clodovaldo191014b.jpg

Líderes con escoltas, pero sin seguridad.- El caso Serra pone al descubierto una de las grandes vulnerabilidades de la Revolución: la seguridad de sus dirigentes no siempre está garantizada, aunque les sobren los escoltas. Los líderes más prominentes, especialmente los que han sido objeto de amenazas, tienen personal de custodia, pero, ¿quién los protege de los supuestos protectores?
El panorama es escalofriante. Un funcionario o una figura del proceso revolucionario pone su vida en manos de otro y ese otro “lo vende” a los enemigos más despiadados. ¿Cómo no desconfiar hasta de la sombra, cómo no tornarse paranoico?
Una revisión somera de este asunto ratifica esos miedos y da más razones para recelar. La mayoría de los escoltas son muchachos muy jóvenes (el que era “jefe de escoltas” de Serra, por ejemplo, tiene 21 años), carentes de formación política, habitantes de zonas dominadas por la violencia criminal, en fin, excelentes candidatos para ser cooptados por los peores intereses de la antisociedad.
Observemos el aspecto de la formación. Idealmente, quienes cuidan a los dirigentes revolucionarios deberían tener educación política, muchas horas de reflexión y formación de conciencia, además de las destrezas y los conocimientos necesarios para este oficio. Después de todo, no son guardaespaldas de cantantes de merengue, deportistas o empresarios billetudos. Las personalidades que tienen bajo su responsabilidad son piezas del ajedrez político y su seguridad solo estaría garantizada si los agentes encargados de la protección tuviesen una adecuada comprensión de esa esencia política, una identificación clara con sus principios doctrinarios.
Más allá de esa deficiencia en la formación ideológica, el problema tiene también sus raíces sociales. La mayoría de los escoltas viven en entornos sociales sometidos por el hampa. De hecho, muchos de ellos optaron por ese oficio porque es una forma rápida de ascender (o al menos de ganarse el respeto) en la compleja pirámide del poder local del barrio, en la que dominan los azotes, los jíbaros y los policías. Con frecuencia, algunos de ellos pagan con su vida las consecuencias de esa búsqueda de estatus, en episodios de ajuste de cuentas o de robo de armas y motos de alta potencia.
Jóvenes, casi sin formación política y en ambientes dominados por los antivalores, los escoltas son eslabones débiles sobre los que en algún momento caen las tentaciones más oscuras del hampa común u organizada, la conspiración política y el paramilitarismo. No es insólito que unos cuantos terminen engarzados en esos submundos. Cada vez que uno de estos funcionarios es asesinado o se deja seducir por el lado oscuro, tenemos un drama humano y familiar. Como quiera que ya no se trata de hechos aislados, sino de una siniestra tendencia, estamos frente a un asunto de seguridad de Estado. Ojalá quien debe enfrentarlo esté consciente de ello.

Por Clodovaldo Hernández/[email protected]