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El 11 de abril del año 2002 fue, para la Revolución Bolivariana y para Latinoamérica, un día de conmoción histórica. La oligarquía venezolana, junto a la podrida Fedecámaras, la canalla mediática y un grupo de generales traidores, se propusieron sacar de Miraflores al Presidente y Comandante Hugo Chávez Frías.

Aunque por pocas horas, lo consiguieron. Lograron su propósito dejando a su paso calles bañadas de sangre y un grito de indignación antiburguesa en cada barrio de Venezuela.

Así narró nuestro Comandante Supremo aquella anécdota. Los cuentos del arañero siempre serán una referencia:

 

Me iban a matar

 

Los pobres viejos estuvieron en Palacio esa noche y mi madre me dio un mensaje de fortaleza pocos minutos antes de salir prisionero. Le dije a Marisabel: “Vete a Barquisimeto”, cuando la cosa estaba ya calentándose al rojo vivo. Salió con Rosinés, Raulito, su mamá. Y mis hijos más grandes, Rosa, María y Hugo, con un grupo de oficiales amigos. Los llevaron también a esconderlos en otro sitio, y yo a esas alturas no sabía nada de ellos. Entonces, me prestaron un celular, no me sabía los números. Le dije: “Mira, hazme el favor completo, consígueme los números de la familia”. “Pero, ¿dónde?”. “Bueno, llámate a alguien allá en Palacio” y la central telefónica. El coronel me da el celular prestado por un minuto, dos minutos. Ahí medio guilla’o y empiezo a marcar. No me cayó Marisabel, ni mi mamá, ni mi papá. Los celulares andaban muy mal. Gobernación de Barinas y el número era equivocado, era una casa de familia en Barinas, que deben recordar mi llamada. A lo mejor no me creyeron. Yo le dije: “Soy el Presidente preso; ¿con quién hablo?”. No, no, no sé qué. Me atendieron realmente, pero creo que no creyeron que era yo.

 

Luego cayó María Gabriela. Estaban en casa de unos amigos, en una playa por aquí, escondidos. Y le digo: “Dios te bendiga. ¿Cómo estás? Otra vez preso”. María tiene mucho temple y me dijo: “Bueno, que Dios te cuide, papá. Mucho juicio. Estamos bien. ¿Qué puedo hacer?”. Le dije: “María, solo te pido algo, cuídate primero que nada y, segundo, mija, llama al mundo, a quien tú quieras, no sé a quién, a un periodista, dile al mundo, o si llega a pasarme algo incluso, si no puedo hablar contigo más nunca, diles que nunca renuncié al poder que el pueblo me dio. Diles que soy un Presidente prisionero”. Y la pipiolita empezó a llamar gente y eso corrió por el mundo.

 

A los pocos minutos Marisabel cayó por allá, estaba en Barquisimeto, escondida en casa de unos amigos, en las afueras. Y los muchachos descansando. “Estamos bien, no te preocupes, aquí preocupados por ti”, y qué sé yo, un beso. Le dije: “Marisabel, cuídate, cuida a los niños, ten la calma, yo estoy bien, pero no tengo garantías de nada. No sé qué va a pasar esta noche”. Yo tenía la sensación y la certeza de que esa noche me iban a mover a otro sitio y no sabía para qué, porque estaban sueltas todas las fuerzas de los diablos. Yo llegué a confesarme ante Dios, porque estaba seguro de que me iban a matar.

 

(LaIguana.TV)