El capitalismo hegemónico global, en medio de una crisis multidimensional, dedica inauditos esfuerzos a una tarea que parece cosa de mentes irreparablemente dañadas: patotear (como dicen en el sur) a un país ya previamente debilitado y asediado, como lo es Venezuela y tratar de romper su estrategia -hasta ahora exitosa- contra el coronavirus.

Ese empeño gangsteril, que se desarrolla en plena pandemia, tiene las siguientes expresiones concretas:

 

  • Negativa de Estados Unidos a suspender o tan siquiera atenuar su bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales contra el país, a sabiendas de que afectan el acceso a medicamentos y otros bienes esenciales.

 

  • La escalada en las acciones hostiles, materializada en el supuesto operativo antidrogas en el Caribe. Se trata, en verdad, de un bloqueo naval para impedir el paso de materiales de primera necesidad para la atención de la emergencia.
  • El respaldo diplomático de la Unión Europea a las insólitas presiones de EEUU, a través de infelices declaraciones, como la de Josep Borrell. Así se legitiman las maniobras criminales para que el gobierno encabezado por Nicolás Maduroeventualmente pierda el control que ha mantenido.
  • La creación de un clima mediático en el que el vaticinio de una situación catastrófica en Venezuela adquiere más relevancia que una situación catastrófica real, en desarrollo, en Estados Unidos, Europa y varias naciones latinoamericanas con gobiernos de derecha, sumisos a EEUU.

 

¿Por qué estos gobernantes, en lugar de centrar sus esfuerzos en atender a sus propios ciudadanos (EEUU, los países de la UE y los del llamado Grupo de Lima están entre los focos más severos de la pandemia), desperdician energía, dinero y presencia mediática en sabotear el trabajo de un gobierno al que consideran ilegítimo e inepto?

Una explicación breve y contundente es que el mundo está gobernado por puros psicópatas. Respecto a varios de los actuales jefes de Estado y de gobierno no parece quedar la menor duda al respecto, pero más que los motivos individuales es necesario indagar en los corporativos o –si se opta por un enfoque marxista- de los intereses de clase.

La razón estratégica

Una primera razón es la que siempre se ha señalado para explicar el desmesurado interés de tantos países por Venezuela: sus riquezas naturales, incluyendo entre ellas una privilegiada posición geográfica.

Sobre este punto no es necesario explayarse, pero es conveniente considerar que esa vieja pretensión de ponerle las manos a Venezuela adquiere un nuevo significado con la megacrisis económica que ya ha comenzado y que se prolongará incluso después de que la pandemia sea controlada, lo que ocurrirá más pronto que tarde, con el favor de las grandes fuerzas espirituales, valga decirlo.

Los poderes fácticos del capitalismo y sus mascarones políticos (los líderes  de la derecha) están haciendo cálculos sobre cómo sacar provecho a la tragedia mundial, tal como siempre lo han hecho los poderosos del planeta con las guerras, los desastres naturales y socionaturales y los grandes cambios políticos. Ahora con más razón es un objetivo estratégico apoderarse de Venezuela o, al menos, impedir que un rival lo haga o que ella logre algún tipo de desarrollo autónomo.

En medio del vértigo de la hora actual, la camarilla que maneja el poder de EEUU se encuentra entre las sombras de una incertidumbre inédita. No sabe a ciencia cierta si emergerá de este trance siendo todavía la superpotencia mundial o habrá cedido ya ese puesto a China, en lo económico, y a Rusia, en lo militar. De allí que en lugar de estar trabajando al lado de su pueblo en la contención del coronavirus, está tratando de desestabilizar a uno de los principales aliados en América de esas dos naciones contrincantes.

La razón simbólica

Siempre se ha dicho también que las ansias de aplastar a la Revolución venezolana tienen un motivo superestructural. La corporatocracia estadounidense y europea y las oligarquías y burguesías emergentes latinoamericanas han considerado siempre a la Venezuela chavista como un mal ejemplo.

El socialismo venezolano ha sido visto desde el principio como una amenaza para el statu quo capitalista. Dicho con una consigna, este sistema político ha demostrado, pese a todas sus fallas y errores, que «otro mundo es posible».

A lo largo de los últimos años, especialmente luego de la muerte del comandante Hugo Chávez, el aparato ideológico de la derecha se ha dedicado de manera obsesiva a demostrar que este sistema alternativo fracasó. Para ello, se desató la guerra económica interna y se han aplicado las medidas coercitivas desde afuera. El propósito es claro: llevar el país a la ruina para culpar al modelo alternativo. 

Contra todos los pronósticos, la receta no ha dado el resultado esperado, y ya la Revolución tiene 21 años, siete de ellos en la etapa post-Chávez.

Igual que ocurre en el campo estratégico, la pandemia y su manejo gubernamental influye en este terreno simbólico. Y aquí se encuentra una de las razones fundamentales de este arrebato psicótico de atacar a un país en medio de una crisis sanitaria mundial: si el modelo de contención establecido en Venezuela funciona mejor que el de los países gobernados bajo la égida del neoliberalismo rampante, quedará demostrado, esta vez en términos muy obvios de vida y muerte, que ese otro mundo es posible, que la visión socialista, colectivista, centrada en la solidaridad y en la organización popular da mejores respuestas que los enfoques deshumanizados, economicistas e individualistas del ultracapitalismo reinante.

La derrota de la derecha interna

Otra razón por la que el capitalismo hegemónico global se ha propuesto dinamitar la política venezolana de atención de la pandemia es porque si esta termina resultando exitosa, los argumentos de la ya alicaída oposición de derecha para proponer un cambio de gobierno van a quedar reducidos a su mínima expresión.

Quienes sostienen la ficción del gobierno encargado saben perfectamente que la pandemia ha diluido la imagen de Juan Guaidó, que está en cuarentena y sin presencia efectiva más allá de las redes sociales y medios radicalmente opositores de Miami.

Guaidó ha tratado, desde el principio, de refutar las cifras oficiales de personas enfermas y fallecidas, ofreciendo unas notablemente mayores, como parte de la estrategia para generar la matriz de una catástrofe sanitaria en Venezuela, pero las ya conocidas limitaciones de su liderazgo y la nula credibilidad de las fuentes empleadas, han impedido que la idea prenda, más allá de los sectores irracionales del antichavismo.

Borrar el ejemplo

La pandilla que gobierna al mundo llamado occidental no quiere permitir que la estrategia venezolana ante el coronavirus funcione (como lo ha hecho en estas primeras tres semanas) porque pondría en evidencia varios puntos:

Se puede hacer más con menos. La atención de una emergencia de salud pública no es cuestión de opulencia de recursos, sino de un uso social, disciplinado y centralizado de los existentes, para lo cual es necesario dejar a un lado el afán de lucro desmedido propio de los tiempos neoliberales. Por eso, un país quebrado, bloqueado y hostilizado ha podido hacer más que países prósperos, desde la óptica del capitalismo.

El mercado no responde sino a los dueños del capital. Todos los sistemas de salud privatizados, tanto de países dominantes como de países sometidos, colapsaron velozmente ante la pandemia. Primero fueron excluidos los muy pobres (en particular, inmigrantes y minorías raciales); luego los pobres; después la clase media (que se creía protegida por los sistemas de salud privados); y ya hasta algunos integrantes de las clases privilegiadas se han dado cuenta de que solo la acción decidida de los Estados, del sector público, puede atender una crisis como esta. La mentada mano del mercado solo sirve para meter dinero en los bolsillos de los dueños del capital.

La ineficiencia de los sistemas de salud privados quedó evidenciada por sí sola en los horrendos resultados de la pandemia en EEUU, Italia, España, Francia y Alemania. El propio presidente francés, Emmanuel Macron, lo admitió públicamente. Pero no queda duda de que ese fracaso se resalta aún más con un resultado opuesto en Venezuela. Con mucha razón, los pueblos se preguntarán por qué una nación que llegó a la pandemia sumida en una cacareada crisis humanitaria (según la diplomacia y la maquinaria mediática dominante), pudo enfrentarla mejor que las arrogantes naciones boyantes del régimen neoliberal, las que impulsan políticas de sanciones, confiscan de activos y bloquean a diestra y siniestra.

 

La organización popular es clave. El modelo venezolano tiene uno de sus pivotes en la organización del pueblo. La tan satanizada colectivización se revela así como una verdadera expresión de poder popular, más allá de la retórica revolucionaria.

Un empeño criminal

Así, pues el capitalismo hegemónico global está ansioso de apoderarse de Venezuela antes del desenlace de esta etapa de cambios estructurales. También está previendo el fracaso definitivo de sus peones internos. Y está desesperado ante la posibilidad de una derrota simbólica tan dura en un escenario mundial como pocos. Con esas ansias, esos augurios negativos para los de su bando y esa desesperación no es de extrañar que estén actuando del modo en que lo hacen, tratando de boicotear una de las experiencias más exitosas (hasta el momento, hay que insistir en la acotación) en el abordaje de una pandemia que ha dejado en ruinas a los sistemas sanitarios más fuertes y mejor organizados del planeta. En lo personal (y sé que es una visión compartida por mucha gente) creo que este empeño es un acto delictivo e inmoral, un crimen de lesa humanidad que ni siquiera en situación de conflicto bélico tiene perdón. Una atrocidad especialmente grave en el caso de quienes apoyan estas agresiones contra su propio país. Una vez más cabe la pregunta: ¿Serán psicópatas o hay que buscar la explicación marxista en sus intereses de clase?  Valga la pregunta para la reflexión y el debate de cuarentena y de fin de la cuaresma.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)

 

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