La edición 82 de Desde Donde Sea estuvo dedicada íntegramente a analizar la armazón que sustenta los más recientes intentos de desestabilización por parte de un sector extremista de la derecha venezolana.
 
 
En ese sentido, Miguel Ángel Pérez Pirela ahondó sobre el carácter continuado –y creciente– que tienen estas acciones sustentadas en los modos de tercerización de la guerra implementados por Washington en otros puntos del orbe –Centroamérica, Irak, Afganistán, Siria– desde hace décadas y que han sumido a esas naciones en sangrientas guerras civiles, imposibles de ocultar, y a la que ahora parece estar apostando sin disimulos ese sector de la oposición que tiene en Juan Guaidó su cara visible. 
 
 
Desde su punto de vista, la situación es todavía más crítica de lo que podría ser regularmente, toda vez que este intento de invasión ocurre en el contexto de una pandemia, para cuyo control ha sido necesario confinar a 30 millones de personas durante más de 50 días.  
 
 
Empero, Pérez Pirela insistió en analizar los eventos acaecidos entre el 03 y el 04 de mayo por encima de la anécdota, pues en su parecer, son un indicio de una forma de hacer política –e incluso, de no hacerla– que está instalando la derecha en Venezuela y para ello se hace necesario identificar adecuadamente la aparición de dos tipos de actores relativamente nuevo en estas lides: el mercenario y el paramilitar. 
 
 
Apelando al conocido teórico Carl von Clausewitz, quien definiera la guerra como la continuación de la política por otros medios, lo que implica que se abandonan los instrumentos bélicos con los que se ejerce la violencia explícita –que no el conflicto– y se da paso a la palabra, mostró cómo en Venezuela, de la mano del extremismo opositor, está sucediendo exactamente lo opuesto: se han abandonado paulatinamente la palabra, el diálogo y la negociación, en pos de un camino que conduce a la guerra. 
 
 
El filósofo remachó que en toda guerra hay un vencedor y un vencido y éste último es doblegado, sometido, por el uso de la fuerza y que ello introduce un elemento más para pensar «en la cada vez más belicista deriva» de la derecha criolla –o de un sector de ésta–, en tanto todavía no se han producido pronunciamientos que permitan asegurar que se trate de la apuesta de una parte o de todo el variopinto conglomerado opositor.   
 
 
A su parecer, el evento que muestra la conexión estructural entre estos desembarcos de mercenarios en estados de la costa caribe venezolana con esa forma nueva de la política en las filas de la derecha local, es el intento de golpe de Estado liderado por Juan Guaidó y Leopoldo López el pasado 30 de abril de 2019, al cual le dedicó integramente la edición 80 de Desde Donde Sea. 
 
 
Entonces, recordó, López y Guaidó aparecieron acompañados de un puñado de soldados pertrechados con armamento de guerra en un distribuidor localizado al Este de la ciudad de Caracas y como fue público, notorio y comunicacional, una parte significativa del conjunto castrense que les acompañaba volvió a sus puestos, después de que se supieran engañados por sus comandantes, pero otra porción permaneció insurrecta, abandonó el país por caminos irregulares y se refugió en Colombia, en donde se unieron al ejército paramilitar que el exgeneral Clíver Alcalá preparaba para organizar una invasión militar. 
 
 
Si bien los sucesos del 30 de abril mostraron, con el tiempo, que el propósito no podía ser la toma del poder político sino el sacrificio de López y Guaidó para otorgar un causus belis a la administración Trump, los planes de hacerse del gobierno por la fuerza han seguido su curso y un año después, este mismo grupo intentó alcanzar el mismo fin, pero por medio de una incursión armada. 
 
 
Desde su óptica, un indicio irrefutable de ello sería que a los dos eventos aparecen vinculados los nombres de Juan Guaidó, Leopoldo López y Clíver Alcalá. Más todavía: se trataría de «un golpe de Estado continuado» que no puede ser soslayado, pese a las hipócritas declaraciones de deslinde y negación que se apresuraron a emitir el parlamentario y funcionarios de primera línea dentro del gobierno de los Estados Unidos, pues las autoridades venezolanas informaron que entre los aprehendidos ayer en La Guaira, se encuentran dos ciudadanos de ese país relacionados directamente con el grupo que presta seguridad personal a Donald Trump. 
 
 
Esto sería un aspecto central para develar el peso que juega dentro de esta trama un personaje como Elliot Abrams, designado en 2019 por el mandatario estadounidense como Encargado de Asuntos para Venezuela, pero ampliamente conocido hace décadas por ser el responsable de la creación de los escuadrones de la muerte en Centroamérica durante la década de 1980 financiados con «dinero negro» y que sumieron a esas naciones en cruentas guerras civiles y una devastación, todavía no saldadas. 
 
 
Pérez Pirela rememoró que los procederes de Abrams le valieron una comparecencia ante el Congreso de su país, en la que tuvo que rendir explicaciones detalladas sobre sus acciones, que no gozaron de respaldo absoluto en todas las esferas de Washington.  
 
 
Así, «en ese espejo es que se debe mirar Venezuela», puntualizó, al tiempo que advirtió que «sería un grave error» abordar los desembarcos con mercenarios «de forma coyuntural y no estructural», porque los acontecimientos dan cuenta de unos síntomas que encajan con un diagnóstico claro: desde los Estados Unidos y en contubernio con secuaces locales, se estaría intentando propiciar un escenario de caos controlado y de guerra civil en Venezuela y en esto, Elliot Abrams estaría jugando un rol estelar. 
 
 
De allí que, para él, tenga pleno sentido preguntarse qué habría sucedido si las autoridades no hubieran detectado y detenido oportunamente a los mercenarios, si estos, separados apenas por media hora de trayecto del palacio presidencial, hubieran conseguido abordar los vehículos-convoyes que tenían preparados en Macuto. 
 
 
Los venezolanos, subrayó el experto, nos estamos empezando a familiarizar con la noción de guerra privatizada, conociendo ahora, de primera mano, cómo países como Estados Unidos gestionan las guerras sin involucrar directamente a sus ciudadanos y en su lugar, optan por contratar a mercenarios para que se encarguen de las acciones bélicas en el terreno. 
 
 
Ello entraña importantes diferencias con las ideas de guerra que perviven en el imaginario, en la que ejércitos regulares y nacionales, chocaban entre sí, como sucedió durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, acaso las más conocidas. 
 
 
Durante la posguerra y muy especialmente, después de la derrota militar estadounidense en Vietnam, Estados Unidos empezó a modificar las reglas del juego y apostó por la captación de ciudadanos con instrucción militar provenientes de distintas partes del mundo, para que fungieran de fuerza de ataque en sus guerras, surgiendo así las contratistas militares, compañías especializadas «en la tercerización de la violencia militar». 
 
 
Estos métodos han sido implementados profusamente en el Medio Oriente, donde luego de usar a estos grupos para propiciar la guerra entre Estados Unidos y otros Estados-Nación, los ejércitos irregulares acabaron por disputarle el poder a los gobiernos legítimos de esos países, tal y como ocurrió recientemente en Siria, cuando durante los momentos más difíciles del conflicto, cerca de la mitad del país estuvo controlada por fuerzas paramilitares de distinto cuño. 
 
 
Sería esto lo que, en opinión del director de LaIguana.TV, se estaría propiciando en Venezuela desde hace por lo menos un año, con el concurso de actores como Juan Guaidó y Clíver Alcalá.   
 
 
Justamente este último, luego de que su plan de invasión quedara expuesto y que el Departamento de Justicia le pusiera precio a su cabeza, razón por la cual decidió negociar una entrega con la DEA, aseguró ante los medios colombianos que Guaidó había suscrito un contrato con una empresa dedicada a la tercerización de la violencia bélica y que tenía pruebas de lo que decía, algo que el diputado derechista se apresuró a negar categóricamente. 
 
 
Con lo que seguramente no contaba es que Jordan Goudreau, exboina verde del Ejército estadounidense, propietario de la contratista militar, le facilitaría una copia a la periodista opositora Patricia Poleo. En él aparecen las firmas de Guaidó, del mercenario y también de JJ Rendón, quien sirvió de enlace entre ambos. 
 
 
En el referido documento se firmó «la tercerización de la guerra en Venezuela» por 212 millones de dólares, que serían cancelados con dineros provenientes del petróleo venezolano, lo que es, para Miguel Ángel Pérez Pirela, prueba suficiente de que «se está sembrando la fatídica semilla de la guerra civil a través de la contratación de compañías para venir a hacer la guerra» en nuestro país. 
 
 
Sin embargo, recordando al filósofo Nicolás Maquiavelo en El Príncipe, el analista mencionó que si bien, para Maquiavelo, los mercenarios pueden ayudar a obtener con mayor rapidez una victoria, su uso es riesgoso, puesto que al venderse al mejor postor, quien les contrata no cuenta con su lealtad, hecho que contrasta con lo que sucede entre miembros de un ejército regular, para quienes los ideales y la identidad nacional son elementos de cohesión. 
 
 
Esta apuesta opositora, sería, por tanto, muy riesgosa e incierta en tiempo. Por ello, se preguntó: » En el supuesto negado de que esta acción hubiera tenido éxito, ¿en manos de quién hubiera quedado el poder en Venezuela?». 
 
 
«Es una pregunta que debemos hacernos todos los venezolanos, dentro y fuera del país» acotó, puesto que no está claro quién se habría hecho con el control de la Nación. 
 
 
Asimismo, para aportar otro dato que ayuda a comprender el carácter volátil que tienen las alianzas con mercenarios, recordó que en el caso de las acciones insurreccionales en contra de Venezuela, el grupo contratado por Juan Guaidó filtró el documento, luego de que éste no les cancelara lo ofrecido, ni siquiera el adelanto inicial, que se fijó en 1,5 millones de dólares.  
 
 
El comunicador insistió en que no es conveniente para los venezolanos que se admita que los problemas pueden resolverse como en la Florencia del siglo XVI: a través de mercenarios, toda vez que estamos hablando del país con la reserva más grande del mundo, con una de las reservas más importantes del orbe, con una vasta costa caribeña y una privilegiada posición estratégica, que la hace una plaza apetecible para los intereses estadounidenses.  
 
 
En medio de todo esto y pese a que no tenía cómo negar nada, Juan Guaidó fue congruente con sus procederes previos y se apresuró a deslindarse de los eventos, optando por acusar al Gobierno Bolivariano de inventar los incidentes, pero resultó que los hechos se encargaron de dejarlo en ridículo, pues entre los aprehendidos se encontraban el hijo de Raúl Isaías Baduel, militares que participaron en el golpe fallido de Altamira y dos ciudadanos estadounidenses del círculo de seguridad de Trump y fue abatido alias «Pantera», lugarteniente de Clíver Alcalá y uno de los operadores clave del plan de invasión terrestre desde La Guajira colombiana. 
 
 
De trasfondo también está el «mayor operativo en la historia del hemisferio» para «el combate contra el narcotráfico» que anunció el mandatario estadounidense hace pocas semanas y cuyo foco de operaciones es el Mar Caribe, muy cerca de las costas venezolanas.  
 
 
En síntesis, asistimos «a una tercerización de la guerra y se está tomando a la República Bolivariana de Venezuela como cabeza de playa para caotizar y balcanizar a América Latina», concluyó Pérez Pirela, mientras se aproximan las elecciones en Estados Unidos, en donde Trump se jugará su futuro. Por ello, estamos en «peligro inminente» del que no escapa nadie.  
 
 
Lecturas recomendadas
 
 
Al cierre de la edición sugirió la lectura de «Americanidad», escrito por el filósofo español Miguel de Unamuno y «Estúpidos hombres blancos», escrito por el documentalista y ensayista Michael Moore y en el que se da cuenta de muchos de los desmanes de Estados Unidos dentro y fuera de sus fronteras. 
 
 

(LaIguana.TV)

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