La democracia como forma política es democracia cuando es electa por una mayoría social y la representa o la mayoría tiene protagonismo social y político. Estos contrapesos explican la calidad de los gobiernos reales o imaginarios. Esa articulación entre pueblo y poder, entre gente y gobernantes articula la estabilidad, la esperanza y la credibilidad.

 

El asunto es constitucional, pero igualmente es sociológico, histórico y cultural. La variable de la abstención juega un papel cuando ella es significativa y/o determinante. En este último caso debe tomársela en cuenta para darle carácter verdaderamente democrático al poder y a sus instituciones. El cuerpo electoral debe evaluarse en su integridad. La separación de los sufragios activos de las mayorías sociales deslegitima. Mucho más cuando el gobierno es construido desde una ficción.

 

Si no se es consciente de que en esta premisa no escrita descansa la operatividad de la democracia se corre el riesgo de un ejercicio desviado del poder que los ciudadanos han confiado a través del ejercicio legítimo de su derecho al voto. No se debe perder de vista que simultáneamente se es mayoría gubernamental y minoría social, sobre todo tomando en cuenta  que la tendencia normal es que esa condición socialmente minoritaria terminará imponiéndose. Es de allí de donde nace la tendencia orgánica a la alternancia del poder.

 

La tarea del Gobierno (real o imaginario) consiste en retrasar el desgaste que incesantemente va produciendo la mayoría social que no ha votado a ese Gobierno o que habiéndolo votado luego lo cuestiona o le formula exigencias. Cuanto más reducido es su poder debe centrarse más en esta tarea. Nunca será bastante el esfuerzo que se haga para conseguir la colaboración de la mayor parte de esas mayorías sociales que no están representadas en el ejercicio del poder real y menos aún en los supuestos de los Gobiernos imaginarios.

 

La sociedad se gobierna con credibilidad, leyes, instituciones, compromiso social, honestidad y propósitos comunes. Las exclusiones económicas, sociales, religiosas, políticas, raciales rompen el equilibrio y restan fortaleza al poder indispensable para unir y construir. Este papel lo juegan los Poderes Públicos interactivamente, coordinadamente, en conjunto y con un propósito que va más allá de los intereses personales, de partido, oligarquías y, por supuesto, orientado siempre hacia un interés nacional altruista.

 

Me temo que en Venezuela esto no está siendo entendido de esta manera. Tanto el gobierno real como el imaginario están sujetándose en una voluntad que no es la que originariamente dio forma a nuestra democracia y que en el gobierno imaginario no se ha expresado en las urnas, eso resta respeto y autoridad.

 

La pérdida de sentido de esta realidad salta a la vista y está en todas partes. Con menos del 30% del voto del censo electoral es absurdo empeñarse en dirigir un país que cada vez cree menos en sus líderes, en sus partidos, en sus gobernantes y menos aún en un Gobierno imaginario. Los ciudadanos están a la expectativa, pero nada más. Incrédulo, pasivos, desconcertados, algunos frustrados y muchos todavía llenos de odio se han desconectado coyunturalmente de la democracia.

 

En esto es en lo que debería estar concentrada la dirección política del país, tanto la real como la imaginaria. Será difícil conquistar una mayoría social a partir de una minoría social y será difícil mantener unida una sociedad incrédula y polarizada.

 

(LaIguana.TV / Isaías Rodríguez)