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Luego de los ataques en la discoteca Pulse en Orlando, Florida, que costaron la vida a 49 personas, el discurso mediático y la comunicación en redes sociales han vuelto a traer a la mesa la pretendida relación entre la religión musulmana y la homofobia que supuestamente es inherente a aquélla. ¿»Supuestamente» por qué? Porque en estas mismas redes aparecen noticias de violentas ejecuciones de homosexuales en países de población musulmana, lapidaciones y linchamientos masivos, etcétera.

 

Por una parte, la palabra «homosexualidad» ni siquiera existía en el tiempo del profeta Mahoma; se trata de un término clínico inventado para patologizar (entender como enfermedad) la práctica de relaciones sexuales con personas del mismo sexo. El siglo XIX también fue cuna de la invención de otra palabra que ha gozado de un incuestionable prestigio: la heterosexualidad. 

 

Sin embargo Mehammed Amadeus Mack, activista por los derechos de la comunidad LGBTQ, no encuentra relación entre la práctica religiosa y el respeto de la identidad afectiva y sexual de los creyentes. Las prácticas se modifican históricamente a través de las identidades de los creyentes, como apunta Daayiee Abdullah, un académico estadounidense que ha relatado cómo, en su caso, la fe y la identidad sexual son un ejercicio de compasión: se convirtió en imán (que no es lo mismo que un sacerdote para el catolicismo, sino simplemente alguien que conoce y sabe dirigir el rezo colectivo) luego de que los imanes de su localidad se negaran a dar los ritos mortuorios a un musulmán homosexual. 

 

Otra arista de la identificación entre homofobia e islamismo viene de las supuestas interpretaciones del Corán. Pero interpretar el Corán, al igual que otros libros sagrados de las religiones monoteístas, suele ser un trabajo de tiempo completo que implica numerosos debates teológicos que finalmente se van modificando al igual que las estructuras históricas de las que tales interpretaciones parten. Mehammed Amadeus cita una investigación histórica de Khaled El-Rouayheb titulada Before Homosexuality in the Arab-Muslim World para referirse a que las categorías de identificación sexual que utilizamos hoy en día no habían sido inventadas pero tampoco eran relevantes para los musulmanes de entonces.

 

Y no lo eran porque las obligaciones dictadas por el Corán pueden incluir tener hijos o casarse, que no es lo mismo que una prohibición explícita de no tener relaciones con personas del mismo sexo. Cuando éstas sucedían (y ocurrieron históricamente) simplemente se consideraban parte de la vida privada de las personas, tal vez porque el mundo anterior a la modernidad no exigía que los sujetos se definieran a sí mismos en configuraciones demasiado definidas. Amadeus afirma que en nuestros días «los viajeros occidentales a países islámicos se han maravillado y escandalizado por la capacidad de los hombres (y mujeres) locales para sostener relaciones con el mismo sexo a la vez que permanecen comprometidos en matrimonios con niños».

 

Hay autores como Muhsin Hendricks, Ludovic-Mohamed Zahed y el mencionado Daayiee Abdullah que han demostrado que el Corán no condena la homosexualidad de manera explícita sino actos concretos que tienen que ver con el pecado, desde la violación, que tiene parangón en los sistemas legales occidentales, hasta pecados que no lo tienen, como violaciones a la hospitalidad o la incapacidad para la reproducción.

 

Pero el Corán no se lee ni se explica a sí mismo sino que la interpretación –fuente legislativa de algunas naciones islámicas– se complementa con los ahadit, compendios de textos atribuidos a Mahoma o sus discípulos; se trata de literatura islámica que algunos prefieren omitir y otros toman al pie de la letra, lo que da origen a numerosas cuestiones teológicas. Amadeus afirma que las condenas más violentas y enérgicas contra la homosexualidad provienen de fuentes «satelitales» al cuerpo de textos del Corán. Para enredarlo todo un poco más la aplicación moral, espiritual e incluso legislativa de los textos sagrados del Islam recae en el concepto de ijtihad, «interpretación», que a lo largo de la historia de la religión ha tomado la forma de una (a)culturación o adaptación a los lugares donde los musulmanes se han asentado y a cuyas costumbres y códigos han estado expuestos.

 

Podemos decir en general que la gente ve cualquier sistema de creencias ajeno al suyo como potencialmente amenazador simplemente porque es diferente. A decir de Amadeus, los musulmanes no son demasiado distintos de los judíos o de los cristianos en lo que se refiere a la interpretación de los textos sagrados: hay pasajes difíciles de entender, aspectos conceptuales que se pierden en la traducción, formas poéticas que han perdido vigencia o que simplemente son incomprensibles para los lectores/escuchas modernos. Por fortuna o desgracia, la «palabra divina» pasa por un proceso muy humano de traducción e interpretación, el cual es falible y puede ser torcido ideológicamente o con fines políticos muy claros. ¿O debemos creer que todos los cristianos son homófobos e incitan al odio sólo porque el «pastor» Roger Jimenez afirmó, después de la masacre de Orlando, que Florida era un poco más segura con 49 pedófilos menos?

 

Porque recordemos que la homofobia no es el único de los prejuicios imputados al Islam. Cuando se colocan los suras o capítulos del Corán fuera de contexto, o con un evidente amarillismo por parte de medios occidentales, se dice también que son inherentemente violentos. Los crímenes concretos de individuos concretos y los actos terroristas de sus dirigencias tienen más que ver con las condiciones particulares e intereses políticos de dichos individuos y organizaciones que con la religión, cuando es la religión y la ignorancia lo que tales organizaciones aprovechan para sus fines políticos. En otros momentos de la historia Occidente ha acusado al Islam de pervertidos sexuales, de permisivos sexualmente, justo lo contrario del prejuicio actual. Las fantasías orientalistas de Occidente (como podemos atestiguar sin sesgo religioso en Las mil y una noches, los Diarios de André Gide o las notas de viaje de Gustave Flaubert, por poner un par de ejemplos) incluyen poligamia, turismo sexual y leyendas sobre la insaciabilidad sexual del Medio Oriente. Esto también es una caricatura –una que, sin embargo, tuvo graves consecuencias después del período colonial.

 

Paradójicamente, las leyes contra la homosexualidad en los países islámicos no fueron promulgadas por gobiernos «fanáticos» ni extremistas sino por los colonizadores británicos o franceses.

 

Omar Mateen, el asesino de la discoteca Pulse, era musulmán y de origen afgano pero, como nos invita a pensar Mehammed Amadeus: nació en Nueva York e idolatraba al Departamento de Policía de Nueva York, era un tipo silencioso que sonreía a menudo, trabajaba para una empresa internacional de seguridad que lo entrenó en el uso de armas, hizo comentarios racistas, abusó de su exesposa quien pensaba que era bipolar, era considerado como mentalmente inestable por sus compañeros de trabajo, tenía problemas de control de ira, era amigo de una drag queen y frecuentaba clubs gay, bebía mucho y usaba esteroides y también era musulmán.

 

Cualquier persona, incluso la más vil y reprobable en la que podamos pensar, es un constructo complejo donde se dan cita muchas tensiones históricas y sociales que escapan a su control. Conocernos (es decir, salir de nuestros propios armarios, o al menos saber que estamos dentro de alguno) es una tarea mucho más fructífera que dañar a los demás, seamos religiosos o no.
 

(pijamasurf.com)