La sinceridad es un valor positivo, en general, pero a veces no es tal, sino prepotencia de quien se sabe en una posición de dominio. Si un asaltante te dice «esto es un atraco, dame todo lo que tengas o te mato» está siendo sincero. Pero, ¿es una sinceridad digna de elogio?

Estados Unidos siempre ha impuesto su hegemonía a punta de pistola, y como todo el mundo sabe que tiene las armas más destructivas y el ejército más criminal, la mayoría no tiene más alternativa que dejarse atracar, violar y humillar sin ofrecer ninguna resistencia.

La sinceridad es una virtud cuando va asociada a valentía o a justicia. Por ejemplo, si un trabajador le dice lo que piensa a su empleador, corriendo el riesgo de que lo despidan, esa es una sinceridad valiente. Si un entrenador deportivo tiene a su hijo en el equipo, pero decide dejarlo en el banco y le dice: «Hoy voy a poner a Rubén porque se ha esforzado más que tú», esa es una sinceridad con sentido de justicia.

Pero, cuando un bellaco como William Brownfield, con su sonrisa de muñeco Chucky, dice que la estrategia de EEUU es estrangular a Pdvsa hasta que el pueblo reviente de sufrimiento; o cuando admite que una de las armas del arsenal imperial es el cibersabotaje, no se trata de un acto plausible de sinceridad, sino del desparpajo típico de un gángster.

¿Y qué decir de la «sinceridad»  del impresentable secretario de Estado,  Mike Pompeo, cuando afirma que en la Agencia Central de Inteligencia, de donde él procede, se especializan en mentir, engañar y robar? ¿Es acaso esa una sinceridad como para celebrarla con risas, tal como lo hicieron quienes lo escuchaban y muchos de los que se enteraron de sus confesiones a través de los medios y las redes sociales? En un mundo regido por valores la respuesta es no. Pero en nuestro mundo de antivalores, ya vemos lo que pasa.

Abrams prefiere mentir

Algunos de los voceros estadounidenses enfilados contra Venezuela no se han sumado del todo a la onda de sinceridad malandra. Por el contrario, se empeñan en hacerse pasar por corderitos, cuando todo el mundo sabe que tienen un prontuario que cubre varias décadas, numerosos países y una catajarra de muertos, desaparecidos y torturados. 

Tal es el caso del genocida en serie Elliott Abrams, a quien le ha dado ahora por hacer promesas electorales acerca de cómo será de maravilloso este país cuando esté de presidente el personaje que EEUU considere más apropiado. 

Mientras los otros se pasan de sinceros, este personaje de thriller se excede en falsedad, cuando dice que el propósito de Washington es rescatar el legado del comandante Chávez y por ello esperan tener el apoyo del pueblo bolivariano.

Resulta difícil  decidir qué es peor  entre la desfachatez de Brownfield y Pompeo y la descarada hipocresía de Abrams. Digamos que son expresiones de la misma nefasta pandilla de Donald Trump, que a su vez es parte de la élite política de un país que, como bien lo dijo Simón Bolívar hace tantos años, parece destinado por la providencia a plagar a la América de miseria, en nombre de la libertad.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)