La postura de la camarilla gobernante de Estados Unidos sobre temas como democracia, derechos humanos y narcotráfico va de un extremo a otro. Es hipócrita, pero no incoherente, pues los dirigentes no hacen otra cosa que cuidar sus intereses geopolíticos y, sobre todo, económicos.

 

Los gobiernos satélites de EEUU, los artefactos diplomáticos, los medios de comunicación y las ONG, que tienen en común el ser dependientes del dinero de Washington, actúan como veletas que se ponen en la dirección marcada por el viento imperial. También son hipócritas y tampoco son incoherentes. Lo que hacen es defender los intereses geopolíticos y, sobre todo, económicos de quien financia sus actividades, los cuales terminan por ser sus propios intereses.

 

Nos sorprendemos cuando vemos la manera diametralmente opuesta con la que EEUU y este tinglado de poderes subalternos enfrentan hechos bastante similares, según ocurran en un país aliado o en uno adversario. Pero, si analizamos el asunto con frialdad, lo sorprendente es que sigamos sorprendiéndonos al constatar este comportamiento, sobre todo quienes hemos podido conocer (de manera directa o a través del estudio de la historia) lo que ha pasado en tantos momentos similares.

 

Debe ser que, ingenuamente, queremos creer que las posiciones de EEUU y del sistema de poder del capitalismo hegemónico global se basan en los principios morales y éticos que sus voceros proclaman. Pero no. No se basan en esos principios, sino en la preservación del poder político y de los intereses económicos, necesario es repetirlo muchas veces.

 

El caliente escenario latinoamericano y del Caribe es propicio para estudiar este tema en detalle y desechar las ilusiones acerca de la buena fe de la estructura de poder imperial.

 

Todos los argumentos con los que se ha atacado a la Venezuela chavista en casi 21 años de lucha revolucionaria deberían ser esgrimidos –con verdaderas razones- frente a otras naciones del vecindario, si es que en realidad se tratara de principios morales y éticos. Pero reciben tratos muy diferentes porque lo que está de fondo (perdonen la reiteración) son los intereses geopolíticos y económicos.

 

El caso más depravado es el de la lucha contra el tráfico de drogas. Se acusa a Venezuela de ser una «narcodictadura», mientras la élite gobernante de EEUU trata como a sus niños consentidos a sus pares de la oligarquía colombiana, el país potencia agroindustrial y comercial en el renglón de la cocaína. Visto desde la ingenuidad, parece una conducta farisea, pero en realidad es la actitud normal de un socio mayoritario en una gigantesca y multimillonaria empresa.

 

La clase política colombiana ofrece su sumisión más obsecuente ante EEUU a cambio de impunidad y de una parte de las ganancias. Llega a extremos vergonzosos, como acusar a otros de tener vínculos con el negocio del narcotráfico y el paramilitarismo, mientras casi no quedan huesos sanos en su propio sistema político.

 

Otro tema en el que se evidencia el doble rasero es en el de los derechos humanos. EEUU, sus gobiernos aliados, entes diplomáticos, medios de comunicación y ONG señalan a Venezuela como un país que viola todas las garantías democráticas. Se cuestiona el derecho de su gobierno a reprimir manifestaciones violentas y se niega la autoridad de sus tribunales para enjuiciar a ciertos ciudadanos, aunque hayan cometido delitos a la vista del mundo entero. En cambio, en el mismo EEUU y en los países con gobiernos de derecha, se reprime brutalmente, se detiene, encauza y sentencia a quien sea, sin que alguna voz salga a expresar preocupaciones.

 

En las últimas semanas hemos visto manifestaciones duramente reprimidas en Haití, Ecuador, Colombia y Chile, sin que EEUU ni su aparato subordinado de gobiernos, mecanismos diplomáticos, medios y ONG hayan intercedido por los manifestantes, como sí lo hacen cuando se trata de movimientos de corte fascista de Venezuela, Nicaragua o Bolivia.

 

Particularmente notorio es el caso de Ecuador, donde la represión es el corolario natural de la imposición de un plan de ajuste destinado a empobrecer más a los pobres para enriquecer más a los ricos. EEUU no se ha limitado a mirar para otro lado, sino que le ha dado respaldo expreso al antipopular gobierno de Lenín Moreno en su escalada represiva. Lo mismo han hecho los países del Grupo de Lima y el incalificable secretario general de la OEA, Luis Almagro.

 

Podrían exponerse varios temas más, pero cerremos hoy con el de la división de poderes, que ha sido el pretexto para el Experimento Guaidó. EEUU y su corte han sostenido que Venezuela no es una democracia porque el Tribunal Supremo de Justicia dirimió un reiterado conflicto entre el Ejecutivo y el Legislativo declarando en desacato a la Asamblea Nacional. Sobre este supuesto abuso han corrido ríos de tinta y de bytes. Pero ahora hemos visto como un presidente sobrevenido, no votado como tal por el electorado, como es el caso del peruano Martín Vizcarra, disolvió por decreto el Congreso Nacional, mientras EEUU, los otros gobiernos del club, la OEA y los medios se esfuerzan por presentarlo como algo aceptable dentro del orden democrático interno, que tendrá que resolver, autónomamente, el Tribunal Constitucional de Perú.

 

De nuevo, dos posturas completamente opuestas frente a situaciones parecidas. Hipocresía pura y dura, pero no incoherencia porque siempre tienen el mismo objetivo: preservar su poder y sus negocios. Ingenuos nosotros, que volvemos a sorprendernos.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)