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Cuanto más altos y estridentes son los gritos y gemidos a la hora del sexo, más infiel es quien los está emitiendo.

 

Esto sugiere un estudio que además aclara que ser escandaloso no es un rasgo permanente del engañador, sino que lo pone de manifiesto solo cuando está de turismo en otros catres, porque en el oficial es prácticamente mudo.

 

Estas conclusiones aparecen en el sitio web especializado en parejas IllicitEncounters.com –autor del estudio–, que encuestó a mil infieles y encontró que 6 de cada 10 mujeres y 7 de cada 10 hombres confesaron que el sexo con sus amantes también les estimulaba la garganta, al punto de que con cada orgasmo levantaban el techo a gritos.

 

Las conclusiones y las inferencias son de tal trascendencia que no darlas a conocer sería, en mi caso, una falta mayor.

 

Para empezar se encontró que 8 de cada 10 mujeres infieles manifestaron que son más gritonas que sus compañeros de cama, hallazgo ratificado por 6 de cada 10 hombres que se acostaron con señoras que mantenían a sus maridos a buen resguardo en la casa.

 

Los expertos fueron más allá y no dudaron en sumergirse en las profundidades de este fenómeno hasta encontrarle una explicación, tarea que no fue infructuosa y le dejaron al mundo tres revelaciones que podrían enmarcar las leyes del gemido del infiel en acción.

 

La primera de ellas es que los cachones (hombres y mujeres) gritan porque eso le agrega más diversión al polvo; la segunda es que los ruidosos gemidos del otro les hace sentir más placer y experimentar mejores orgasmos, y la tercera es que las mujeres infieles gritan con la intención de oírse ellas mismas para reafirmar que la están pasando muy bien. ¿Qué tal?

 

Bueno, hasta aquí el tal estudio que –para ser sinceros– no aporta nada y cae de nuevo en la tonta tendencia de encasillar a la gente en gustos y reacciones en materia sexual, dejando de lado la premisa de que la variedad en este campo es tan amplia como el número de personas en un espectro de total normalidad.

 

Lo cierto es que a la hora de un goce genuino, y de una faena amatoria plena, puede haber personas muy fieles que por gusto griten como posesas o infieles más callados que una monja de clausura. Aquí no hay reglas. Punto.

 

El ruido o el silencio, los movimientos o la pasividad, la euforia o el recato son improntas personales que muchas veces se exacerban cuando cada quien se libera de prejuicios; eso se logra sin ningún esfuerzo en la expresión más humana y grata de todas: el sexo.

 

Así que con gemidos o sin ellos, lo que vale es que cada cual la pase bien. Y los que digan lo contrario es mejor que dejen la gritería.

 

(eltiempo.com)