«Empezar a pensar en la división territorial de Venezuela», es el más reciente artículo de opinión de Asier Morales Rasquin, un colaborador del diario matero PanamPost que está vinculado al lobby secesionista y sedicioso de la ultraderechista María Corina Machado.

Rasquin, según el PanamPost, es psicólogo clínico, psicoterapeuta, egresado de la doble diplomatura en Economía de la Escuela Austríaca de la Universidad Monteávila de Caracas e investigador del Centro Juan de Mariana de Venezuela, es decir, un ferviente conservador ultracatólico, al estilo de la gente que encabeza la dictadura de Jeanine Áñez en Bolivia, mismos que consagraron con apoyo militar y de la Organización de Estados Americanos (OEA) el golpe de Estado contra el presidente Evo Morales.

En el artículo publicado el pasado 15 de julio, Rasquin plantea que dividir a Venezuela la ayudaría -según él- a «salvar así sea a unos pocos de las garras de Maduro».

En su planteamiento secesionista, Rasquin cree profundamente que dividir la patria es la única «salvación» a la crisis que ellos mismos han generado contra los venezolanos al incentivar y promover el bloqueo total estadounidense impuesto a la nación para derrocar a Maduro.

Además, argumentan que, «si la idea secesionista resulta viable y sensata, nuestro primer objetivo, paradójicamente, no puede ser otro que la pronta reunificación en una nación auténticamente libre».

A continuación el artículo íntegro en cuestión:

«Es bastante esperado que nos disguste regresar a ciertas etapas, especialmente si no las hemos superado del todo. En general, se siente un poco decepcionante tener que echar mano de estrategias o propuestas que nunca fueron muy satisfactorias.

Las dificultades que implican situaciones como la de Venezuela, Cuba o Corea del Norte, trascienden los escenarios armados. Precisamente, prestando algo de atención a los fracasos previos, podemos reconocer que la urgencia por desterrar una cúpula corrupta y sorda es ineludible, aunque su simple remoción no soluciona de plano todos los problemas. Este, por supuesto, es un dilema deliberadamente construido y publicitado por esa misma cúpula.

Si no hay intervención armada

Los delincuentes en el poder llevan varios lustros mostrando la preocupante provisión de armas a los sectores más empobrecidos, por la propia revolución, en un proceso de engrosamiento de lo que se ha llamado «milicias».

Ver los videos de entrenamiento de este nuevo cuerpo marcial venezolano deja al espectador a medio camino entre la carcajada y el llanto. No da la sensación de que cuenten con demasiada capacidad de respuesta efectiva contra una amenaza real. Sin embargo, recuerdan, así sea solo en el papel, la posibilidad de aquello que siempre ha deseado comunicar el liderazgo chavista, por activa y por pasiva, que cualquier intervención armada externa llevaría a un indeterminado período de inestabilidad, causado por el constante enfrentamiento de algún sector poco dispuesto a renunciar a sus privilegios.

Lógicamente, por más que los milicianos produzcan algo de risa y lástima, nadie es lo suficientemente despistado como para no evocar escenarios de espanto como el de Irak, donde coaliciones internacionales con más o menos éxito consiguieron, como consecuencia de sus “buenas intenciones”, la creación del Estado Islámico, parte del conflicto Sirio y muy poco de la estabilidad, civilización o democracia a la que aspiraban.

Desde luego que toda comparación está fuera de lugar, pues las diferencias son abismales; no obstante, el temor a que el remedio sea peor que la enfermedad no es sencillamente descartable, como si fuera una tontería.

Es entonces cuando me sorprende que hayan aparecido tan pocas propuestas que pongan sobre la mesa la posibilidad de separar en dos territorios a Venezuela. Justamente por eso, empecé comentando lo desagradable que es retornar a posibilidades subóptimas del pasado, como han sido las divisiones que se ejecutaron en Corea, Vietnam o Alemania en su momento.

El problema del orgullo nacional

Evidentemente, dividir un país no es un remedio que satisfaga enteramente a nadie, algo que suele suceder en coyunturas extremadamente conflictivas como esta. Tal vez ayude recordar las otras dos posibilidades que conocemos hasta ahora:

1.- El mantenimiento perenne del terror chavista que, a falta de recursos, no tendrá más remedio que profundizar el sometimiento y la esclavización de la población, como lo hicieran la totalidad de las dictaduras comunistas de la historia;

2.- Una intervención armada de resultados impredecibles.

La división en dos Venezuelas, aunque triste, permitiría liberar pacíficamente a una proporción de la población en un territorio fuera de la letal asfixia económica de Maduro, porque, en definitiva, son las interminables penurias de su gente el motivo por el cual Venezuela duele tanto y requiere enormes esfuerzos.

Adicionalmente, dado el acorralamiento económico que tozudamente construyeron los revolucionarios para sí mismos -con sanciones y aislamiento internacional-, esta posibilidad podría ofrecerles una salida, susceptible de hacerles salvar algo del supuesto orgullo del que tanto alardean.

Al principio está la negativa

No es de extrañar que de ambos lados aparezcan reacciones adversas a la posibilidad de una división territorial hasta ahora desconocida, que yo sepa. Es bastante probable que cada sector saque a relucir lo más rígido del innecesario nacionalismo que puede haber en muchos. Sin embargo, al ciudadano le convendría tomar en cuenta qué es realistamente más conveniente para la población, dado que notamos, con cada vez mayor claridad, que las pugnas pueden ser una fuente de retribución interminable para los políticos involucrados, haciendo del martirio de la gente una forma de estabilidad que les reporta beneficios, siempre que no cambie realmente la situación. Venezuela parece cada día más un ejemplo de esto.

La separación territorial no es más que una idea ofrecida para el debate; me resulta curioso que no haya sido discutida con antelación. Es probable que estimule algunas pasiones y, aún así, no tiene nada de malo revisar posibilidades que no hemos aún atendido.

¿Una postergación necesaria?

Sigue siendo inevitable enfatizar, que la estructura criminal madurista ha demostrado adaptabilidad suficiente para conservar su apetito por la destrucción. Mientras cuenten con algún poder, seguirán siendo una amenaza para todos, ellos mismos incluidos. Quien se encuentre más cerca seguirá sufriendo los embates de explosividad asesina, gratuita e infantil de los chavistas. Si deseamos una ilustración de las deprimentes consecuencias de un sistema delincuencial irreductiblemente obcecado, también para sus vecinos, podemos apreciar el doloroso caso de Corea del Norte.

La idea de dividir el territorio no debe diluir el propósito fundamental, que es reducir el chavismo a su mínima y más pacífica expresión -si es que tal cosa existe-.

Si la Venezuela genuinamente democrática logra liberar una circunscripción para la preservación de su civilización, buena parte del esfuerzo deberá empeñarse en la defensa de los ataques que sabemos persistirán desde la acera revolucionaria. Más aún en este momento, en el que la vocación conflictiva y guerrerista de algunos socialistas se ha podido constatar en otras latitudes.

De manera que, si la idea secesionista resulta viable y sensata, nuestro primer objetivo, paradójicamente, no puede ser otro que la pronta reunificación en una nación auténticamente libre».

(LaIguana.TV/PanamPost)