Indigna ser acusado injustamente, sobre la base de mentiras, inventos y chismes, sobre todo cuando la imputación se hace desde las alturas del poder. Cualquier persona que haya sufrido una de estas operaciones infamantes puede dar fe de lo mal que se siente y de los inmerecidos inconvenientes que este tipo de ataques ocasionan.

 

Y es que las infamias -sobre todo cuando las dicta alguien investido de alguna autoridad-, tienen el efecto de corroer el buen nombre de la gente, aunque sean muchos los que no se las crean. Es triste, pero suele ser verdad que las calumnias siembran la desconfianza, aun de manera subconsciente, incluso entre familiares y amigos muy cercanos. Por algo han sido el arma favorita de grandes estrategas de la política, la gerencia y la guerra.

 

Digo esto como una reflexión general, pero a propósito de la indignación que causa la forma como la prepotente camarilla imperial calumnia e injuria a cualquier persona que forme parte de un gobierno que se haya negado a someterse a sus dictámenes. Es parte esencial de su guerra de cuarta generación.

 

Sin necesidad de presentar pruebas, sin proceso judicial previo, por motivos claramente políticos, se expone al escarnio público a escala planetaria a determinados funcionarios, ejerciendo el rol de juez y policía mundial que la clase gobernante de Estados Unidos se ha arrogado por su calidad de imperio.

 

Para ejecutar estas operaciones de difamación se utiliza, del modo más hipócrita, el falso argumento de que se lucha contra el narcotráfico. El país con el mayor mercado planetario de drogas finge perseguir supuestos capos del narcotráfico, mientras hace grandes negocios con los verdaderos y protege a los gobiernos lacayos de los países productores de la  mercancía que envenena a sus pueblos.

 

La destrucción moral de personas emblemáticas de los otros gobiernos, los que no son lacayos, se tiñe a veces del estereotipo racial. Se aprovecha el batiburrillo que  la industria cultural y la maquinaria mediática han creado en la mente del público global para acusar a cualquiera que tenga nombre árabe o la nariz ganchuda de ser un peligroso terrorista.

 

Los ataques se perpetran con la complicidad de los adversarios políticos, económicos y personales  de los funcionarios elegidos como blanco. Tan pronto la camarilla imperial lanza sus arbitrarias acusaciones, se eleva un coro de respaldo en el que participan políticos, medios de comunicación e influencers de redes sociales. Nadie presenta ni pide pruebas, nadie otorga el beneficio de la duda, todos apoyan al vocero imperial y le otorgan a su acusación la categoría de sentencia definitivamente firme e inapelable.

 

Los contrincantes internos, incapaces de derrotar a la Revolución en la contienda de la calle, celebran las campañas difamatorias y alimentan la matriz imaginando cómo se verá el odiado rival cuando EEUU lo meta en una de sus famosas cárceles.

 

Los sectores menos obsecuentes con la línea imperial no se suman al coro, pero lo apoyan pasivamente. Se excusan diciendo que prefieren no relacionarse con alguien que ha sido estigmatizado públicamente, aunque estén convencidos de que todo es embuste. El miedo es libre.

 

De manera paradójica, las imputaciones resultan ser desechables, de quita y pon, dependiendo de la determinación que tenga el acusado para doblegarse ante la camarilla imperial o hacer negocios con ella. Los carteles de «Se busca vivo o muerto» que pegan en todas las calles del planeta, se pueden despegar en cuestión de minutos si la persona traiciona sus ideas. Ya lo hemos visto tantas veces que hasta aburre.

 

La indignación de ser señalado con el dedo aumenta cuando se tiene la certeza (en este caso con todo tipo de pruebas) de que entre quienes acusan hay redomados criminales. Para solo mencionar uno de ellos, en la camarilla imperial está Elliott Abrams, un genocida en varios continentes e idiomas, que de existir la justicia en el mundo debería estar tras las rejas o, en tal caso, su foto en un afiche de esos que rezan «Wanted».

 

¿Qué  puede sacarse en positivo de la experiencia de ser acusado injustamente desde las alturas del poder, en este caso, el de la corporatocracia mundial? Aparte de lo fortificante que puede ser para el ánimo revolucionario, una manera de cosechar algo bueno de tanta infamia es la toma de conciencia sobre el daño que se hace con los señalamientos temerarios y abusivos.

 

Qué bueno sería que los afectados obtuvieran de su mala experiencia el aprendizaje de no incurrir en el mismo despropósito cuando se tiene algún tipo de poder. Insha’Allah.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)