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“El pueblo en la calle” es una expresión muy sonora. La dirigencia de la oposición suele pronunciarla en tono de amenaza. Algunos líderes hablan como si la realización de protestas generalizadas dependiera de una orden que ellos decidan dar, como si grandes masas estuvieran esperando instrucciones de la cúpula de la MUD para salir de sus casas a manifestar.

 

El problema de la derecha es que esa expresión (“el pueblo en la calle”), al menos actualmente, no pasa de ser retórica. Si hubiese alguna base real, si la dirigencia opositora tuviera esa proclamada capacidad de movilización popular, es muy posible que los acontecimientos en el plano de la política real fuesen completamente distintos.

 

Se entiende que los dirigentes tiendan a confundirse, pues en este tiempo en Venezuela ocurre un fenómeno inusual, por calificarlo de alguna forma: la militancia antichavista es altamente participativa en lo que respecta a votar, pero no lo es para eso de “ir a la calle”. Sólo una pequeña porción de las bases opositoras está dispuesta a pasar a la acción y, tristemente, casi todos los integrantes de ese segmento pertenecen al ala pirómana de la MUD, al sector que cree en la Salida, en la guarimba, en la violencia.

 

Otra razón por la cual los líderes mudistas siguen invocando constantemente al pueblo en la calle es que en el pasado -ya no tan reciente- la oposición tuvo esa fuerza. Y esa misma dirigencia (porque son los mismos, básicamente), con los poderosos cohetes de una maquinaria mediática que actuaba al unísono, tuvo esa capacidad de hacer que las masas hicieran prácticamente cualquier cosa que se les propusiera: desde marchar hacia Miraflores hasta pasar la  noche de Navidad bailando en una autopista. Muchos de los dirigentes contrarrevolucionarios no han asimilado todavía el hecho de que ya no tienen el poder de convocatoria de antes, a pesar de que, como ya está dicho, la militancia acuda en forma masiva y disciplinada a ejercer su derecho al voto. Siguen invocando ese poder como un boxeador retirado que busca líos en los bares basándose en sus viejas glorias.

 

La parte más inteligente de la dirigencia opositora anda buscando hace tiempo una fórmula que le permita reactivar su fuerza de calle y, con ello, su capacidad para presionar al gobierno, más allá de los berrinches mediáticos y de redes sociales. Una forma de hacerlo es convertir la participación electoral en actos de calle. Esa era una de las ideas del plan que se estaba aplicando en estos días. Si se lograba transformar la triple jornada de recolección de firmas y huellas para el revocatorio (a la que el opositor promedio acudiría seguramente) en una forma de manifestación, se podría generar la sensación de “pueblo en la calle”. Las jugadas políticas de la Revolución han desactivado, al menos por ahora, este montaje.

 

Con la suspensión de la recolección de firmas y huellas quedó, una vez más, demostrado el escaso poder de convocatoria a actos públicos que tiene, en términos reales, la oposición. Si tuviera algo de ese poder,  frente a un hecho tan significativo hubiese habido una reacción inmediata, la gente se hubiese volcado a las calles, incluso de manera espontánea, desde el mismo momento en que se produjo la decisión del Consejo Nacional Electoral. Esto no ocurrió y la cúpula de la MUD apareció en una de sus patéticas ruedas de prensa hablando de acciones que serían precisadas luego, y de una manifestación que se llevará a cabo al sexto día del anuncio del organismo comicial.

 

Ese día, podemos apostarlo, independientemente de qué tanta gente concurra a las protestas, la prensa internacional tratará de mantener en alto la apariencia –muy sonora– de que el “pueblo está la calle”.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])