¿Por qué los poderosos del mundo capitalista “se preocupan” tanto por las elecciones de ciertos y determinados países, mientras otras les importan un bledo? Es una de esas preguntas que hay que hacerse al menos una vez en la vida. Cuando uno se pone a buscar la respuesta, llega invariablemente a la conclusión de que eso ocurre porque la pugna alrededor de la limpieza (o “sucieza”) de las elecciones en el mundo forma parte de los esfuerzos del capitalismo hegemónico global por tomar el control de los pocos espacios que aún no ha copado y retomar aquellos que ha perdido.

En el fondo, todo es muy simple: Esa estructura de poder mundial, y su modelo político-económico, el neoliberalismo, no funcionan bien en países con sistemas electorales en los que el voto popular decide quién gobierna y quién participa en cuerpos deliberantes. Necesitan que en los países donde tienen grandes intereses (los otros les tienen sin cuidado), imperen sistemas electorales en los que el voto popular no sea el factor decisivo, sino que lo sean el poder corporativo global, las oligarquías locales, los grandes medios de comunicación o cualquier otro grupo aliado.

¿Por qué no funcionan bien? Por una razón muy sencilla: porque las políticas económicas que aplica en capitalismo hegemónico global son raigalmente antipopulares y cada día se hacen peores en ese sentido. Entonces, es difícil convencer a las masas de que voten en contra de sus propios intereses. Al menos lo es después de consumado un primer engaño. Engatusar a las masas de manera recurrente requiere demasiado esfuerzo y deja las estrategias neoliberales a merced de los ires y venires de la voluntad mayoritaria. El neoliberalismo necesita garantías de que sus grandes negocios van a estar vigentes por muchos años y las elecciones en las que el voto popular decide son una amenaza para tal continuidad.

Ahora bien, la idea de unas elecciones en las que el colectivo es una especie de simple decorado no es algo que pueda proponerse abiertamente. No sin parecer un troglodita de hace un par de siglos. Hablar de democracias sin pueblo remite a la vieja frase irónica de “comer arroz con pollo sin pollo”. Entonces, el sistema hegemónico capitalista global se ha inventado una superestructura muy compleja para hacer creer al mundo entero que sus modelos de democracia sin votos populares decisivos son los más adelantados y dignos de imitación

En sustitución del voto popular, estos paradigmas de la democracia postulan diversos mecanismos que van desde modelos indirectos, como el de Estados Unidos; modalidades parlamentarias en las que los conciliábulos de las élites negocian cuotas de poder; y  fórmulas retorcidas de designación de mandatarios, como las que llevaron en 2019 a las autoproclamaciones de Juan Guaidó en Venezuela y Jeanine Áñez en Bolivia.

Cualquier modalidad legal, paralegal o ilegal parece ser preferible al voto directo de las masas, al que el neoliberalismo electoral tacha de “populista”, igual como cualquier política social que tenga algo de redistributiva es calificada despectivamente de comunista o socialista.

Destruir las referencias

Para analizar ese gran tinglado antivoto popular comencemos por su componente ofensivo. Se trata de una verdadera maquinaria especializada en destruir cualquier referencia que pueda existir en el planeta de un modelo democrático basado en el voto de la gente.

Esta maquinaria incluye gobiernos, organizaciones internacionales, organizaciones no gubernamentales, empresas encuestadoras y medios de comunicación convencionales y de nueva generación.

Todos estos entes se han autoasignado el rol que desempeñan como supuestos paradigmas o expertos en modelos electorales, por lo que fungen de ejemplos o de jueces supremos, capaces de dictaminar si un sistema electoral o una elección en particular tiene o no resultados válidos.

Gobiernos

En estas lides vemos a diario a Estados Unidos, en su papel de potencia imperial. Tal como lo hace en tantas otras materias, pretende dictar normas en el campo electoral, a pesar de que su modelo electoral dista mucho de ser una democracia avanzada. Su formato de elecciones es de segundo grado, con unos misteriosos colegios electorales que eligen al presidente, incluso contra la decisión de la mayoría popular. Además, es un sistema bipartidista (un duopolio político) claramente controlado por las grandes corporaciones que actúan a través de sus cabilderos o lobbistas y por los individuos económicamente poderosos. Quien no pertenezca o tenga el respaldo de estos sectores, difícilmente puede penetrar en las estructuras del poder político estadounidense.

En la misma onda de dirimir cuáles elecciones valen y cuáles no en el mundo, se pasa la vida la Unión Europea, a pesar de que en su propio seno hay una gran variedad de sistemas políticos, incluyendo varias monarquías hereditarias que no son, por naturaleza, las más adecuadas para impartir clases a las democracias. 

En la esfera regional, los gobiernos de derecha, controlados por las oligarquías (o por organizaciones criminales, como en Colombia y Honduras, para solo mencionar dos casos) han encontrado en la crítica a terceros el subterfugio perfecto para desviar la atención sobre sus propias vergüenzas. Es el típico ladrón que grita “¡Agárrenlo!” para tratar de que la gente persiga a otro.

Si la preocupación del capitalismo hegemónico por la transparencia de las elecciones tuviese alguna traza de sinceridad, el país más cuestionado del hemisferio sería seguramente la Colombia de los votos comprados por el narcotráfico y la corrupción; la de las boletas fotocopiadas y, sobre todo, la de los líderes sociales y candidatos políticos exterminados por el paramilitarismo.

Organismos internacionales

Los organismos internacionales han asumido también esta competencia de opinar y en muchas ocasiones injerir respecto a los sistemas electorales de los países. Esto podría considerarse válido si lo hicieran equitativamente sobre todas y cada una de las naciones. Pero está más que comprobado que solo lo hacen respecto a aquellos países que tienen sistemas electorales considerados peligrosos por el capitalismo hegemónico mundial.

Basta revisar el empeño con el que se ha intentado desmontar el sistema electoral venezolano (automatizado, altamente auditado y muchas veces probado) y, en cambio, con qué vista gorda se afrontan las comprobadas denuncias sobre las ramplonas irregularidades del sistema electoral en otros países latinoamericanos.

Lo ocurrido entre octubre de 2019 y octubre de 2020 en Bolivia es una prueba en tiempo real del patético papel que desempeñan organismos internacionales como la Organización de Estados Americanos (bajo la conducción del impresentable Luis Almagro) en este empeño de impedir que sea la decisión mayoritaria la que se imponga. Lo lograron en 2019, a costa de un baño de sangre y un retroceso socioeconómico de grandes proporciones, pero no pudieron completar la faena en 2020.

La cantaleta de todos estos gobiernos y organismos internacionales acerca de las elecciones en los países que ellos deciden objetar deben ser “creíbles” apuntan a su propia entronización como una suerte de magistrados electorales universales: si ellos creen en el resultado de unas elecciones, son válidas; si no creen, no lo son.

Las falsas ONG

Igual como ocurre en el campo de los derechos humanos, la libertad de expresión, la corrupción y tantos otros temas, las llamadas organizaciones no gubernamentales son una pieza clave.

(Es necesario insistir en que son falsas ONG porque en realidad dependen de los aportes financieros de agencias de gobiernos extranjeros, cuando no de partidos políticos de otros países, empresas y gremios corporativos. Esta misma semana acaba de divulgarse uno de muchos casos: el gobierno de Reino Unido le otorgó 450 mil dólares a la ONG Transparencia Venezuela).

Las ONG cumplen una función muy específica: desprestigiar el sistema electoral con denuncias en apariencia técnicas que generen la sensación de neutralidad y equilibrio. Desde esa posición, tratan de influir en cambios para favorecer a grupos de derecha y, a la hora de los procesos electorales, exigen espacio como “observadores”.

En los casos en que las autoridades  no les conceden estos privilegios, intentan constituirse en entes electorales paralelos (recuérdese el caso de Súmate) y en difusores de denuncias sensacionalistas, casi siempre infundadas o, al menos, exageradas.

Las encuestadoras

Las empresas de sondeos de opinión son otro recurso fundamental de este mecanismo que pretende establecer elecciones a la medida del capitalismo global en todos los países. Esto lo logran manipulando las encuestas de modo que sean viables las grandes tramas de denuncia de fraude, incluso cuando las elecciones tienen resultados incontestables, como ocurrió en Bolivia en octubre de 2019.

En Venezuela, esta función de las encuestadoras ha sido más que evidente a lo largo de más de dos décadas en las que varias de estas compañías han sido arietes en la creación de climas de opinión según los cuales, la oposición derechista es mayoría en el electorado.

Cuando los pueblos emiten su veredicto y es claramente opuesto a los vaticinios de las encuestadoras, estas empresas tratan por todos los medios de mentir o de silenciar la realidad. Así acaba de pasar en Bolivia, cuando las grandes empresas de sondeos se resistieron durante varias horas a divulgar los números de los sondeos a boca de urna porque eran demasiado duros para los candidatos de la derecha.

Los medios de comunicación

Infaltable pieza en todas las grandes operaciones psicológicas y guerras de cuarta generación es la maquinaria mediática al servicio del capitalismo hegemónico global.

Los medios son el megáfono de las “preocupaciones” de EEUU, la UE y los organismos internacionales. Los medios potencian las denuncias de las ONG, no importa sin son endebles o claramente falsas. Los medios son los resonadores de las encuestadoras que montan sus relatos acerca de los climas de opinión.  A la hora de las definiciones, los medios instigan a la violencia amparándose en las acusaciones de fraude que avalan entes como la OEA, terminan respaldando golpes de Estado y, en caso de resultar exitosos, cohonestan todas las acciones del gobierno de facto. Once meses de prensa boliviana y global así lo demuestran.

El tema serviría para un análisis mucho más extenso. Pero, podemos dejarlo hasta acá en este domingo de ensayo de las elecciones parlamentarias venezolanas, tan atacadas y difamadas por todos los factores aquí revisados.

Baste concluir que, con justas razones,  se acusa al neoliberalismo de muchos retrocesos en el plano netamente económico, como la casi plena vuelta a la esclavitud de densas masas de trabajadores. Pero también es la causa de retrocesos en un ámbito tan político como lo es el de los modelos electorales. Lo es porque necesita otro tipo de sistemas electorales, aparentemente democráticos, pero en los que no sea el voto -sino otros factores- el elemento determinante en la designación de gobernantes y representantes.

Por eso trabajaba sin descanso para destruir la institución del sufragio mayoritario.

Y –por cierto- es votando como se defiende el voto. La altísima Bolivia dio el ejemplo.

(Clodovaldo Hernández / La Iguana.TV)