La sociedad venezolana sigue estando muy politizada, a pesar de que la mayoría de las personas ha tenido que replegarse a las labores de la supervivencia, considera el sociólogo Reinaldo Iturriza, ex ministro del Poder Popular para las Comunas y para la Cultura.

 

A su juicio, la polarización política que caracteriza a Venezuela no es un defecto sino un atributo de la sociedad, pues habla de una democracia fuerte que se debate entre dos proyectos históricos. Estima que el chavismo sigue siendo el principal factor, mientras la clase política opositora está en bancarrota, controlada por los elementos más extremos.

 

Iturriza conversó con LaIguana.TV acerca de estos temas y también sobre la situación actual de la cultura revolucionaria y de las comunas.

 

A continuación, una versión del diálogo que sostuvo con el periodista Clodovaldo Hernández:

 

-¿Cuál es la correlación verdadera de fuerzas políticas en Venezuela, la verdadera, no la internacional ni la de redes sociales? ¿Cómo está en el pueblo repartido entre el chavismo y el antichavismo?

 

-La inmensa mayoría de la gente está intentando resolver el día a día económico. Como consecuencia de eso ha habido un repliegue importante en la política. No es un fenómeno nuevo, ya tiene bastante tiempo. Sin embargo, no creo que sea cierto que la sociedad se ha despolitizado. Esta sigue siendo una sociedad muy politizada y polarizada, dicho en el buen sentido, porque mi hipótesis siempre ha sido que la polarización es una extraordinaria ganancia para cualquier sociedad si es entendida como dos proyectos históricos que se enfrentan democráticamente, y más si es en una democracia vigorosa, de alta intensidad, participativa. La nuestra es una sociedad politizada, pero lastimosamente replegada del espacio público, un fenómeno que debemos lamentar. También es evidente que hay un malestar respecto al desempeño de la clase política en general, toda, no solo del gobierno. Existe la percepción de que la clase política no está haciendo lo suficiente para resolver los problemas ni para entenderse. Sea o no equivocada esa percepción, me parece que hay bastante consenso alrededor de eso. En ese cuadro, el chavismo sigue siendo la principal fuerza orgánica del país. No me refiero a una encuesta, sino hablo de fuerza orgánica, de un sujeto político que está vivo, que propone cosas, que está haciendo cosas en la calle, es clarísimo que el chavismo es la principal fuerza. Irónicamente todo lo que estamos viendo desde enero, este protagonismo del gobierno estadounidense tiene que ver con el hecho de que este es el peor momento de la clase política antichavista, con una clase política chavista también bastante golpeada, resistiendo los efectos de la situación económica. Me parece evidente que no son los mejores años de la Revolución bolivariana, pero si estamos aquí es porque ese sujeto político (el chavismo) existe todavía y está bastante movilizado.

 

-El chavismo cierra filas cuando se enfrenta a grandes amenazas. Eso es positivo, por un lado, pero por otro parece que ese cierre de filas aplaza los debates internos. ¿Estás de acuerdo con este enfoque?

 

-Creo que en general, no solo en este tipo de situaciones, hay siempre un intento de aplazar el debate, correr la arruga, plantear que hay discusiones que no deben hacerse, que “no es el momento, camarada”… Yo lo que creo, al contrario, es que los debates se dan, independientemente de la voluntad de quienes no quieren que se den. Este momento, ciertamente, es de unidad de los patriotas, incluyendo acá chavistas y antichavistas. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de la sociedad venezolana no quiere que los problemas se resuelvan por la vía de la violencia, por la vía armada. Creo que la mayoría del antichavismo no está de acuerdo con la violencia “facha”, guarimbera. Era mi percepción cuando estaba en el gobierno, en 2014 y también lo era en 2017.

 

-Pareciera que el sector moderado de la oposición se repliega a esperar a ver qué pasa, se suman discretamente o se hacen los locos que es una forma también de respaldar…

 

-Sí, el juego a dos bandas es permanente en el antichavismo. Es algo que produce mucha molestia: ver cómo ceden al chantaje de los más violentos. Ahorita es Voluntad Popular el que está apoderado y no cree en nadie. Bueno, actúa como actuaría cualquier grupo político que tuviera el respaldo grosero y brutal del gobierno de los Estados Unidos, que está dirigido por una banda, por unos personajes que son criminales de guerra. El respaldo de esos tipos, que están haciendo el bullying político contra Venezuela, porque no es solo contra Nicolás Maduro, induce a una manera de actuar que se corresponde mucho con la manera de hacer política de una gente como la de Voluntad Popular, que está a la derecha de la derecha. Esa es una de las tragedias de este momento político. Tampoco me parece casual que en una situación de crisis tan intensa de la clase política antichavista, el liderazgo lo asuma, nada más y nada menos que VP. Alguien podría decir que hubo azar, porque es fruto de una planificación que se hizo hace mucho tiempo, y este año le tocaba a ese partido la presidencia de la Asamblea Nacional, pero es algo que va más allá: la dimensión política de todo lo que está sucediendo la están asumiendo ellos. Hay un malestar interno bastante grande porque este señor (Juan Guaidó) invocó un artículo constitucional según el cual una de sus acciones debió ser convocar elecciones. Una parte de la oposición le reclama, con toda razón, que lo haga. Hay fuertes tensiones a lo interno de la oposición, pero como el que manda es EEUU, este sector moderado, que muchas veces ha actuado de manera oportunista y cobarde, no dice nada públicamente.

 

-Como estudioso de la historia, ¿dirías que la actual dirigencia de la derecha es la más entreguista de todos los tiempos?

 

-Creo que sí, con toda franqueza, aunque es muy fácil responder que sí a esa pregunta, la tentación es demasiado grande. Pero en Venezuela hay una muy larga tradición de entreguismo, desde Páez hasta acá. Uno quisiera que la actual oposición se pareciera un poquito a la que tuvo Cipriano Castro, a principios del siglo XX, cuando fuerzas extranjeras bloquearon nuestras costas y los opositores pidieron armas para defender la República. En nuestro tiempo, la clase política antichavista, con las siempre honrosas excepciones, ha asumido casi en pleno una actitud de cipayismo descarado. Algunos personajes actúan incluso como procónsules. Más incluso que Guaidó, que es un muñeco de ventrílocuo del gobierno estadounidense, aunque eso no lo exime de responsabilidad, tenemos el caso de Julio Borges. No creo que haya una figura tan cipaya y tan entregada a los dictámenes de una potencia extranjera como Borges, y lo digo más allá de la animadversión personal. Hay otros, como (David) Smolansky y el propio Guaidó, que fueron formados para eso, para las revoluciones de colores y ese tipo de cosas, que ahora han asumido el protagonismo ante la bancarrota de la clase política tradicional. Ellos tienen el apoyo de EEUU y están gozosamente entregados a sus designios.

 

-El proceso revolucionario ya tiene 20 años, pero vemos como siguen predominando los valores de la industria cultural estadounidense, del capitalismo hegemónico. Como exministro de cultura y como sociólogo, ¿se puede decir que hemos fracasado culturalmente?

 

-No, no lo creo, en serio. Es algo sobre lo que he trabajado. Acabo de terminar un pequeño libro, La política de los comunes, en el que en parte me detengo a estudiar eso. Hubo un cúmulo de condiciones históricas que hicieron posible que emergiera el chavismo en la década de los 90. Para mí es la década virtuosa de la política venezolana. Hay que entenderla porque fue en esas condiciones históricas que se fraguó el chavismo. No pretendo hacer una analogía con lo ocurrido en China, pero creo que de alguna manera allí se produjo una revolución cultural, al menos de la cultura política. No quiero ser altisonante, pero en ese tiempo sucedieron cosas. Comenzó a gestarse una nueva manera de entender la política. Una vez que nos tocó defender la Revolución en sus primeros años, entre 2000 y 2002, la transformación de la cultura política fue muy importante. Se consolidó o cobró nuevo vigor con las victorias de los primeros años ese proceso que venía de los 90. Creo que hay una cultura chavista, un imaginario del chavismo, una sociabilidad chavista. Venezuela fue como un gran paréntesis en la historia mundial. En el mundo estaba pasando un montón de cosas y nosotros íbamos a contracorriente. Eso ocurrió porque estaba Chávez, pero también culturalmente. Se ganó mucho terreno frente a la mercantilización de la sociabilidad, frente a los valores del neoliberalismo que predominan en el mundo. Ahora nosotros estamos, trágicamente, reincorporándonos a la normalidad de la manera como se hacen las cosas en el mundo. Estamos como despertando de ese experimento extraordinario que sigue siendo la Revolución bolivariana, pero que en los últimos años se ha producido lo que yo llamo, siguiendo a un autor, David Harvey, una neoliberalización de la sociedad. Eso no quiere decir que “el gobierno de Maduro traicionó a Chávez, que Nicolás claudicó programáticamente o que el gobierno ahora es neoliberal”, como afirman algunos, sino que se ha producido un conjunto de circunstancias, entre ellas una rebelión de los poderes fácticos, que nos han impuesto literalmente un estado de excepción en el que no se respetan normas ni controles en relación a la economía. Nosotros, el chavismo, estamos permanentemente rumiando nuestro descontento respecto a la incapacidad del gobierno para ejercer controles y su autoridad democrática, pero lo que ocurre es que quienes controlan en realidad la economía están rebelados. Eso que llamamos guerra económica, que tanto nos cuesta explicar a veces, tiene que ver con esa rebelión de los poderes fácticos. Eso tiene una profunda implicación en el plano cultural: comenzamos a desandar el camino de todo lo que habíamos logrado construir. Vemos cómo empiezan a predominar características que creíamos superadas, como el sálvese quien pueda, el egoísmo, la cosa de la trampa y el bachaqueo. No cabe hablar de un fracaso. Creo que la Revolución fue posible porque hubo unas muy importantes transformaciones culturales que son las que nos han permitido llegar hasta donde hemos llegado. Lo que hay es un proceso de desgaste muy importante y una remercantilización de las relaciones humanas.

 

-Esta vez en tu condición de ex ministro de Comunas y como participante de una de estas experiencias (El Maizal), ¿dirías que la visión de “comuna o nada” está avanzando o estas circunstancias también la han frenado o hecho retroceder?

 

-Creo que en el lugar donde yo siembro, los compañeros y las compañeras están tratando de resguardar a la población de toda esa arremetida que apunta a la neoliberalización. Pero es una arremetida muy brutal, cuyos efectos, entre otros, ha sido un retroceso en términos de construcción de espacios comunales. Hay un debilitamiento que tiene también con ese repliegue de la política del que hablaba al principio. Hay lugares donde se ha frenado el proceso. El caso de El Maizal va a contramano: la comuna ha ido a ocupar territorios, predios abandonados, a veces incluso contraviniendo las directrices de los poderes locales y regionales. Hay que decir, en justicia, que cada vez que nos hemos metido en un problema de esa naturaleza, y han aflorado esas contradicciones, a veces de manera muy violenta, el presidente de la República ha actuado a favor de la comuna. Creo que los territorios comunales no están exentos del repliegue, pero allí están, tienen mucho potencial. Donde hubo fuego, cenizas quedan y lo que hay es que echarle un poquito de aire para que renazca.

 

-Tú llegaste al escenario principal de la política luego de escribir un artículo autocrítico acerca del resultado de las elecciones parlamentarias de 2010, cuando empezó a perfilarse el crecimiento electoral de la derecha. Luego tuviste una pasantía por el gobierno. Ahora hay varios exministros que dicen ser el chavismo crítico. ¿Eso existe?

 

-No lo creo. Es una gran impostura. Es una redundancia hablar de chavismo crítico porque el chavismo, por definición, es crítico. Uno puede asumir que hay un chavismo oficialista, que se acomodó en el poder y que es refractario a la crítica, lo que ha ocurrido desde el principio, pero el chavismo como sujeto político ha sido crítico siempre. Además, es una impostura total que en nombre de la crítica, uno vaya a alinearse con los peores intereses antinacionales, avale un golpe de Estado, aunque retóricamente diga que no, y se reúna con Guaidó, a pesar de que diga que lo hizo como presidente de la AN y no como presidente encargado. Tal vez es fácil decir esto, pero creo que Chávez no estaría de acuerdo. Me parece que es inaceptable prestarse en nombre de la crítica para defender intereses que no son los intereses populares.

 

(Clodovaldo Hernández/ LaIguana.TV)