Una de las conclusiones preliminares que puede sacarse de estos primeros doce días de 2019 es que el famoso golpe suave tiene que ser, en algún momento, un golpe fuerte. O no es golpe.

 

Para que una «toma del palacio» sea real debe tener por detrás al menos uno de estos poderes fácticos: las masas alzadas, un grupo de militares con mando sobre tropas y equipos bélicos o una fuerza invasora.

 

La escena del  presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, clamando por unos militares que lo pongan en Miraflores es tan ilustrativa. Mucho manual de Sharp, mucho Twitter, mucho Grupo de Lima, mucho Almagro (cada vez mas desmelenado), mucho cabildo abierto, pero lo que realmente necesitan -o tal vez sea mejor decir que añoran- es un gorila. 

 

Ese gorila puede ser alguien que esté agazapado en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana o un ejército extranjero, aunque esto último -es justo aclararlo- no lo ha dicho abiertamente el diputado de Voluntad Popular.

 

El punto es que a la oposición la agarró la fecha del 10 de enero sin masas alzadas y sin ningún Pinochet a la vista, pero con una montaña de expectativas creadas a punta de declaraciones de gobiernos enemigos de la Revolución venezolana y de líderes y comentaristas de todo pelaje, en su mayoría actuando desde el exterior del país.

 

Sobre las masas

 

La antirrevolución tendría oportunidad de asumir el poder si se hubiese consolidado como un movimiento de masas a lo largo de estos 20 años de enfrentamiento con los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Pero no lo ha hecho. Por el contrario, en los momentos de mayor aglutinación de fuerzas han cometido errores estratégicos, casi todos producto del inmediatismo y de la subestimación del adversario. 

 

¿Ejemplos? En 2002 hasta lograron derrocar a Chávez, pero no tardaron dos días en echar todo por la borda; en 2015 ganaron la batalla de las elecciones parlamentarias, se dedicaron a actuar como quien ya ganó la guerra, y en cuestión de seis meses ya habían decepcionado a la mitad de sus seguidores.

 

Sin embargo, las pifias que han llevado a la oposición a tener actualmente una mínima capacidad de convocatoria de su militancia son las cometidas a partir de 2017. Primero insistieron en la violencia foquista que ya habían intentado en 2004, 2013 y 2014, pero peor. Convirtieron las zonas de clase media en un infierno gobernado por chicos malos de las mismas urbanizaciones o por malandros importados de barrios vecinos.

 

Convencidos de que iban a derrocar a Maduro a punta de guarimbas, se negaron a aceptar el reto de medirse en las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente. Pero este cuerpo deliberante logró pacificar al país incluso desde antes de instalarse. Desde entonces, ha habido cuatro jornadas electorales, de las cuales la alianza opositora aceptó participar en la primera y se ha negado en las otras tres, aunque con una buena cantidad de excepciones y disidencias. Una conducción tan errática ha tenido el efecto de desintegrar a las bases antichavistas y dividir a la Mesa de la Unidad Democrática.

 

Más allá de lo que le han hecho a su propia militancia, la gran falla de la oposición en materia de masas es su ramplón desprecio por el pueblo chavista, algo que durante el período guarimbero tomó un cariz ya netamente criminal. Cuando los voceros de la oposición (incluidos los del partido de los obispos) dicen que «nadie» participó en las elecciones de la ANC y las presidenciales de mayo, demuestran lo que piensan de unos cuantos millones de compatriotas: que no existen.

 

¿Cómo se puede apelar ahora a unas masas a las que se le niega incluso la condición de ciudadanos? Es una pregunta que, al parecer, esta gente no se hace nunca.

 

Amor y odio a los militares

 

Lo que le ha ocurrido a la oposición con las masas civiles también le ha pasado con la oficialidad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Los líderes de la derecha llevan dos décadas denigrando de ellos, burlándose de los roles que han desempeñado en la llamada unión cívico-militar o haciéndoles desplantes machistas como arrojarles gallinas o enviarles sobres con pantaletas, como si la femineidad fuese sinónimo de cobardía.

 

En el fatídico 2017 no solo los agredieron verbal y simbólicamente, sino que enviaron a jóvenes y adolescentes a tumbar cercas perimetrales de guarniciones o a dispararles con bazucas caseras o con puputovs, para luego acusarlos de las peores violaciones de los derechos humanos de manifestantes pacíficos y respetuosos de las reglas.

 

Esa estrategia siguió en marcha en 2018, y alcanzó un punto crucial el 4 de agosto, pues el magnicidio fallido no hubiese cobrado las vidas solo del jefe del Estado, Nicolás Maduro y de buena parte del gobierno civil, sino también las de toda la cúpula militar del país. Ese atentado no puede atribuirse a toda la oposición, pero lo cierto es que ninguno de los líderes importantes de esta tendencia política se atrevió a marcar distancia deplorando lo que bien pudo ser una masacre de los altos mandos. 

 

Todas esas actitudes, acciones y omisiones tienen un peso a la hora en que cualquier personaje opositor pretende darle a la tecla de reset y pedirles ayuda para asumir el poder a esos mismos militares difamados, injuriados, embarrados con excrementos, convertidos en blanco de un atentado. 

 

Para completar el cuadro adverso frente al mundo militar, la entente internacional que apoya a la oposición interna incurrió en un grave error: acusar a la Fuerza Armada venezolana de violar los derechos territoriales de Guyana. Pero si grave fue ese exceso de parte del llamado Grupo de Lima, mucho más grave fue que la AN opositora haya respaldado el documento en el que se hace tan temeraria afirmación. 

 

Solo queda el factor extranjero

 

Así, pues, la oposición ha llegado al final del manual de Gene Sharp y se ha encontrado con el que siempre será el epílogo del golpe suave: un golpe propiamente dicho.  Como es evidente que no tienen las masas activadas ni el apoyo en los cuarteles, solo queda el factor de una posible invasión extranjera.

 

No por casualidad, Juan Guaidó le dio expresamente las gracias al Departamento de Estado por favores recibidos y tampoco lo es que el Departamento de Estado ya haya comenzado a tratarlo como si fuera presidente de la República, aunque en materia de tomas de palacio, el presidente de la AN no ha pasado de las inmediaciones del Tolón. Ojalá que no, pero tal vez por ahí vengan los tiros, dicho sea literalmente.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)