Vamos a ver: si uno de los dos candidatos con oportunidad de ganar las elecciones en Estados Unidos ha cantado fraude dos meses y pico antes de los comicios, ¿no deberían la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea, las ONG especializadas en asuntos electorales y los medios de comunicación de vestiduras rasgadas estar exigiendo ya, a voz en cuello, que este proceso sea observado con lupa por todos ellos, que haya 50 millones de auditorías y que los votos se cuenten siete veces en presencia del Papa Francisco y del Dalai Lama?

Digo yo, no sé, porque si en países como Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Bielorrusia, para que se arme la bronca mundial, basta que un señor tipo Ramos Allup salga a gritar “¡Frauuudeee!” y prometa las pruebas para mañana, ¿cómo se explica que no se enciendan las alertas ante la denuncia anticipada del mismísimo emperador en persona? No se entiende. Sabemos que el mundo está al revés, pero es que a veces, se pone más al revés que de costumbre.

Para quienes no estén al tanto, resulta que Donald Trump ha dicho que su rival, Joe Biden está planeando “usar el Covid-19 para amañar y robar la elección”. Aunque hasta las más republicanas encuestas dicen que el señor anaranjado está perdiendo por más de diez puntos porcentuales, él asegura que  «la única forma en la que pueden privarnos de la victoria es mediante una elección amañada”. Para completar el cuadro ha señalado que  los malvados demócratas, entre quienes  incluye a Obama y a Biden como responsables principales “están tratando de robarnos las elecciones con espionaje, como lo hicieron la última vez, y los pillamos”.

Uno de los argumentos es que los demócratas van a manipular el voto por correo, algo que se practica en EEUU desde hace muchos años, entre otras razones porque las elecciones se realizan entre semana y los patronos no dan permiso a los trabajadores para “ejercer el sagrado derecho” (… cosas de las democracias avanzadas, tú sabes).

Por supuesto que, en medio de una pandemia de la que EEUU ha sido epicentro por varios meses, mucha gente apelará a este mecanismo de votación, pero el propio director del Servicio Postal ha dicho que es muy probable que varios millones de votos se queden en el camino.

Bien: pensemos por unos segundos lo que pasaría si en un país como el nuestro, a los que la maquinaria mediática ha estigmatizado como fraudulentos electorales, se hicieran estas denuncias, peripecias y confesiones de incapacidad para hacer valer la efectividad del voto.  Imaginemos que en Venezuela se pudiera votar por correo y que el director de Ipostel dijera que, no digamos millones, sino unos pocos miles de votos, no van a llegar a tiempo para ser escrutados…Imaginemos a Troya ardiendo.

El secretario Almagro, por solo mencionar a uno de los corifeos, seguramente reventaría varios teléfonos a punta de mandar tuits, incluyendo unos cuantos exigiendo la intervención armada extranjera ya para restablecer el derecho al voto.

Algún lector podrá objetar mi planteamiento y decir que el mundo no hace caso a las pataletas de Trump porque sabe que es un señor poco serio y que anda fuera de sí, pues está a punto de morder el polvo. Pero, si de eso se trata, tampoco habría que atender los gritos histéricos de los candidatos derrotados de Bolivia, Nicaragua, Venezuela y Bielorrusia (entre otros) porque tampoco son serios y también han estado fuera de sí a la hora de ponerse llorones. ¿Recuerdan la “calentera” de Capriles en abril de 2013?

Lo que está quedando demostrado, una vez más, es que los fulanos vigilantes de la transparencia electoral (sean organismos diplomáticos o parapetos supuestamente independientes) solo sirven para inmiscuirse en procesos electorales de países catalogados como “inferiores”, aunque no en todos los casos: solo en los que existe el riesgo de que gane algún líder o movimiento que medio huela a izquierda. Los países “inferiores” con sistemas electorales infames o abiertamente delictivos, pero donde gana la derecha, tampoco tienen nada de qué preocuparse.

El colonialismo de esos supuestos garantes de la democracia es depravado. No se atreven a plantear ningún tipo de supervisión en EEUU, a pesar de que es uno de los sistemas electorales más desordenados y oscuros del hemisferio. No se animan ni siquiera porque Trump está anunciando que le van a ganar con trampa. Parten de la premisa de que esa democracia ejemplar es inobjetable.

Las mismas estructuras corruptas capaces de inventarse un fraude en una elección que Evo Morales ganó con ventaja de más de diez puntos porcentuales, consideran innecesario exigir garantías al sistema electoral estadounidense. Debe ser porque allá la mayoría es anglosajona y por estos lados, en cambio, hay mucho indígena, mucho negro, mucho mestizo y mucho blanco de orilla y, sobre todo, muchos votantes por opciones que no son del gusto del capitalismo hegemónico global.

Las revelaciones que surgen cada día en torno a los obscenos niveles de pudrición del sistema electoral colombiano (en manos de los narcotraficantes compravotos y de los paramilitares que intimidan impunemente a candidatos y electores) deberían avergonzar a los entes internacionales, las ONG y los medios de comunicación que han avalado procesos obviamente fraudulentos. Pero no lo hacen, porque los gobernantes y parlamentarios surgidos de esas cloacas son aliados de EEUU, son gente de la derecha.  Y son la gente que paga.

De cualquier modo, no deja de ser interesante (incluso, divertido) que Trump esté sembrando dudas sobre el sistema de votación de su país, a la vez que pretende ser la autoridad electoral mundial, con derecho a dictaminar cuál elección es válida y cuál no en el resto del planeta.

También tiene cierto sabor cómico que acuse a los demócratas de querer robarle las elecciones, mediante espionaje, insinuando así que tienen el apoyo de potencias extranjeras. Lo dice él, que ganó (en los colegios electorales, no en el voto popular) apoyándose en gigantescas manipulaciones de redes sociales y que fue señalado de recibir ayuda rusa para derrotar a Hillary Clinton.

No hay que adelantarse a los acontecimientos, pero es necesario prever un escenario en el que el magnate-presidente se niegue a ir a elecciones y apele –igual que sus marionetas venezolanas- a la tesis de la continuidad administrativa. Tampoco hay que descartar un cuadro en el que Trump reciba una pela tanto en el voto popular como en los misteriosos y truculentos colegios electorales y, colérico, salga a decir que no acepta el resultado, de manera que EEUU se vería envuelto en una situación karmática, con gente en las calles manifestando a favor y en contra. ¿Quién duda que eso pueda pasar, si estamos en 2020?

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)