Su nombre en la industria de la pornografía es un guiño a dos escritores. Se hace llamar Amaranta Hank.

 

Amaranta surgió por el personaje garciamarquiano de Cien años de Soledad, y Hank, en honor al antihéroe creado por Charles Bukowski. Pero su cédula la identifica como Alejandra Omaña, de 24 años, nacida en la ciudad colombiana de Cúcuta. Periodista de profesión y actriz porno por vocación.

 
Su posición en cuanto a la multimillonaria industria es la de atribuirle bondades pedagógicas, no tan fáciles de admitir a voz en cuello: «Yo creo que la buena pornografía es educación sexual por excelencia porque nosotros replicamos lo que hay allí, porque nadie más nos enseña qué se hace cuando se tiene una relación sexual y consumimos el porno porque intentar reproducir lo que está allí para ver si nos va bien».

 

¿Qué es la buena pornografía? Para ella tiene que ver con un producto que invite a hurgar en otras sensibilidades, «con ir más allá de la genitalidad y enseñarle a la gente a explorar más la piel y otros elementos de composición de un muy buen acto sexual. ¡Eso revoluciona todo!».

 

Entre sus próximos -y controvertidos- proyectos está el de grabar un vídeo sexual con un ex guerrillero, como una especie de contribución a la paz de su país luego de la firma del acuerdo entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc): «A la hora de la verdad, cuando ellos vayan a buscar trabajo en una empresa les va a costar mucho por el prejuicio que ya hay en su contra, pero creo que involucrarlos en la pornografía es permitir que los vean como uno más, que es como darles la bienvenida a la sociedad».

La vergüenza del sexo

En su cuenta de Twitter tiene más de 70.000 seguidores, exhibe sin pudor sus curvas en su perfil de Instagram y varias publicaciones para adultos han mostrado la generosa geografía de la reportera sin demasiados atavíos. En las redes los hombres la halagan, la agreden, la critican. Las mujeres también, a veces con mayor saña. Ella, por su parte, defiende la libertad de mostrarse para excitar a la gente detrás de la pantalla o de la página.

 

«Yo creo que la libertad sexual es el principio de todas las libertades. Las personas honestas, las personas libres, pueden hacer un país mucho más desarrollado. Además, el sexo es una necesidad biológica. No sé por qué nos avergonzamos de algo que nos trajo al mundo; si eso es tan malo, es malo procrear y es mala nuestra existencia en el mundo».

 

Por eso, insiste, su discurso en contra la pacatería sexual trasciende el ámbito personal: «En Colombia se avergüenzan de hablar de sexo pero no de la delincuencia, de la pobreza, de la desigualdad, los niños que están pidiendo en las calles o los niños desnutridos en La Guajira. La hipocresía sí es un problema».

 

Complacer o vivir

Las rebeldías, sin embargo, no son gratuitas. Omaña hizo su primer video vestida de monja -un acto que hoy considera «un cliché, una bobada»-, para incomodar levemente a la Iglesia Católica, institución religiosa de la que ella hizo parte como catequista. «Hay mujeres que han hecho cosas mucho más fuertes, pero este país se escandaliza por todo. Entonces, el problema no soy yo, es Colombia». Y se ríe.

 

La periodista cuenta que en los próximos días escribirá un artículo para hablar de las razones que hay para respetar a una actriz porno. Le preguntan cuál es la principal y responde con naturalidad: «Ser una persona debería ser suficiente, sólo por eso merecería el respeto absoluto».

 

Tras varios minutos de conversa, la conversación decae y la incipiente actriz porno hace una infidencia: «Te voy a contar la verdad de todo esto y sé que va a sonar hipócrita, pero es que yo soy depresiva medicada, clínica, y me quería morir todo el tiempo. Mis opciones eran sólo dos: o hacía lo que quería o me suicidaba. Cuando empecé con los videos decidí crear mi propio universo y allí no hay prejuicios absurdos». Hank rescató a Omaña. De alguna manera, el porno la salvó.

 

(RT)

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