La oposición venezolana aún no dispone de un dirigente político del estilo de Jair Bolsonaro, que lance mensajes de odio sin anestesia. Pero sí tiene –desde hace tiempo- figuras de la farándula digital que hacen exactamente ese papel. Por los momentos no buscan votos, sino likes y followers. En el futuro, quién sabe.

 

Hay ejemplos de sobra. Uno de los más afanosos buscadores de notoriedad digital mediante mensajes de odio es un comediante: José Rafael Guzmán. Recientemente, alguien le comentó en su cuenta de Twitter que alguna vez había votado por Chávez, pero que estaba arrepentido. Él respondió: “Ser chavista es asqueroso, y si fuiste chavista y ahora no eres, algo de asqueroso te queda”.

 

Guzmán ni siquiera toma la previsión de no utilizar la palabra odio para describir lo que siente. La emplea de una manera que en otros países (supuestamente más democráticos que el nuestro) podría considerarse una confesión. También en fecha reciente terció en una discusión sobre la necesidad de la unidad opositora. Dijo: “El único mensaje de unión que pienso apoyar es el de la unión en contra de los chavistas y promoveré el odio hacia ellos siempre”.

 

¿Libertad de expresión o corrección política?

 


El humor ha sido históricamente fronterizo con el insulto, la descalificación y el odio. Los humoristas, caricaturistas y comediantes han caminado siempre por la cornisa. Pero en los últimos años ha ocurrido un fenómeno digno de análisis: las sociedades democráticas, que en teoría avanzaban hacia una libertad de expresión irrestricta, se topan cada vez más con los valores de lo políticamente correcto, que establecen cortapisas a lo que se dice y, sobre todo, a lo que se difunde públicamente.

 

La corrección política se refiere a asuntos étnicos, religiosos, de preferencia sexual y de nacionalidad, entre otros. En el caso de Venezuela, es necesario incluir el tema político, porque los mensajes de odio giran principalmente en torno a este componente. Y no se trata solo de debate político ni de disputas entre los llamados “guerreros del teclado”, pues el año 2017 demostró que todo ese material inflamable puede –literalmente- quemar gente.

 

La experiencia internacional indica que el discurso de desprecio sostenido por medios de comunicación respecto a algún sector de la población puede transformarse dramáticamente en hechos de suma violencia. Emblemático es el caso de Ruanda, donde una poderosa estación radiofónica (Radio Televisión Libre de las Mil Colinas) emitió constantes mensajes de desprecio a la etnia tutsi, a quienes se refería a menudo como “cucarachas que deben ser exterminadas”. Uno de los bastiones de esta radio fueron los programas de sátira y supuesto humor.

 

El Tribunal Internacional para Crímenes de Guerra de Ruanda sentenció a cadenas perpetuas a los directivos de esta emisora y al director de la revista Kangura, que también se mantuvo en la onda de incitación al genocidio.

 

En Europa, tras la experiencia del nazifascismo y de casos más recientes como el de Ruanda, los tribunales se han tornado mucho más severos en la aplicación de sanciones relacionadas con expresión de ideas.

 

En España, el cantautor Javier Krahe fue enjuiciado por la difusión en televisión abierta de una película casera en la que cocinó un Cristo al horno.

 

La monarquía también es un tema sensible en España. Por ello, la revista humorística El Jueves fue sancionada por una caricatura de la pareja real en actividades sexuales.

 

Otro asunto delicado es el del Holocausto. El diario El País ha expulsado de su lista de articulistas a personas que han puesto en duda o intentado hacer humor respecto a lo ocurrido con los judíos en la Segunda Guerra Mundial.

 

Algunas veces, los chistes tienen respuestas violentas de la parte afectada. Así ocurrió con la revista francesa Charlie Hebdo, que sufrió un ataque terrorista con saldo de doce muertos, por haber caricaturizado a Mahoma.

 

Esclavos de la notoriedad digital

 

El odio político es solo una de las expresiones de los “Bolsonaros digitales”. A menudo recurren a otras formas de incorrección, en su afán de llamar la atención y conquistar más seguidores y “me gusta”.

 

En el caso de Guzmán, la experiencia nace en los medios tradicionales y luego se traslada a los digitales. Formado en los programas radiales y televisivos de Luis Chataing y Érika de la Vega, Guzmán formó parte del grupo de locutores del programa Calma pueblo, sancionado por la Comisión Nacional de Telecomunicaciones por haber calificado como gay a un niño de ocho años que intervino en el espacio por vía telefónica y dijo ser admirador del futbolista Cristiano Ronaldo. “¡Ay!, el niño gay que quiere ser como Ronaldo (…) Bueno, a sacarle las cejitas”, dijeron los conductores del espacio. 

 

Conatel aplicó el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y  Medios Electrónicos, que prohíbe la difusión de mensajes que “inciten o promuevan el odio y la intolerancia por razones religiosas, políticas, por diferencia de género, por racismo o xenofobia”. El casos fue de inmediato incluido en las listas de supuestos abusos contra la libertad de expresión por las ONG defensoras de este tipo de derechos.

 

 La articulista Esther Pineda, en el portal Contrapunto, expresó entonces que “el verdadero problema es el mensaje, ese que sigue considerando lo ‘gay’ como un chiste. El problema no es la tendencia política de los animadores, de la emisora o lo parcializado de las medidas emitidas por el órgano de competencia, el problema radica en que los medios de comunicación son sin lugar a dudas uno de los principales agentes de socialización y comentarios de esa naturaleza se constituyen como una licencia para estereotipar, cuestionar y ridiculizar a todo aquel asumido o considerado gay”.

 

Un antecedente ya remoto del uso del humor para la difusión de mensajes que afectan a niñas, niños y adolescentes, fue el caso de un artículo del entonces diario Tal Cual, escrito por el comediante Laureano Márquez, cuyo personaje central fue la hija menor del comandante Hugo Chávez, Rosinés Chávez Rodríguez. El caso ameritó la apertura de un juicio y también fue catalogado como “atentado contra la libertad de prensa” por los adversarios del gobierno.

 

Desnudo en una iglesia en México

 

Guzmán no se conforma con generar turbulencias en Venezuela con sus opiniones abiertamente difusoras del odio. También busca maneras de figurar, desde otros países, en el competido mundo de los youtubers. Recientemente entró a una iglesia de Ciudad de México vistiendo solo una franela y cargando una cruz. Cuando el personal de seguridad acudió a detenerlo, se desnudó por completo.

 

También difundió su vida como indigente en la capital mexicana durante cinco días.

 

Dura pugna entre opositores

 


Guzmán es solo uno de los muchos opositores que pugnan por la notoriedad digital mediante mensajes de humor que solo son entendidos como tales por los factores más radicalizados del espectro político opositor.

 

Entre otras figuras del stand up comedy que pertenecen a la misma camada generacional está Alejandra Otero, hija del editor Miguel Henrique Otero. Recientemente, a ella le tocó probar un poco de la intolerancia que han sembrado cuando hizo una imitación de la dirigente ultraderechista María Corina Machado. Esto fue considerado como una ofensa por numerosos militantes opositores, quienes repudiaron el sketch porque supuestamente favorece al gobierno.

 

Aunque con una edad muy diferente, el historiador Elías Pino Iturrieta experimentó una situación parecida. Él ha sido de los pocos intelectuales opositores que se han atrevido a alertar sobre los inmensos riesgos que representa el triunfo de Bolsonaro en Brasil. De inmediato fue zarandeado por el antichavismo furibundo. Alguien lo acusó de estar sacando de contexto las expresiones del presidente electo del país vecino. Pino Iturrieta rechazó la crítica con otro tuit: “Tengo citas más monstruosas de Bolsonaro, un milico ignaro y fanático, todas en perfecto contexto”.

 

(LaIguana.TV)

https://twitter.com/JoseRGuzman/status/1059114606097035264