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«A tenor de lo que dicen los informes, el presidente Trump está planeando trasladar la Embajada de EE.UU. en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén. Esto seguramente será el catalizador de la explosión de una Tercera Intifada», vaticina el columnista John Wight en RT.

 

Wight apunta que aunque multitud de periodistas y expertos occidentales «se superaron a sí mismos» al afirmar que la elección de Trump fue celebrada por Moscú como si hubiera ganado algo con su presidencia, el líder mundial con «más motivos para darle la bienvenida» es el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.

 

Trump, ¿apoyo incondicional a Israel?

«Aislado en la escena internacional por la intransigencia de su Gobierno en relación a los derechos humanos, civiles y nacionales de los palestinos y con una relación terrible con Obama, Trump ha llegado a Washington proclamando un apoyo casi incondicional al actual líder y Gobierno de Israel», añade el columnista, que recuerda que Trump «no ha ocultado su oposición al acuerdo nuclear iraní», en la misma línea que Netanyahu.

 

Según el autor del artículo, los estados de Oriente Medio más reponsables de la situación de inestabilidad y conflicto en la región en la historia reciente son Israel y Arabia Saudita. El analista sostiene que estos países «existen sobre una base sectaria», tienen «agendas hegemónicas regionales» y ven a Irán «como el mayor obstáculo a la hora de lograr estos planes».

 

La justicia para los palestinos no es negociable

Wight cree que «es difícil» saber si Trump y su equipo son conscientes de las consecuencias que traería convertirse en el único país que establece su embajada en Jerusalén «o si las saben pero no le importan». Augura que la consecuencia que tendría ese movimiento sería «una unión de los palestinos en resistencia contra el Gobierno de Netanyahu como no se han unido desde la Primera Intifada de 1987-1993».

 

«Su Administración debe entender que la justicia para el pueblo palestino no es un extra opcional. La justicia para los palestinos es una condición no negociable para la paz y la estabilidad», concluye.

 

Bajo el derecho internacional, Jerusalén no es ni ha sido nunca parte de Israel. Su estatus, acordado bajo el Plan de Partición de la ONU de 1947, es de «ciudad internacional» separada. En 1948, en el marco de lo que Israel llama guerra de independencia y los palestinos ‘Nakba’ (la catástrofe), la ciudad se dividió entre la parte oeste controlada por Israel y la parte oriental bajo mandato de Jordania.

 

Esta situación se mantuvo hasta la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando los israelíes tomaron el control de toda la ciudad, sin sanciones internacionales ni por parte de la ONU. Desde entonces, los palestinos consideran Jerusalén Este como la capital su futuro estado palestino, a pesar de que los israelíes hayan ido paulatinamente destruyendo casas palestinas y construyendo asentamientos en esta parte de la ciudad.

 

(RT)

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