El pueblo venezolano celebra con júbilo y algarabía la noticia de la beatificación del doctor José Gregorio Hernández: “el médico de los pobres”. La aprobación del Decreto de Beatificación por Su Santidad el Papa Francisco acerca aún más a nuestro médico trujillano al lugar espiritual de todos los santos, pues ahora se abre la puerta a su proceso de canonización, que constituye la última etapa para ser declarado “santo”. Si bien es cierto que el camino al reconocimiento eclesiástico de la santidad es un recorrido cargado de varios peldaños científicos, jurídicos, teológicos y hasta administrativos, para el sentir de nuestro pueblo y de toda nuestra Iglesia venezolana José Gregorio es ya nuestro santo desde hace mucho tiempo.

La santidad no es un tema de “curas” y la vida de nuestro amado José Gregorio es prueba de ello. Aquello de que “el hábito no hace al monje”, en él podría cumplirse. Sin ser cura, monje, ni mojigato, José Gregorio vivió una vida santa, de profunda sensibilidad espiritual. En los años de la dictadura de Juan Vicente Gómez, años que le tocó vivir, difícil habría sido lograr socialmente lo que alcanzó en vida nuestro médico, si no fuera por sus grandes virtudes humanas: las mismas que dibujaron el camino del santo.

La práctica del reconocimiento de la santidad forma parte de la aceptación por parte de la Iglesia de las realidades espirituales después de la muerte, así como también de la relación existente entre los bendecidos con esa gracia espiritual y quienes seguimos en esta vida. Al vivir como lo hizo, el doctor Hernández se convirtió en un amigo de “allá” que sigue actuando en nuestro favor “acá”, porque “nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no acabe siendo conocido y descubierto” (Lc 8,17).

La beatificación del doctor José Gregorio Hernández es un signo de los tiempos para Venezuela y los pueblos de la región latinoamericana, en muchos de los cuales es venerado con gran devoción como en Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia y hasta en España. En vida, nuestro santo héroe trujillano se hizo uno con los enfermos de la pandemia de la gripe española, que llegó a Venezuela en 1918 y fue desapareciendo en 1919. Hizo estragos en el país, causando entre 20 y 25 mil muertes, de las cuales 1.500 se registraron en Caracas, y alcanzando en la capital una letalidad de alrededor del 20% para noviembre de ese año; ante lo cual se crearon una Junta de Socorro, Comisiones para cada parroquia y 6 hospitales de aislamiento, según nos cuenta el profesor L.A. Angulo-Arvelo (Resumen cronológico de la Historia de la Medicina en Venezuela, Caracas 1979, p. 98).

Su ejercicio en las virtudes lo condujeron a vivir su profesión científica al más alto grado humanista, entregando todo su tiempo, conocimientos y adhesión a los enfermos, engripados y moribundos. A riesgo de ser contagiado se acercó a ellos, les visitó, diagnosticó, recetó y cuidó; hasta les compraba a algunos los medicamentos. Les atendió como a cualquier otro enfermo, en su consultorio, en las calles y en visitas casa por casa, a pie y en carro para atender más gente, prestando así un gran servicio sanitario en la ciudad de Caracas.

En ese duro momento nacional, José Gregorio Hernández decidió abocar su vida hacia los pobres desde el lugar de su profesión. Siendo poseedor de las credenciales médicas nacionales e internacionales y precursor en el uso de novedosos equipos científicos que él mismo trajo al país, como el primer tensiómetro; siendo amigo y muy cercano del presidente de la República de entonces, Juan Vicente Gómez; y siendo profesor universitario y distinguido ciudadano de la época, José Gregorio decidió optar por un servicio solidario hacia los más necesitados, pudiendo haber anhelado una exitosa vida profesional, política y social que lo habría conducido a ostentar grandes privilegios, comodidades y cuantiosas rentas por su invaluable trabajo médico, científico y comunitario.

José Gregorio fue un hombre de virtudes. Descubrió y cultivó las suyas y vivió la vida según éstas. La virtud, que tiene su origen en el espíritu, se desarrolla por la voluntad y puede verificarse en las acciones y sus efectos, conectaron la vida de José Gregorio con Dios y con la Patria. El ánimo de servir a los demás empujaron su deseo de ordenarse sacerdote, pero las circunstancias de su salud se lo impidieron; y cuando la patria estaba amenazada fue de los primeros en querer alistarse para defenderla. Gracias a sus virtudes pasó de ser enfermo a ser médico, curando a los demás sin descanso y sirviéndole a Dios desde la profesión de la medicina. Como buen venezolano transformó sus dificultades en oportunidades al servicio de los demás.

Hoy, a cien años de aquella pandemia de la gripe española, llegó también la del Covid-19. En estos duros días para todos nosotros, el doctor de los pobres es recordado y enaltecido ante los ojos del mundo. Mientras Venezuela está en riesgo, a causa de la expansión del virus, contándose miles de contagiados, cientos de enfermos y algunos ya fallecidos, el pueblo puede conseguir en José Gregorio la esperanza de la buena salud para la Patria; esperanza proveniente de uno de los suyos que vivió en estas tierras, estos fríos y calores, brisas y sequías, desastres e incertidumbres, y que de su mano, con fe y esperanza, este pueblo puede superar las dificultades de los estragos pandémicos.

Su beatificación en medio de la actual pandemia es un cónsono milagro con su vida y marca un signo de los nuevos tiempos en Venezuela. El acontecimiento es muestra del florecimiento de la solidaridad en este tiempo, característica propia de la gracia del Espíritu en la historia. Solo la experiencia de vivir el santo momento de su beatificación nos da el aliento de esperanza para atravesar esta hora amenazante con responsabilidad social, virtud personal y solidaridad hacia los demás.

Un beato médico, que para Venezuela es un santo médico, es un novedoso ejemplo de santidad en tiempos modernos y para toda América Latina, al ser laico, médico y venezolano. Un hombre sereno y feliz dedicado a su trabajo, a su comunidad, a sus estudios, a la investigación, a la innovación, a la enseñanza y a la oración, pero sobre todo al ejercicio de la virtud. Un hombre común y corriente, pero santo; o también santo, pero un hombre común y corriente.

En estas circunstancias pandémicas al médico de los pobres le llega su momento de reconocimiento, como todo aquel que dedica su vida a Dios y no vive del corto hedonismo de la inmediatez. Porque José Gregorio Hernández nos llega como el santo de las Pandemias, de aquella influenza española y de ésta del Covid-19. Así lo es para el pueblo de Venezuela, quien hoy se regocija de amor y orgullo nacional al saber que tiene en su beato la esperanza de su primer santo y un aliado más en las cuestiones divinas.

Venezuela, tierra de Libertadores para América, se convierte hoy también en cuna del médico beato de los enfermos en tiempos de pandemia.

Escrito para LaIguana.TV por Ian Carlos Torres Parra / Dr. en Teología / Ex diplomático y Ministro Consejero de Venezuela ante la Santa Sede / Instagram: @ictorresparra / Twitter: @iancarlostorres