Las respuestas que la Filosofía Occidental ha ofrecido a la pregunta: ¿Qué es el amor?, fue el tema sobre el que disertó Miguel Ángel Pérez Pirela en otra edición del viernes de Filosofía y Poesía. 
 
Valiéndose de la mayéutica, el método con el que los pensadores de la antigua Grecia, a partir de preguntas, activaban el pensamiento de sus discípulos, Pérez Pirela presentó parte del complejo recorrido a partir del cual se han trazado los límites del amor dentro de nuestras sociedades. 
 
La empresa, para nada sencilla, supone atender a una dificultad de origen: al no ser concepto ni idea, no es posible racionalizarlo. Tampoco decretarlo. Acontece y atraviesa la subjetividad humana y por eso mismo, también impone reflexión.
 
Veinticinco siglos atrás, los helenos ya sostenían que la sabiduría estaba indivisiblemente asociada con el amor, al punto de confluir en la Filosofía. Dicho de otra manera: que el proceso mediante el cual intentaron comprender y racionalizar el mundo que les rodeaba, partía de la no-racionalidad y que inclusive, antecedía toda idea de razón.
 
En su disquisición, el filósofo venezolano planteó preguntas que invitaron a la audiencia a reflexionar sobre el amor, atendiendo a algunas de las características que con mayor frecuencia se asocian con él: la corporeidad, la sexualidad, la espiritualidad, los roles del amado y el amante, el papel de los sentidos, el sacrificio, el dolor, su unicidad o polivalencia, la necesidad, la fidelidad, la posesión o la libertad.
 
Las respuestas que ofrecemos a estas interrogantes, apuntó, nos son heredadas en Occidente de la tradición griega y latina, en un primer momento transformadas y constreñidas por los límites de la moral judeocristiana y ya en la contemporaneidad, por las narrativas posicionadas a través del cine hollywoodense y las telenovelas, cuyas estructuras de pareja nos son recreadas una y otra vez, al punto tal que constituyen ideales que acabamos reproduciendo, sin mucha conciencia al respecto. 
 
De este ejercicio mayeútico se obtuvieron dos conclusiones preliminares: por un lado, que desde la antigüedad entendemos el amor como falta, como carencia, una condición que nos impulsa a emprender la búsqueda de aquel o aquella que es capaz de llenar el vacío y restituirnos un sentido de unidad; por otro, que el amor es narrativa, «una especie de estructura cultural y social», que nos indica cuándo hemos sucumbido al amor.  
 
De Eros a El Banquete: dos explicaciones griegas sobre el amor
 
Siguiendo lo expuesto por el filósofo francés Michel Foucault en el tomo 1 de su Historia de la sexualidad, Pérez Pirela destacó que la idea que tenemos del amor, asociada a la familia nuclear –madre, padre e hijos– como base de la sociedad, es una construcción relativamente reciente –poco más de dos siglos– y entiende al amor como un servicio que ha de tributar a la producción, convirtiéndolo en sinónimo de (hetero)sexualidad, reproducción y monogamia, que nada tiene que ver con la idea del amor que tenían los griegos. 
 
Para contrastar ambas posturas, apostó por relatar tres conocidos mitos griegos: el del origen del universo a partir del amor entre Gea y Urano y dos más, descritos en El Banquete de Platón.
 
El primero de estos mitos legados por Grecia que el experto recuperó para la edición del programa, sostiene que sin Eros, sin el dios-amor, el mundo no puede tener lugar porque este es «el motor,  la fuerza de la génesis, del comenzar de todas las cosas», pues fue el que permitió que Gea, la Madre Tierra y Urano, desde el cielo, pudieran amarse y el universo comenzara a existir. 
 
Los frutos de Gea y Urano poblaron la tierra en forma de montañas, árboles; de vida, pero Gea eventualmente se cansó de su rol procreador y le pidió a Cronos, uno de sus hijos, que hiciera algo para impedirle traer más hijos al mundo.
 
La respuesta de Cronos fue castrar a Urano mientras copulaba con Gea. Sus testículos, ensangrentados y llenos de esperma, fueron a parar al mar y de allí nació Afrodita, la otra deidad griega del amor, nacida de una castración, de «la conjunción entre el amor y el dolor», idea que aún prevalece en el imaginario.
 
Por su lado, en El Banquete, diálogo cuyo tema central es el amor, Platón hace hablar a sus personajes, para ofrecer explicaciones acerca de las características del amor, así como las razones por las cuales los humanos somos capaces de amar y lo que define a las distintas formas del amor que somos capaces de expresar.
 
Usando a Aristófanes, el reconocido dramaturgo, como narrador, Platón relata una versión del mito según el cual los humanos, antes seres definidos en unidad autosatisfactoria, quedamos escindidos, aunque nos fue dada, en compensación, la posibilidad de buscar aquella mitad que nos completa. 
 
Cuenta el dramaturgo que al inicio, los seres humanos éramos una suerte de esferas, dotadas de cuatro ojos, cuatro brazos y cuatro piernas. Además, éramos ágiles física y mentalmente, al punto que podíamos convivir con los dioses e incluso, desafiarlos. 
 
Esto último desató la ira divina y a Zeus le fue encomendada la tarea de exterminar a los humanos, pero el dios se negó, aduciendo que se quedaría sin esclavos y en lugar de matarlos, los picó a todos por la mitad. En ese momento, la unidad de los humanos se quebró irremisiblemente y desde entonces quedamos definidos a partir de la carencia, condenados a una perpetua búsqueda de nosotros mismos en alguien más.
 
La idea de Zeus, sin embargo, no tuvo demasiado éxito, pues los nuevos seres, al estar divididos, comenzaron a morir. Apiadándose de su desgracia, el dios decidió otorgarles un poder » que cada mitad buscara a su otra mitad, fundando con ello el impuso de buscar eternamente la manera de salvarse de la carencia y hallar una plenitud.
 
Para Platón, solamente en el amor puede buscarse esa falta, que nos cuestiona, a su vez, sobre la visión que tenemos del otro amado: si es alguien a partir del cual esperamos obtener beneficios o, por lo contrario, si pondríamos nuestra vida en juego, en pos de ese amado. 
 
Para el experto, este mito aporta un componente adicional, que da al traste con la idea del amor solo posible entre un hombre y una mujer, pues Aristófanes relata que las esferas humanas eran andróginas y se sentían realizadas en términos de su sexualidad, pero al ser divididas por Zeus, su búsqueda de pareja no se tradujo en ubicar a un otro del sexo  opuesto, sino que el amor entre dos hombres y entre dos mujeres eran alternativas tan válidas como el amor entre un hombre y una mujer. 
 
Lo anterior echa por borda la noción judeocristiana del amor heterosexual como imperativo inmanente a la condición humana. 
 
En el mismo Banquete, cuando llega el turno de Sócrates, maestro de Platón, este se explaya en los orígenes del Eros, que al ser hijo de Poros (la abundancia) y Penia (la pobreza), mostraba la naturaleza dual del amor: por un lado, se define desde la falta y la carencia, pero por otra, persigue siempre lo mejor. 
 
En esto último se asienta el filósofo para afirmar que «debemos amar a una persona que nos conduzca a lo más bello, a la idea misma de belleza, al mundo de las ideas», por lo cual la noción de erotismo en esa sociedad no se limitaba al amor físico; antes bien, este se entendía como un peldaño para alcanzar un un amor más completo, más espiritual.
 
El Amor en la Filosofía Contemporánea: del conflicto al amor líquido
 
Para Jean-Paul Sartre, filósofo francés de la posguerra, «el amor se establece entre dos conciencias libres y hace que la más débil, ame más. La conciencia débil es la que más se somete a lo que hay en ella de sensible, la conciencia que ama menos, es la que es dominada y la que tiene ciertos rasgos de manipulación: ámame más y te someteré. De ahí nace el concepto de sufrimiento», explicó Miguel Ángel Pérez Pirela. 
 
Para él, el amor solamente puede entenderse como posesión y es, una pasión conflictiva, «una suerte de guerra conflictiva entre el amado y el amante», en la que no hay inocentes.
 
«El amado quiere ser correspondido por el amante. Por su parte, el amante no quiere que el amado cambie de sentimientos y no quiere a nadie más. El amado siempre puede ser libre y huir», aseveraba Sartre.
 
De su lado, Foucault sostiene que «el amor es fruto de la pasión, que entiende como un estado, algo que ocurre, que se apropia de nosotros, que nos toma de los hombros, que no tiene causa ni origen. La pasión se atribuye todas las condiciones para continuar y a la vez, se destruye a sí misma».
 
«En la pasión, uno no está ciego», añade, y destaca que «son situaciones en las que simplemente uno no es uno mismo».
 
«Se puede amar perfectamente sin que el otro ame. El amor es una cuestión de soledad, por eso es que en el amor siempre sobran las demandas del uno hacia el otro. Mientras que el estado de pasión de dos o tres personas, permite una comunicación intensa», remata Michel Foucault. 
 
Enlazando esta reflexión foucaultiana sobre el amor con lo descrito por Aristófanes en El Banquete, el amor parece ser soledad, porque para poder emprender la búsqueda de esa alteridad a la que nos invitaban los griegos, ha de estarse completamente solo. 
 
En El arte de amar, Erich Fromm sostiene que la respuesta all problema de la existencia humana es el amor, al que podemos entender como un escape de la muerte. El amor se presenta entonces como una especie de medicina efímera que hace ver el mundo con más vida, más color y más optimismo. 
 
El padre del Psicoanálisis, Sigmund Freud, sostenía que todo amor surge por el amor a nuestra madre y que gracias al Complejo de Edipo, deseamos, inconscientemente, matar a nuestro padre, en tanto este es el obstáculo que nos separa de nuestro objeto amado. 
 
A contrapelo de los pensadores de su tiempo, Freud sostenía que la conciencia es apenas una porción pequeñísima de cuanto alojamos en nuestra mente, que reside, en su mayoría, en el inconsciente. 
 
Para acceder a ese terreno oscuro donde se anidan los dolores y sufrimientos, la palabra es la llave que abre la cerradura y nos permite aliviarlos, una vez los hacemos conscientes. 
 
Para el polaco Zygmunt Bauman, teórico de la modernidad «líquida», el amor es líquido por causa de la posmodernidad, que nos imposibilita para el amor, al menos como lo conocíamos en el pasado. 
 
Así, por culpa de la tecnología, de la comunicación y del exceso de realidad, que ha hecho que todo sea fugaz, etéreo y con ausencia de compromiso, ya no vivimos el fulgor que otrora nos ofrecía el Eros y nos contentamos con formas de erotismo mediadas por el internet, en las que es más importante exhibir el amor que sentirlo. 
 
Libro del día
 
La recomendación de lectura recayó sobre «El último romántico: memorias sentimentales de un venezolano en el extranjero», novela de su autoría, publicada por el sello editorial Fundarte. 
 
 

 

(LaIguana.TV)