Quisieron hacerle creer al público venezolano y mundial que Juan Guaidó era un fenómeno político, con un carisma nunca antes visto en filas opositoras  y una personalidad arrolladora. Muchos medios, periodistas e influencers generaron, a partir de enero de 2019, unas expectativas realmente desmesuradas, fuera de toda proporción.

Ahora, luego de más de año y medio de campaña, varios de esos medios, periodistas e influencers pretenden espichar al personaje que ayudaron a inflar. Y, como de costumbre, actúan como si  no hubieran contribuido convertirlo en un monstruo, se desentienden de la criatura y algunos hasta se pasan al otro bando y fingen que nunca creyeron en ese liderazgo.

Se empeñaron en crear una matriz basada en el mito de que Guaidó era «el Obama venezolano», una especie de «Chávez de derecha», una cuña del mismo palo para la Revolución porque es mestizo y no blanquito, como casi todos sus compinches. Mantuvieron ese clima de opinión muy a pesar de que el inexperto y desconocido diputado de Voluntad Popular comenzó a demostrar todo lo contrario desde los primeros días, a partir del momento en que, encapuchado y con lentes oscuros, se reunió con Diosdado Cabello y, luego, pretendió negarlo.

Con una terquedad típica de las operaciones goebelianas de propaganda, insistieron en inflar la imagen del parlamentario, siguiendo el guion imperial de su autojuramentación como  presidente. Tampoco cambiaron de enfoque cuando fracasó, de una manera bastante fea, en aparecer como figura central de una gigantesca operación militar, paramilitar, política y mediática, en la frontera colombo-venezolana, el 23 de febrero de 2019.

Los medios y los periodistas e influencers lo defendieron a capa y espada cuando surgieron las fotografías y videos de Guaidó con los cabecillas del grupo narcoparamilitar Los Rastrojos, encargado de pasarlo de Venezuela a Colombia, a través de una trocha. «Es que su popularidad trasciende fronteras y todo el mundo quiere hacerse selfies con él», justificaron.

El aparato comunicacional y sus figuras y figurantes respaldaron al «joven maravilla» en sus sucesivos ultimátum al gobierno de Nicolás Maduro, manteniendo en alto la narrativa de que su liderazgo de calle iba in crescendo, ello a pesar de que la asistencia de militantes a las marchas y concentraciones estaba, a todas luces,  mermando con cada decepción  (recuérdense las propias palabras del dirigente acerca de los 100 “mmg” de siempre).

Medios, periodistas e influencers se mantuvieron en su línea de hacer apología cuando Guaidó protagonizó uno de los intentos de golpe de Estado más chambones de la historia latinoamericana, al punto de ser recordado más que nada, por un enigmático racimo de plátanos verdes en un guacal plástico.

Medios, periodistas e influencers defendieron, como gata patas arriba, al «presidente encargado» (así lo llaman)  frente a una avalancha de evidencias de fabulosos hechos de corrupción cometidos por la camarilla que él encabeza, delitos para los que ha actuado prevalido del apoyo de gobiernos extranjeros. La maquinaria comunicacional, por el contrario, siempre sostuvo que Guaidó y sus amigos estaban protegiendo el patrimonio del Estado venezolano.

A finales de 2019 y comienzos de 2020, el tinglado mediático y de redes se plantó a favor de Guaidó cuando se produjo la rebelión interna del bando opositor, motivada por las sólidas denuncias acerca del grosero enriquecimiento personal del personaje y sus secuaces.  A los rebeldes los pasaron por la molienda del peor tipo de difamación al que puede someterse a un opositor: los acusaron de venderse al chavismo. Medios, periodistas e influencers hicieron comparsas de los shows montados para mostrar a Guaidó como un valiente que quiso saltar la verja del palacio legislativo y luego se fue a presidir su propia asamblea nacional, en la sede de un periódico, por cierto.

Medios, periodistas e influencers reforzaron todavía más sus matrices cuando Guaidó realizó una «gira mundial» y, especialmente, cuando recibió el espaldarazo de Donald Trump y el aplauso de toda la élite política estadounidense en la sede del Congreso de allá. 

Pero, como dijo una vez el refranero presidente Luis Herrera Campíns, «el que nace para triste, ni que le canten canciones», y poco a poco fue saliendo a la luz la evidencia de que hasta el mismo Trump lo considera un mocoso débil. Mientras tanto, en el campo opositor, un sector lo rechaza porque ha sido incapaz de crear el ambiente interno necesario para justificar una intervención de EEUU; otro sector lo repudia por corrupto; y otro más, por negarse a concurrir a las elecciones. 

Acorralado así por sus adversarios internos, el autoproclamado se enfrenta ahora con el retiro del apoyo de algunos de los medios, periodistas e influencers que le metieron en la cabeza aquello del fenómeno político, del carisma singular y de la personalidad arrolladora.

Ninguno de esos medios, periodistas e influencers parece considerar necesario un mea culpa antes de cambiar tan drásticamente de postura. No se sienten obligados a explicar a sus audiencias, seguidores y fanáticos (sí, algunos tienen fanáticos) por qué pasaron año y medio vendiendo este producto y ahora dicen que es un fraude, que nunca sirvió, y que ellos, avisados como pocos, siempre supieron que iba de derrota en derrota porque no tiene lo que hay que tener.

En fin, lo inflaron hasta casi reventarlo y ahora quieren espicharlo sin que nadie les eche la culpa.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)