Todos hemos oído alguna vez ese chiste acerca del chismoso que se muerde la lengua y muere envenenado. A nuestra oposición (es nuestra, nadie nos la puede quitar) le está pasando esto últimamente. Se inocula a menudo su propio veneno y por tal razón se la pasa en terapia intensiva.

 

Les muestro de qué hablo: «Se ha hecho común la práctica de hacer acusaciones falsas, distorsionar la realidad e imputar intereses y motivaciones oscuras» (…) «Muchos de estos descabellados señalamientos son amplificados en las redes sociales», expresó un grupo de personalidades, principalmente de la oposición mediática y “enredática” (de las redes, quiero decir).

 

No nos equivoquemos: no es un mea culpa. Estos personajes, entre quienes hay varios que llevan años perpetrando (o legitimando) los lamentables hechos que ahora deploran, no lo hacen porque se hayan arrepentido de su secular conducta. Lo hacen porque las acusaciones falsas, las distorsiones de la realidad, las imputaciones de intereses y motivaciones oscuras y los descabellados señalamientos amplificados en las redes no han ido dirigidos esta vez contra el gobierno revolucionario sino directo a la línea de flotación del presunto gobierno contrarrevolucionario. ¿Interesante, no?

 

Aclaran los abajo firmantes, todos ellos intelectuales, académicos o periodistas, que las maledicencias y embustes que les angustian son las que vienen de las entrañas de la misma oposición, toda vez que aquellas que proceden del lado del gobierno les tienen sin cuidado, pues las consideran descalificadas de antemano (una conducta no muy intelectual, académica ni periodística que se diga… pero ese es otra arista del tema).

 

Varios párrafos de la carta podrían copiarse y pegarse sin necesidad de ningún ajuste estilístico a los informes que los expertos del campo gubernamental han hecho durante años en contra de la guerra mediática. Aquí va una muestra: “Un pueblo desesperado, que ya no soporta más sufrimientos y engaños, se ha hecho muy vulnerable a creer cualquier acusación a sus líderes, por más estrafalaria que esta sea. En este tramo de la crisis, es importante que los venezolanos demócratas confirmen la veracidad de los hechos antes de diseminar o, peor aún, apoyar las infundadas denuncias”.

 

Aquí vendría bien aquella expresión “me extraña, chaleco, porque te conocí sin mangas”, pues en el grupo de repentinos críticos de la falta de rigor en el tratamiento de las denuncias públicas se encuentran varios destacados miembros (o súbditos) de organizaciones “periodísticas” que llevan más de dos décadas dedicados a las peores perversiones en ese terreno. O son influencers de los que no se aguantan para redifundir cualquier dato que hayan recibido, incluso por vía onírica.

 

Los suscriptores de la carta se angustian porque la campaña de infundios puede debilitar “al presidente Guaidó” en su heroica lucha contra una dictadura. No dudan en identificar a los sujetos que llevan a cabo tal gestión: “Están mezclados adversarios, rivales políticos, charlatanes, y ‘guerreros del teclado’, especializados en denunciar conspiraciones inexistentes y repugnantes motivaciones que resultan falsas. Su especialidad es crear y agudizar divisiones y manipular a un pueblo desesperado a través de esperanzas basadas en opciones ilusorias”.

 

Si un observador más o menos acucioso baja, luego de leer este párrafo, y chequea la lista de quienes firman el documento tendrá que concluir que la carta tiene algo de autorretrato. Las personas serias de ese lote deberían cuidar con quién se retratan en grupo. No sé, valga el consejo. Sigamos:

 

“Muchos de quienes lanzan estas acusaciones se apoyan en el argumento de que el ejercicio de la libertad de expresión y el debate abierto en una sociedad libre es saludable en cualquier circunstancia. Tienen razón. Damos la bienvenida al debate vigoroso en democracia y consideramos indispensable el control ciudadano a quienes nos gobiernan. También debe ya resultar obvio que, en la Venezuela que está renaciendo será indispensable que los actos de corrupción sean intolerables y no queden impunes. Creemos necesario, sin embargo, exhortar a los venezolanos a que conserven el sentido de las proporciones, a que mantengan el tono constructivo, a que respeten al liderazgo democrático y que trabajen para su fortalecimiento. Sobre todo, debemos luchar por hacer más decente y noble el debate político y nuestra conversación nacional”.

 

El párrafo es una joya del relativismo moral. Haciendo una interpretación libre podemos decir que apoyan la libertad de expresión, siempre y cuando no se caiga en las exageraciones y distorsiones en las que ellos mismos han caído durante una pila de años. También respaldan la contraloría ciudadana, pero ¡coño, tampoco se pasen, que estamos luchando contra un tirano!

 

¿Son difamaciones?

 

Más allá de que rasgarse las vestiduras contra las denuncias infundadas y las acusaciones ligeras sea algo verdaderamente hipócrita para varios de los firmantes de la carta, hay un asunto de fondo que merece debatirse: ¿Son, en verdad, difamaciones las denuncias que se han publicado en medios de comunicación (incluso varios irrefutablemente antirrevolucionarios, valga acotar) sobre las andanzas de Juan Guaidó?

 

El aprovechamiento indebido de fondos privados donados para una supuesta ayuda humanitaria ha sido vociferado nada menos que por la muy derechista y progringa prensa colombiana. La gigantesca operación de enriquecimiento del clan Guaidó alrededor del despojo de Citgo y del pago de los bonos 2020 de Pdvsa ha corrido por cuenta de medios de comunicación a los que suele llamarse “prestigiosos” en el mundo capitalista. La presencia de familiares y allegados del “presidente encargado” en empresas que han pasado a manejar espuriamente los recursos del Estado venezolano no son denuncias estrafalarias de charlatanes y guerreros del teclado. Son realidades constatables documentalmente, que estos intelectuales, académicos y periodistas no deberían desestimar ni siquiera en el caso de que las hayan presentado voceros o medios revolucionarios.

 

Parece claro que estos defensores irrestrictos de Guaidó saben perfectamente que esas denuncias ya no necesitan más verificaciones. Son casos bastante obvios de un tipo de corrupción inédita en Venezuela: la que llevan a cabo grupos políticos que aún no han logrado ponerle las manos al gobierno, pero han encontrado la forma de anticipar el robo del patrimonio público. Saben que el muchacho les salió malamañoso, pero es el único que tienen y por eso piden a toda la oposición que se muerda la lengua, aún a riesgo de morir envenenados.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)