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Cierta clase media  y la prensa opositora son muy capaces de hacer cualquier cosa con tal de oponerse al rrrrégimen. En los últimos días han llegado al extremo de volverse picuristas.

 

No me crean a mí, solo revisen los tuits de sus escuálidos favoritos o las “noticias” publicadas por los medios antichavistas y comprobarán que en los días finales de la azarosa vida del ciudadano apodado “el Picure” se habían hecho sus fanáticos,  y ahora, luego de su muerte, son voceros de sus derechos humanos.

 

Resulta paradójico ver a cierta clase media glorificando a un auténtico malandro, pues se trata de gente que tan pronto ven a una persona con rasgos fisonómicos de pobre caminando por sus urbanizaciones, quieren llamar al 911.

 

Hay algo de síndrome de Estocolmo en la actitud de estas personas, pues la clase media es una de las víctimas favoritas de todos los hampones, desde los que actúan por su cuenta hasta los que forman parte de las famosas megabandas. Y es lógico que así sea porque tienen dinero y posesiones qué robarles, pero no andan rodeados de una parafernalia de seguridad, como los ricos de verdad o como los altos funcionarios públicos y las celebridades.

 

En buena medida, esta rara conducta de cierta clase media es -¿cuándo no?- consecuencia de la acción demencial de los medios de comunicación que guían a este sector social.

 

El día que cayó muerto “el Picure”, el periodismo canalla venezolano batió una vez más su propio récord de infamia. Varios medios pusieron a circular el siguiente titular: “La policía asesinó a ‘el Picure’”.

 

Habrá quien diga que se trata de una ligereza, producto de la velocidad endemoniada con la que suele trabajar la prensa. Otros dirán que el uso del verbo asesinar es inobjetable, pues es sinónimo de matar, de quitar la vida… y eso fue lo que ocurrió. Pero no es así. No se trata de un verbo, sino de una manera de ver el mundo y de una perversa intención de manipular.

 

Al decir que fue asesinado, el periodismo canalla lo convierte en víctima, lo iguala con uno de los tantos ciudadanos decentes que han perdido la vida en hechos violentos, incluyendo a los muchos que murieron a manos del propio delincuente. Y al mismo tiempo abona a la estrategia de señalar a los cuerpos de seguridad del Estado como violadores sistemáticos de los derechos humanos. Ese último es el verdadero objetivo de esta exaltación de un hombre que había sembrado el terror en una extensa zona del país.

 

Este tipo de operación periodística es tan ruin como las acciones de la megabanda que dirigía el hombre abatido. Durante largo tiempo los medios opositores se habían dedicado a resaltar las actividades de “el Picure”, llegando prácticamente a la apología del delito. Se regodearon en asegurar que el gobierno era incapaz de pararle el trote. Muchos “analistas” señalaron que la forma desafiante como actuaba este individuo, y el enorme poder de fuego de su organización criminal, era una demostración de que el de Venezuela es un Estado fallido.

 

Luego, cuando fue abatido, tras un prolongado enfrentamiento, saltaron a decir que el señor fue asesinado, que hubo un uso desproporcionado de la fuerza y que el pobre muchacho merecía una oportunidad.

 

Y, para completar la faena, la prensa canalla ha silenciado todas las denuncias que han aflorado sobre las vinculaciones de este y otros delincuentes de gran renombre (como “el Topo”, de Bolívar) con individualidades y grupos de la derecha. ¿Solidaridad de compinches?

 

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(LaIguana.TV)