombre y apellido (¡sobre todo apellidos!): María Corina Machado Parisca, que ahora, para echarle más aire al globo, es Premio Nobel de la Paz, aunque sin antorcha, según se supo en las altas cortes noruegas.

La señora es la expresión extrema del fenómeno de subestimación/sobreestimación, pues todos los días jura que el presidente Maduro está enclenque, boqueando, en las últimas; y que ella es una versión venezolana de Cleopatra. Bueno, cada quien con su tema.

Subestimar la unidad y cohesión del chavismo

El segundo aspecto a considerar en esto de la subestimación del otro y la sobreestimación propia es el relativo a la unidad y la cohesión política.

Casi todas las tentativas de derrocar o derrotar primero a Chávez y luego a Maduro han tenido entre sus premisas la idea de que el chavismo está dividido o a punto de caerse a pedazos.

¿Han tenido, en cada caso, razones para esta suposición? Pues no, salvo que se considere que la chismografía llevada a cabo por el ala mediática de la misma oposición sea una fuente seria y, como dice el lugar común periodístico, “digna de todo crédito”.

Claro que ha habido traiciones, deserciones y purgas. ¿En qué partido, movimiento o agrupación humana de cualquier especie no las hay? Muchas de esas rupturas, protagonizadas por individualidades de mayor o menor peso específico, han sido producto de las operaciones de chantaje y compra del poder imperial, o sea, que se les puede considerar como profecías autocumplidas.

En todo caso, la gran ruptura tantas veces anunciada nunca ha ocurrido porque la cohesión entre los dirigentes fundamentales ha resistido toda clase de intrigas, insidias, maniobras y patrañas.

En tiempos de Chávez hubo varios momentos críticos, como el extravío del otro comandante, Francisco Arias Cárdenas, candidato opositor en 2000; o como el quiebre con el maligno y ladino Luis Miquilena, preludio del golpe de Estado de abril de 2002.

En el trance que estamos pasando, no es un secreto que la amenaza de agresión militar y las operaciones psicológicas asociadas a ella tienen como objetivo principal romper la unidad del movimiento revolucionario, sembrando dudas y temores y tratando de que cristalicen las traiciones tantas veces pronosticadas.

Tampoco es ninguna novedad. Lo intentaron mediante la guerra económica, las medidas coercitivas unilaterales, las sanciones personalizadas, el bloqueo y, sobre todo, a través de las ofertas de sobornos y perdones imperiales. Con esas fórmulas solo han logrado conquistar a unos cuantos corruptos de siete suelas a los que han pretendido convertir en testigos-estrella. Pero no dan para tanto.

Sobreestimar la unidad y cohesión del antichavismo

Paralelamente, la misma gente que subestima la unidad chavista, sobreestima la cohesión del antichavismo. De nuevo, lo vienen haciendo desde 1999 y, pese a los reiterados choques con la realidad, tal parece que no aprenden. O no les interesa aprender.

Dejemos los antecedentes para otra ocasión y analicemos lo que está ocurriendo ahora mismo. No es exagerado decir que la unidad opositora está hoy más sobreestimada que nunca antes. No es para extrañarse porque Machado —la líder sobreestimadísima— es el factor interno más destructivo, demoledor y corrosivo de la oposición que hubiera podido soñar el chavismo para tenerlo como su contraparte.

En su afán de estar siempre en el extremo de los extremos, ha ido rompiendo todas las estructuras de coalición que, a duras penas, se habían forjado. Todos los que no sean ella misma o sus más cercanos subalternos, le parecen alacranes o sospechosos de ser chavistas encubiertos. Como es de esperar, el resto de la oposición responde de manera proporcional y recíproca a la malquerencia y la repugnancia de la doña.

Pero si de sobreestimaciones de la propia unidad se trata, esta vez hay que mencionar también a los jefes reales de la oposición: Trump y su pandilla MAGA.

Ese gobierno ha agudizado tanto las divisiones internas que, en apenas nueve meses, ya se habla de guerra civil, separatismos y otros demonios, siempre latentes en un país donde hay más armas que personas capaces de portarlas con alguna conciencia. Hay gigantescas manifestaciones en las principales ciudades y al presidente no se le ocurre una mejor idea que mandar a hacer un video para redes sociales en el que él aparece (con la cabeza coronada) piloteando un avión que bombardea excrementos a las multitudes descontentas.

Queda entonces la pregunta: ¿Ese poder imperial, tan sobreestimado por sí mismo, tiene alguna autoridad política o moral para seguir hostigando a Venezuela?

[En la segunda entrega de este artículo, se abordará el fenómeno de la subestimación/sobrestimación en los campos militar, de los sistemas de inteligencia y de las narrativas mediáticas]

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)


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