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En Vila Matilde, una favela situada al este de Sao Paulo (Brasil), la arquitectura, como la economía, es de subsistencia. Cuatro ladrillos y la uralita alimentan los desnutridos sueños de vivienda de sus habitantes, plasmados en casas que nacen viejas. Hasta que el año pasado el despacho Terra e Tuma diseñó una sostenible y de bajo coste para la señora Dalma, una de sus residentes, que se convirtió, contra todo pronóstico, en La Casa del Año 2016 según la web de arquitectura más importante que existe, Archdaily. También ha recibido sendos galardones de la de la Bienal de Venecia y de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo.

 

Pero para Dalma, trabajadora de la limpieza de 70 años, el mejor premio es poder acostarse sin temer que el techo se desprenda y le abra la cabeza. «En 2011 nos llamó un chico contándonos que a su madre se le caía la casa encima, y necesitaba ayuda», explica Danilo Terra, uno de los arquitectos. «Si vendía la propiedad, con el dinero apenas le daría para alquilar un apartamento lejos de los suyos, sin ascensor». Esto, dada su edad, condenaría a Dalma al aislamiento.

 

Los ahorros tampoco daban para financiar un nuevo proyecto en la parcela de apenas 5×25 metros, pero los arquitectos decidieron ayudarles, y convencieron también a una red de colaboradores. «Reformarla era demasiado caro, porque estaba en muy malas condiciones, así que decidimos tirarla y proyectar una casa de bajo coste. Una vez que empezáramos no había marcha atrás, y teníamos que seguir hasta el final», recuerda.

 

Además, tenían que trabajar lo más rápido posible, pues la señora Dalma estaría de alquiler durante el tiempo que durara la construcción. La demolición de la construcción original fue lo más complicado. Llevó cuatro meses y tuvieron que apuntalar las casas contiguas para que no colapsaran cual dominó.

 

Para levantar la nueva construcción, de 95 metros cuadrados, utilizaron bloques de cemento visto. El resultado es un espacio sin paredes, lo que ahorra materiales y revestimiento, facilita la ventilación y reduce el tiempo de construcción. Tras atravesar un pequeño patio que hace las veces de parking, se entra directamente a un pequeño salón comedor, y en el pasillo que conecta con la parte anterior de la casa, donde está la habitación principal, han colocado la cocina. En el centro hay un jardín con plantas que da luz y frescor, y en el segundo piso otra habitación y una azotea con un huerto.

 

El despacho está «feliz de poder demostrar que se puede conseguir algo bello con poco», y cree que debería haber más implicación social de los arquitectos brasileños. Comparte su opinión el español Juan Miguel Tizón, arquitecto fundador de Ripoll Tizón: «A la hora de plantear la relación del edificio con el entorno, tenemos que ofrecer a la sociedad valores. Y está en nuestra mano mejorar una situación con nuestro trabajo».

 

En su discurso hay autocrítica: «Sería deseable que los arquitectos no fuéramos lo que somos, un instrumento del poder, como en estos últimos años locos. El poder en realidad no nos consultaba, y es que allá arriba no había ningún arquitecto. Hay que dar un golpe de timón».

 

El suyo fue un proyecto social en Sa Pobla, Mallorca, que ganó el Premio Arquitectura Plus 2013 y acabó finalista en los premios FAD del mismo año entre muchos otros galardones, varios de los cuales relacionados con sostenibilidad. «Buscamos fomentar que la gente se reuniera, que hubiera espacios donde encontrarse y convivir. Un proyecto que favoreciera el encuentro entre los habitantes, que pudieran interactuar, más que irse cada uno a su casa».

 

Aunque apela a la responsabilidad social del arquitecto, Tizón descarta que este tipo de proyectos se hagan por «buenismo». Son tan ambiciosos como cualquier otro, afirma, o más. «En España hay propuestas sociales que superan a la arquitectura privada. Es mucho más interesante hacer vivienda social que construir para el promotor privado. Hay mucho más espacio para la experimentación. Es un campo muy interesante porque hay un espectro muy amplio de familias a las que llegar», añade.

 

El chileno Alejandro Aravena, también conocido como «El Arquitecto de los Pobres», es un ejemplo de hasta dónde puede llegar este tipo de arquitectura. Su trabajo en barrios humildes le ha valido el premio Pritzker 2016, el Óscar de la arquitectura. Su proyecto más conocido es Quinta Monroy (Iquique, Chile, 2004), viviendas para 100 familias desfavorecidas que, en lugar de plantear como la habitual colmena, realizó en forma de casas unifamiliares, con una característica muy particular.

 

«Había poco dinero, así que, después de hablar con los habitantes, en lugar de hacer las casas más pequeñas construimos la mitad de la casa original, con un diseño que permitiera hacer la otra mitad fácilmente», explica. A estas 100 le siguieron 2.400 más en diferentes proyectos de Chile y Mexico. «Yo no me inspiro en los grandes arquitectos, sino en la sabiduría de las favelas y los barrios marginales». Su filosofía arquitectónica se basa en incluir a la comunidad en el proceso. Las personas, lo primero.

 

(elmundo.es)

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