Hoy me voy a permitir una licencia periodística: hablaré en primera persona acerca de una entrevista que le hice en 2011 al entonces (y todavía) secretario general de Acción Democrática, Henry Ramos Allup, para el diario Ciudad Ccs.

 

Viene a cuento porque en esa oportunidad, el habilidoso dirigente explicó por qué él es uno de los pocos antichavistas célebres que no aparece en los videos, las fotos ni los documentos firmados durante el Carmonazo.

 

Sus argumentos para estar ausente me parecieron (desde el momento en que estaba expresándolos, allí, en su oficina del CEN en La Florida) un producto muy acabado de su veteranía política, la sapiencia de un zorro viejo. Así que podrán imaginarse mi sorpresa cuando lo vi encaramado en el puente del distribuidor Altamira, en medio de temibles ametralladoras (y de un racimo de plátano verde) dándole apoyo al intento de golpe del 30 de abril. No podía tratarse del mismo sujeto, pensé. Debía ser un fake man, versión en carne y hueso de una fake new.

 

Veamos. En la entrevista, Ramos Allup contó cómo el día 12 de abril de 2002, mientras se terminaban los preparativos para la autojuramentación de Carmona (pionero indiscutible de las entronizaciones tipo selfie), lo llamaron de Miraflores para que se presentara. Y no lo llamó cualquier asistente, sino  uno de los jefes espirituales del golpe, el cardenal Ignacio Velasco. “Le dije: ‘Yo no quiero ir ni los que están allá quieren que yo vaya’. Me preguntó si quería hablar con Carmona y respondí: ‘Yo no hablo con ese pendejo’. Pasó lo que iba a pasar, aquello era insostenible”. Esas fueron las palabras de mi entrevistado.

 

¡Ajá! Ahora avancemos en la línea de tiempo 17 años respecto a los sucesos de 2002 y ocho años con referencia a la entrevista y tratemos de explicarnos por qué esta vez Ramos Allup ni siquiera esperó a que Guaidó (¿o López?) estuviera instalado en Miraflores, sino que se fue hasta el fallido campo de batalla a darle un espaldarazo. ¿Cómo se explica que el mismo dirigente que llamó “ese pendejo” a Carmona haya ido a ponerse a la orden de este otro par de seres humanos que entran en la categoría de lo que el mismo Ramos Allup llamó “lechuguinos y petimetres”? ¿Cómo se entiende que el mismo avezado político que sabía que el gobierno de Carmona era insostenible, haya aparecido en una escena como la de La Carlota (lado de afuera)?

 

Nos podemos decantar por explicaciones fáciles y decir que Ramos Allup empieza a experimentar los estragos de “la edad provecta”, como diría un poeta cursi. Entonces uno se lo imagina alistándose para salir  aquella mañana olorosa a derecha demasiado rancia, y a lady Diana y los príncipes herederos tratando de convencerlo de que ya no está para esos trotes. Entonces él, con la terquedad de los ancianos exclama: “¡No me agarren que voy que quemo!”. Es una escena divertida, pero demasiado rara, incluso para la rarísima oposición venezolana.

 

La cosa se pone más extraña si se considera que en aquella misma entrevista, Ramos Allup había demostrado su estructural desconfianza en la variante militarista opositora. “Después (del episodio de abril de 2002) llegó la plaza Altamira, el mejor argumento de Chávez para venderse como un gran demócrata. Significaba salir de un militar que tiene votos para entregarle el poder a unos militares que no los tienen”, dijo el líder socialdemócrata, que ese día estaba por la goma.

 

Entonces, extrapolemos de nuevo: si aquel batallón de generales, almirantes y coroneles alzados junto a obelisco de sifrinolandia eran “unos militares sin votos”, ¿se puede saber, Henry, cómo catalogar a los oficiales universitario y oficiales técnicos que estaban en la autopista con sus ametralladoras, sus ristras de balas y sus cambures?

 

De hecho, muchos tiempo después de la entrevista, hasta épocas muy recientes, he escuchado a Ramos Allup repetir con machacona insistencia (esta palabra, machacona, dicho sea de paso, le queda muy bien al secretario general) que son tontos los dirigentes políticos que creen que unos militarotes ahí van a dar un golpe y, en lugar de quedarse con el poder, se lo van a ceder a los civiles. Pero, por alguna razón, parece que ha ido cambiado de opinión y esta vez sí creyó que eso podría pasar. Tal vez porque los civiles son los niños consentidos de Trump y su pandilla.

 

Mi politóloga de cabecera, Prodigio Pérez, apunta en ese sentido. Dice que el factor causante de este viraje no es la demencia senil, pues Ramos Allup tendrá otros padecimientos, pero en el plano mental está igual que cuando tenía 40, 50 o 60 (no sé si eso significa que esté sano). La causa es la misma que explica tantos otros comportamientos de los factores más diversos del espectro opositor, desde los petimetres hasta los zorros viejos: los dictámenes de los dueños del circo imperial.

 

“Por las buenas o por las malas, por conveniencia o por chantaje, con balas o con cambures, los gringos saben cómo presionar a cada uno de los personajes de sus tragicomedias para que hagan incluso cosas que parezcan contradictorias con respecto a ellos mismos –dice Prodigio-. Y te aseguro que si lo llamaron de parte de Pompeo o de Bolton para que se presentara en Altamira, Ramos Allup ni de broma se atrevió a rechazar la llamada diciendo que él no habla con pendejos”.

 

 (Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)