Lo que se hereda no se hurta, dice un refrán que en este caso puede parecer un juego de palabras, pues hablamos de un padre que ha transferido a su hijo las habilidades para montar estructuras de ingeniería financiera mediante los cuales cantidades fabulosas de dinero pasan de las arcas del Estado a las cuentas de corporaciones e, indirectamente, a los caudales familiares.

Estamos hablando de Juan Ignacio Hernández, el abogado que funge como procurador del gobierno ficticio de Juan Guaidó, y de su padre, Carlos Hernández Delfino, un personaje sobre el cual poco se sabe en la actualidad, pero que hizo y deshizo en las finanzas públicas durante la Cuarta República.

Juan Ignacio Hernández, valiéndose del reconocimiento que el gobierno de EEUU y varios de Europa y América Latina concedieron al autoproclamado presidente encargado, ha imitado a su padre de una manera impresionante, pues además lo ha hecho en el breve tiempo de poco más de un año.

El “procurador” ha realizado las maniobras jurídicas (con la complicidad de dichos gobiernos) para que la principal filial foránea de Petróleos de Venezuela, Citgo, haya salido del control del Estado venezolano y esté ahora en proceso de remate por un precio vil. Esto lo hizo luego de haber sido abogado de la empresa que demandó a Venezuela y pidió a Citgo como compensación, la minera canadiense Crystalex, es decir, que trabajó para la contraparte del mismo juicio.

El jurista también es el artífice de la virtual confiscación de Monómeros de Colombia (otra filial de Pdvsa), que ahora es manejada, o mejor dicho, descuartizada por los partidos opositores del llamado G-4 (Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular). Para hacer breve el resumen, “Nacho”, como le dicen en la familia, también ha “procurado” el despojo del oro por el Banco de Inglaterra y la congelación de muchas otras cuentas bancarias estatales. Nadie puede dudar que es todo un “tigre” en eso de mover hilos para echar mano de dineros públicos. Y aquí cabría otro refrán: hijo de tigre nace pintado.

Un lord, un príncipe criollo

Las acciones realizadas por la Policía Nacional Contra la Corrupción respecto a Juan Ignacio Hernández han descubierto un detalle que había permanecido oculto: el “procurador” es hijo de Carlos Hernández Delfino, un prominente personaje de la Cuarta República que se movió siempre entre las sombras que se hacen mutuamente el sector público y la banca privada, durante un largo e intenso período, entre mediados de los años 70 y finales de los 90.

A Hernández Delfino le pusieron varios sobrenombres en predios políticos: algunos le decían “el Lord” y otros “el Príncipe”. Ambos remoquetes hablan de su atildada elegancia, de una cierta egolatría y de su empeño en sobrevolar a la gente, como quien tiene un título nobiliario.

El punto de partida de su carrera fue el Banco Central de Venezuela, donde hizo amistades y alianzas con gente clave y, valiéndose de sus conocimientos de informática (en los entonces incipientes sistemas del ente emisor), acumuló data, principalmente sobre los manejos de divisas en tiempos de Recadi y de las reservas internacionales. Con el baluarte de la información, llegó a tener un cargo clave en ese mecanismo de administración de divisas preferenciales.

En el libro Recadi, la gran estafa, del periodista Agustín Beroes, se dice lo siguiente:

“El otro aspecto que quería clarificar el juez (instructor especial del caso, Luis Guillermo) La Riva fue el concerniente a un conjunto de datos que apuntaban a los funcionarios que, desde el Banco Central de Venezuela, manejaban directamente la entrega de divisas a las empresas ensambladoras. Algunos de éstos renunciaron y otros fueron despedidos del Instituto Emisor con prestaciones dobles, casualmente. Pero el conjunto dependió de la Gerencia de Administración Cambiaria, al frente de la cual estuvo Carlos Hernández Delfino, funcionario denunciado por el diputado de Ora, Jorge León Díaz”.

La información que manejaba sobre los negocios turbios (de los demás) en relación a Recadi le sirvió para garantizarse la lealtad de unos cuantos funcionarios y políticos y, de esa manera, fulgurantes ascensos, como el haber sido nombrado embajador plenipotenciario para el manejo de la deuda privada externa, en 1989.

Desde esa posición hizo toda clase de negocios jugosos, sobre todo cuando logró que el gobierno neoliberal de Carlos Andrés Pérez reconociera el tipo de cambio preferencial para deuda ya pagada.

No es de extrañar, entonces, que hace unos días, a la hora del allanamiento de la residencia familiar (donde “funcionaba” la empresa de maletín del aventajado hijo), se hayan alzado voces de viejos personajes de la política, como Henry Ramos Allup, quien pintó a Hernández Delfino como un anciano enfermo sometido a los abusos de la dictadura.

Luego de completar las gigantescas operaciones de la deuda externa privada (todo un bocado de cardenal), estuvo de nuevo en el BCV, ahora como miembro del directorio y también en el Fondo de Inversiones de Venezuela. Desde esos cargos participó en numerosas políticas que estaban desembozadamente destinadas a favorecer al sector bancario. La más emblemática de ellas fue la de los bonos cero-cupón, la legendaria maquinación mediante la cual Pedro Tinoco infló de dinero sacado de las arcas públicas a su propio banco, el Latino.

Estos bonos fueron una de las principales causas de la crisis bancaria que ya daba grandes señales en 1993 y explotó a principios de 1994.

Aquí Hernández Delfino demostró una de sus principales habilidades (seguramente transmitidas, vía ADN, a “Nacho”): ganar generando la crisis y ganar todavía más con el supuesto remedio a la misma crisis.

Según un minucioso trabajo del portal Ensartaos (titulado: Conozcan el perfil de este pavoso y pavoroso delincuente del reino de los paquetazos: Carlos Mariano Hernández Delfino), fue “autor intelectual y principal defensor de los ilegales auxilios financieros a los bancos ladrones; donde se violó la ley en cuanto a los requisitos y garantías exigidas, a los montos que el  BCV podía conceder, la exigencia legal de la  previa intervención de los bancos y remoción de su directiva y la posibilidad de dar auxilio directo a los ahorristas. Para colmo, Carlos Hernández Delfino defendió un mecanismo perverso para otorgar los auxilios financieros, consistente en reconocer en la Cámara de Compensación, sin ninguna verificación, todos los cheques presentados contra los bancos con problemas, mecanismo que propició una ‘centrífuga’ por parte de los propios banqueros aun en funciones, los cuales giraron cheques contra sí mismos, por lo que los auxilios resultaron al final el doble de los depósitos existentes y de todas maneras los bancos quebraron, quedando el Estado sin garantías de los montos alegremente entregados”.

¿Golpista con abolengo?

Según lo que se observa en el voluminoso expediente público de Carlos Hernández Delfino, no solo enseñó a su hijo, Juan Ignacio Hernández, las artes de hacer malabares con el patrimonio público, sino también las de la conspiración.

El trabajo antes referido indica que en 1994 fue investigado por los organismos de inteligencia porque andaba en raras tratativas con el vicealmirante Radamés Muñoz León, entonces ministro de la Defensa, quien planeaba darle un golpe al presidente interino Ramón J. Velásquez. El interés de Hernández Delfino en esa trama era evitar el colapso del Banco Latino, que había entrado en barrena en 1993 y terminaría por estrellarse en enero de 1994.

Ocho años después, la figura de “el Príncipe” o “el Lord” no podía estar ausente de la gran movida de la derecha el 11 de abril de 2002. Su nombre aparece en la libreta de Pedro Carmona Estanga como nuevo presidente del BCV. De hecho, existen informes según los cuales se presentó en la sede del instituto con un oficio firmado por el “ministro de Finanzas”, Leopoldo Martínez (ficha de Primero Justicia) en el que se le designaba como nuevo presidente del BCV.

Una vez jubilado del BCV, Hernández Delfino se fue a trabajar al Banco del Caribe, confirmando lo que algunos habían denunciado: que él, desde sus cargos públicos, le pasaba información privilegiada a esa entidad. A partir de 2010 centró su trabajo en la Fundación Banco del Caribe, un instrumento ideológico que ha apuntado a las escuelas de Economía de las universidades nacionales. También hace parte del Grupo Jirahara, que se promociona como un thingtank de las ideas neoliberales en Venezuela.

En los años más recientes, según parece, decidió dejar el testigo en manos de su hijo, quien luce dispuesto a superar las hazañas del patriarca, al menos en cuanto a la velocidad de las astucias, demostrando así que “lo que se hereda no se hurta” o –tal vez sea tiempo de modificar el refrán- “lo que se hereda sí se hurta”.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)