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La próxima semana, con motivo del Día Internacional de la Mujer, ingresarán al Panteón Nacional las negras Matea e Hipólita y la indígena Apacuana. Es un reconocimiento merecido por lo que representan las dos afrodescendientes que pertenecieron, como personas esclavizadas, a la familia del Libertador Simón Bolívar, y la aguerrida aborigen de los Valles del Tuy, símbolo de la presencia femenina en la Resistencia Indígena.

 

A propósito de una de las homenajeadas, la ocasión es muy propicia para interrogarse qué ha pasado con la Misión Negra Hipólita, uno de los programas sociales revolucionarios de mayor impacto, de todos cuantos fueron ideados por el comandante Hugo Chávez.

 

Esa pregunta, de seguro, ha llegado a la mente de muchos compatriotas en numerosas ocasiones, sobre todo cuando se constata, en forma cotidiana y creciente, cómo ha recrudecido, de manera espeluznante, el problema de las personas en situación de calle, nombre que se les ha dado en el “lenguaje light” o “lenguaje lavandina”, como lo llamaba Eduardo Galeano. Y la interrogante adquiere un perfil  de desconsuelo cuando se piensa que ese desdichado síntoma de nuestros males sociales se había atenuado con el trabajo que la Misión Negra Hipólita comenzó a desarrollar a partir de su creación, en 2006.

 

Dudo que quede alguien sin darse cuenta de la proliferación de indigentes, pero se han visto casos, como el del diputado que juró no haber visto a personas escarbando en la basura para comer alimentos desechados. Si usted fuera uno de esos despistados, bastará con que salga a dar una vuelta por cualquier avenida o calle de nuestras ciudades, y meta el ojo hacia bocacalles, entradas de edificios, lugares con algún tipo de protección a la intemperie, salidas de estaciones de Metro y recovecos varios. Allí verá siempre el mismo deplorable espectáculo: gente de todas las edades durmiendo directamente en el suelo, o apenas sobre cartones o periódicos, acurrucados junto a sus pocas pertenencias.

 

Al ver a esas personas, es inevitable rememorar el enorme esfuerzo que se hizo cuando comenzó la misión. En esa fase inicial, con el concurso de la Fuerza Armada, de numerosos organismos públicos civiles, y con el apoyo de voluntarios, y, por supuesto, con el liderazgo del presidente Chávez, se logró entrar a fondo en este delicado problema. En algunos casos particulares lo que esa gran operación humanitaria trajo consigo fueron verdaderos milagros. Para una buena cantidad de personas, al menos trajo alivio a sus penurias, la posibilidad de ingerir alimento, darse un baño, usar ropa limpia, recibir atención médica, acostarse en una cama.

 

¿Qué ha cambiado hoy en día? Objetivamente hablando, podemos señalar que el Estado dispone ahora de menos recursos para este y otros programas de asistencia a los más necesitados. Sin embargo, el propio presidente Nicolás Maduro ha dicho, de manera reiterada, que la merma en los ingresos petroleros no implica disminución del aporte a las misiones y grandes misiones. ¿Entonces? Sería pertinente analizar las cifras para determinar hasta qué punto se trata de un problema de dinero.

 

Aventurando una hipótesis, podríamos decir que la Misión Negra Hipólita se ha visto desbordada por el número de personas indigentes, cifra que se ha disparado en los tres últimos años, como consecuencia de la terrible situación económica.

 

También puede pensarse que a esta misión le ha ocurrido lo mismo que a otras políticas sociales iniciadas hace ya varios años: que el afán de aquellos primeros tiempos se fue disolviendo, y que la mística de los funcionarios encargados se desgastó con el paso de los años, convirtiéndolos en burócratas que solo están pendientes de cumplir mínimamente con sus labores o, peor aún, en corruptos que se enriquecen personalmente con los fondos que deberían destinarse a los desamparados.

 

Un factor subjetivo en este desdibujamiento es, sin duda, la ausencia del comandante Chávez, un gobernante que siempre tuvo la virtud de entrar en contacto directo con el dolor de la gente más urgida de apoyo. Sus colaboradores más cercanos de aquel momento recuerdan, por ejemplo, cómo fue que personalmente se encargó de atender a uno de estos náufragos urbanos, en la zona de El Silencio, en pleno centro de Caracas. Eso ocurrió en 2011, cuando ya la Misión Negra Hipólita tenía cinco años de actividades y mostraba algunas señales de agotamiento.  Ese tipo de gestos, que Chávez realizaba con naturalidad, sin que mediara el marketing político, obligaba a los funcionarios adormecidos a retomar el empuje inicial.

 

En este día, cuando justo se cumplen cuatro años de su ausencia física, el tema de las misiones que languidecen es apropiado para reiterar la necesidad de “ser como Chávez”, si es que queremos, en verdad, continuar con su obra, defender su legado. Y esto, por cierto, no vale únicamente para los altos funcionarios (aunque ellos son los principales convocados, claro), sino que también aplica para cada uno en su individualidad, y para las organizaciones del poder popular, como colectivo.

 

Esta semana, la nodriza del Libertador llegará al Panteón (junto a otras dos valiosas mujeres del pueblo), y ese es un gran homenaje. Pero en el caso de Hipólita, hay uno todavía mejor que podría hacérsele: revisar, rectificar y reimpulsar la misión que lleva su humilde nombre.

 

 (Por: Clodovaldo Hernández / [email protected])