En unos diez o quince años, el periodismo renacerá de sus cenizas, pues la gente se convencerá de que es necesario para encontrar algo de orden en medio del creciente caos informativo que caracteriza al mundo del siglo XXI. 

No se trata de un vaticinio cualquiera, pues quien lo formula sabe de verdad acerca del periodismo y es una estudiosa del acontecer geopolítico, más allá de los protagonistas aparentes y circunstanciales, en las profundidades donde operan las élites del verdadero poder mundial. Se trata de la periodista y docente Cristina González, galardonada este año con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, la máxima distinción que se otorga en Venezuela a los profesionales de este campo.

La profesora Cristina, como la llaman con gran respeto tanto los que fueron sus estudiantes como los que no, cree profundamente en ese periodismo que aprendió y ha enseñado en la Universidad Central de Venezuela, al que define como «buscar la verdad no solo en el afuera, sino también dentro de ti porque la verdad te resuena en el cuerpo”.

-¿Cómo ve el periodismo en este tiempo, que con la avalancha de las redes sociales está casi desaparecido o, al menos, muy distorsionado?

-Me encanta esa pregunta porque he comentado al respecto muchas veces en frases sueltas y en discusiones en los chats. Uno de mis sueños es que en la Universidad Central de Venezuela se revoque la Escuela de Comunicación Social, en su formato, para separar profesiones tan antagónicas como lo son por un lado el periodismo y por el otro la publicidad y las relaciones públicas. Juntar esas actividades ha sido un grave error que ha persistido por décadas porque el periodismo es sagrado, es buscar la verdad no solo en el afuera, sino también dentro de ti. El periodista debe ser correa de conexión entre lo que sucede y las personas que necesitan información. En cambio, las relaciones públicas y la publicidad son manipulación de las necesidades de la mente de las personas. Ese fue un sueño que compartí por muchos años con Eleazar Díaz Rangel: formar una Facultad de Ciencias de la Comunicación en donde se podrían separar perfectamente esas ramas tan diferentes, antagónicas incluso, como lo ha demostrado la realidad. Ahora, ya dentro del periodismo es necesario retomar aspectos importantes. Por ejemplo, separar los géneros informativos de los de opinión. Si es una pieza informativa, no puede utilizarse el título para opinar. No quiero decir que en tiempos pasados no se hiciera uso de estos recursos para manipular. Eso sería una ingenuidad o un engaño, pero lo que sí es indiscutible es que en el periodismo de hace algunos años, a pesar de que estaba sometido a esas cárceles mediáticas que son las agencias de noticias internacionales, era mucho más transparente esa diferencia entre información y opinión.

-¿Cuáles son las principales desviaciones que sufre el oficio actualmente?

-¡Son tantas! Y nos preocupan mucho porque suceden hasta en medios del proceso bolivariano o cercanos a él. Por ejemplo, vemos como se convierte en propaganda lo que debe ser una noticia. Lo más significativo es que si se le tratase como noticia, sería extraordinaria, pero cuando se le tiñe de propaganda y le metes un montón de adjetivos calificativos y la ponderas incluso con el lenguaje no verbal, se convierte en algo terrible.

-¿Qué cambios habrá en el periodismo a raíz de la pandemia?

-Creo que no solo el periodismo… nada va a ser igual de aquí en adelante porque incluso hasta las fronteras físicas entre los países van a ser distintas conceptualmente. Lo que viene son superestructuras. No habrá países, sino pasillos. Estamos en una guerra de Silicon Valley versus los que quieren mantener el viejo american way of life. No sabemos qué va a pasar. Me alegro de haber podido presenciar este momento porque son discusiones que vienen desde hace mucho tiempo y nadie nos hacía caso cuando hablábamos hace quince o veinte años acerca de George Soros, del Club de Bilderberg, de las grandes manipulaciones mediáticas. Hoy por hoy, la realidad nos dio en la cara y todo el mundo tiene al menos que revisar qué piensa de esos temas, en vez de dejarnos llevar por esta ola impresionante de distorsiones. Esto es un mar revuelto, un caos que a lo mejor es programado, como lo anticipó Brzezinski. Por eso tenemos que esperar a que se calme un poco. Pasarán cinco o diez años para ver qué rumbo toman los acontecimientos. Tal vez yo no lo vea, pero ustedes sí. Si el periodista aprovecha esta anarquía para entender lo que significa este oficio, vamos a tener muchos menos periodistas, pero mucho más centrados, mucho más identificados con la esencia de la profesión. Este es un período que nos viene largo, de una década mínimo, y durante este lapso tenemos que dedicar al menos dos horas diarias a contemplar lo que pasa para tratar de entenderlo y ubicarse en esta telaraña, en esto que estamos viviendo y no sabemos ni lo que es. Estamos ante un nuevo Yalta, un nuevo reparto del mundo, pero en vez de ver a personajes como Stalin, Churchill y Roosevelt, lo que hay es un abanico muy diferente, un montón de máquinas, robots, inteligencia artificial (Facebook, Google, Twitter, etcétera). Igual se van a repartir el mundo, pero no sabemos cómo.

-¿Cómo ve la práctica del periodismo con esta avalancha de las redes sociales que convierte a cada ser humano en un emisor, pero con grandes fuerzas que controlan los flujos de información?

-Lo que está pasando es como la explosión de una olla de presión. Es algo que tenía que venir. Para poder depurarse y revisarse, los medios tuvieron que explotar. Explotaron en las redes sociales, donde no hay censura, no hay límites, no hay nada y todo el mundo se desbocó. Esto nos ha llevado a revisar en serio qué es lo que estamos haciendo. Y caímos en cuenta de que teníamos años sin analizarlo. Incluso en el proceso bolivariano, y es una autocrítica que se la hago constantemente, perdimos el hábito de discutir. En el gremio periodístico, por ejemplo, en la IV República había una discusión constante, encuentros, congresos, convenciones. Estamos en medio de esta explosión y es poco lo que puede aclararse en este momento. Cuando pase la explosión, irán cayendo los pedazos e irán sedimentándose estas aguas. Entonces veremos qué queda en el fondo que sea rescatable.

-En el periodismo, a escala mundial, ha habido un cambio en el modelo de negocio de los medios y eso ha conducido, entre otras cosas, a que los periodistas tengan empleos muy precarios. ¿Cómo lo ve usted que fue dirigente gremial en la era de los grandes contratos colectivos?

-En ese tiempo, cuando un periodista llegaba a trabajar en un determinado medio, sabía perfectamente que ese medio tenía un dueño, un empresario, y eso implicaba que venía una situación difícil porque siempre habían intereses que se traducían en imposiciones sobre las líneas informativa y editorial. Eso siempre fue así, pero se hizo peor a partir de los años 80, cuando empezó a entronizarse el neoliberalismo más brutal, que se llevó todo por delante. El periodista de ese entonces aprendió a vivir con las restricciones porque tampoco podía asumirse como un guerrero de todos los días contra la línea del periódico o del medio. En esos años eran comunes los vetos de personajes. En El Universal no se podía ni siquiera mencionar a Luis Herrera Campíns ni a Jóvito Villalba, y no tenía sentido empeñarse en entrevistarlos porque ya sabías que te iban a rechazar ese trabajo. Pero muchos de esos problemas podían manejarse gremialmente porque había Colegio de Periodistas, Sindicato de la Prensa, contratos colectivos, y en algunos medios hasta había cláusulas de conciencia que permitían discrepar de la línea en espacios de opinión. Éramos unos asalariados, pero había conciencia de eso. Los periodistas que actualmente trabajan para los cárteles mediáticos son también asalariados, pero les pagan en dólares aquí en Venezuela, y eso significa otro tipo de compra de conciencia.

-En otro tiempo había competencia entre medios, ahora parece que no la hay. ¿Es por eso que usted habla de cárteles?

-Sí, siento que hasta los propios dueños y directivos de medios están sujetos a una única voz, a una mano peluda que no sé dónde está ubicada, pero me da la impresión de que es en el Pentágono. Imagino a esa mano con la gente de la agencia Reuters sentada al lado para bajar la línea para todos los medios del mundo, para instalar los temas, los enfoques y hasta los titulares que van a repetirse.

-Últimamente ha surgido una nomenclatura nueva: la “Prensa Libre” que mencionó Elliott Abrams y que está formada por medios financiados por la USAID, la cara decente de la CIA ¿Cómo se entiende eso?

-No la implantó Abrams. Ese es un concepto muy viejo, que también está manejando Soros. Siempre es una “prensa libre” para ellos, para los intereses de EEUU. La libertad y la democracia son según el modelo de ellos. Todos los demás son Estados fallidos, dictaduras, gobernantes autoritarios. Todo lo que sale del norte siempre va a venir con ese sello de los predestinados para dirigir el mundo. Y lo más grave es que el mundo entero se lo traga y obedece como si la élite de EEUU fuese la dueña de la verdad. Es terrible cuando se ve a periodistas de grandes nombres cayendo en ese coro. Lo estamos viendo mucho en profesores de la Escuela de Comunicación Social de la UCV en los que se observa absoluta obediencia ante las líneas que les define el Pentágono a través de Reuters y de las corporaciones mediáticas.

-Volviendo al tema de las escuelas de Comunicación Social, se sabe que fueron prácticamente colonizadas por el neoliberalismo a partir de los años 80. ¿Cómo han sobrevivido personas como usted en esos ambientes tan adversos?

-El derrumbe comenzó cuando se le cambió el nombre de Escuela de Periodismo a Escuela de Comunicación Social. Pero igual pasó en otras facultades y escuelas. En Economía, empezó a desmoronarse todo cuando la Escuela de Chicago impuso su línea de pensamiento. Y si nos vamos por cada facultad y escuela vamos a encontrar cómo se impuso ese pensamiento.

-¿Qué futuro le espera entonces al periodismo?

-Creo que va a seguir esta situación y tal vez se agudice porque a muchos jóvenes lo que les parece una nota es que les paguen en dólares. No tienen ninguna preocupación por el rol que debe tener un periodista en una sociedad en crisis total como esta. No les importa eso, lo que quieren es hacer muchas cosas que les permitan tener un nivel de ingresos personales: animar un programa, vender cuñas, hacer marketing, lo que sea. Lo importante es que les paguen en dólares y muy bien. Eso no tiene nada que ver con el periodismo, mi hermano. El periodismo tiene que rescatar el alma de lo que es ser periodista, la conexión no solo con la verdad que percibes, sino con la verdad de tus adentros. Esa verdad resuena. Yo recuerdo que cuando uno estaba frente a una noticia que le impactaba, uno podía guiarse por lo que sentía, por la sensación del cuerpo para saber si era o no verdad. Tener que trabajar una noticia en la que no se creía, era duro. El cuerpo te dice todo. Uno debe conectarse a fondo con su propio cerebro y volver a darle valor a la intuición, a la relación con la verdad. Incluso, tenemos que rescatar la compasión porque la hemos perdido. El periodista, por complacer a sus jefes, se desconecta de sus emociones, del amor y el miedo. Es entonces cuando dicen lo que sean, incluso contra su propio país, que es lo que ha venido pasando en esta época lamentablemente.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)