Este 30 de octubre, Miguel Ángel Pérez Pirela ofreció en su programa Desde Donde Sea, una disertación en torno a la manera como se ha abordado la muerte dentro de la Filosofía Occidental. 
 
A su parecer, el tema, que podría catalogarse dentro de los más fundamentales en la historia del pensamiento, implica, a su vez, hablar de la vida, puesto que morimos gracias a que estamos vivos y es la conciencia sobre la condición de finitud de nuestra existencia la que le otorga sentido. 
 
El recorrido de Pérez Pirela abarcó las nociones que sobre la muerte desarrollaron pensadores como Platón, Aristóteles, San Agustín, Thomas Hobbes, Arthur Schopenhauer, Georg Hegel, Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger y Jean Paul Sartre, que complementó con la exposición sintética del discurso científico actual sobre el punto, aludiendo a temas polémicos como el aborto o la eutanasia, que se ubican en el terreno de la Bioética. 
 
La vida y la negativa a morir
 
Desde la Filosofía, se entiende que los seres vivos poseen un movimiento inmanente y autoperfeccionante. Así, puede decirse que los seres humanos, los animales y las plantas están vivos, porque cumplen con el criterio antes especificado, que es sostenido por autores como Jean Paul Sartre, en El ser y la nada. 
 
Para Martin Heidegger, explicó, el primer elemento que caracteriza la autoperfección de este movimiento, es no querer morir. Nos negamos a la muerte, que «siempre llega en su mal momento», al punto que niños y ancianos la ven como algo que ha de ocurrir, pero no de inmediato. 
 
La muerte como hecho de la alteridad y fenómeno temporal
 
Al estar imposibilitados para narrar nuestra propia muerte, porque, de poder hacerlo, estaríamos vivos, cuando pensamos en la muerte, necesariamente ello remite al otro, a la alteridad de cuya muerte tenemos conciencia y por cuya muerte somos capaces de sentir pena. 
 
Así las cosas, sobre la conciencia de la muerte ajena, se anida el miedo a la muerte propia. Para el filósofo español Antonio Escohotado, «el miedo engendrado por la muerte viene de un cierto oscurantismo religioso que promete la vida eterna a cambio de la propia sumisión». 
 
Con base en lo anterior, indicó Pérez Pirela, Escohotado opina que las personas debemos tener la posibilidad de elegir cómo morirnos, porque esta elección supone un «despedirse a tiempo» de la vida. 
 
Bajo esta óptica, la muerte asume entonces una dimensión temporal, en tanto cuanto que, siguiendo al filósofo escolástico y Padre de la Iglesia, San Agustín de Hipona, es la ausencia de presente y de ello se desprende que la conciencia de la vida es la conciencia del instante y vida y libertad, no son otra cosa del ser-y-estar en el aquí y el ahora. 
 
Este presente, por tanto, sería una característica de la muerte; y la propia, un límite personal al cual nunca se llega. Dicho de otro modo: no cabría preguntar a nadie si está muerto, porque, de hecho, somos incapaces de dar fe de nuestra propia muerte. 
 
Esta imposibilidad de tener conciencia sobre nuestra muerte, trae como consecuencia que esta se nos presente como una suerte de misterio que está absolutamente fuera de nuestro control y también, un hecho del otro. 
 
La promesa fallida de la inmortalidad
 
Miguel Ángel Pérez Pirela mencionó que algunas corrientes filosóficas sostienen que somos inmortales, en la medida en que persistamos en el recuerdo de los otros. 
 
Empero, ofreció pronta refutación a esta afirmación que, una vez puesta bajo la lupa, se muestra endeble y poco consistente con lo que ocurre en la vida real, aún cuando se trate de individuos extraordinarios cuya obra trasciende el tiempo. 
 
En la práctica, refirió, los recuerdos de quien ha muerto, acompañarán a sus deudos acaso durante un par de generaciones y después, sobrevendrá el olvido, puesto que «somos un instante en el universo». 
 
La Modernidad, dijo, nos ha vendido la idea de la inmortalidad y la trascendencia como condiciones inmanentes a la humanidad. 
 
Por otra parte, la noción de «inmortalidad» ha sido posicionada dentro del discurso moderno, se compadece con la promesa de trascendencia y eternidad que se hacen desde buena parte de las religiones y su idea de «más allá», de «otra vida» después de la muerte.
 
Este discurso, con el que pretende romperse la idea de la muerte como aspecto consustancial de la vida, entraña, asimismo, la pérdida del sentido de la existencia. 
 
Si esta fuese infinita, como se propugna desde la Modernidad y a lo largo de la tradición religiosa en Occidente, quedaría despojada de todo sentido, porque sobrevendría una naturalización de la vida misma. 
 
Al ofrecer la muerte temporalidad y otorgarle, por tanto, sentido a nuestra vida, resulta estúpido, en criterio del filósofo venezolano, escamotear las discusiones sobre ella o, peor todavía, considerarla un tabú. 
 
El suicidio y la estructura jurídico-institucional en torno a la muerte
 
Pérez Pirela opina que los suicidas, en lugar acabar con su vida por causa del temor a la muerte, lo hacen motivados por la pérdida de sentido de su existencia e intentan restituirlo con el acto suicida. 
 
Empero, recordó, que el carácter temporal de la muerte y su inscripción dentro de una estructura jurídica y social, hacen que la preocupación acerca de su emergencia, se centre en aquellos que siguen vivos.
 
Así, por ejemplo, quien lega un testamento, lo hace pensando en lo que sucederá, una vez haya fallecido o quien decide suicidarse, es atravesado por el juicio de quienes ven en el suicidio un crimen y no un acto libérrimo, un derecho legítimo de segar por propia mano la vida. 
 
Otro tanto sucede en los cementerios, en los que las lápidas y panteones dan cuenta de una clasificación que pretende respetar el estatus del que gozaba en vida el que murió, para la complacencia de quienes siguen vivos, pues los muertos, al estar desprovistos de conciencia, son impermeables a toda lógica exterior con la que se apuntale un sentido post existencia.  
 
El hombre, ¿ser para la muerte o para la vida? El recorrido de la Filosofía Occidental
 
Para Platón, espíritu y cuerpo son irreconciliables. De hecho, asegura que el cuerpo es la cárcel del alma y la muerte vine a ejercer papel liberador, que, al extraerla de su prisión, permite que viaje al mundo eterno de las ideas. 
 
Aristóteles, discípulo de Platón, se distancia diciendo que el cuerpo y alma son dualidad, fusión perfecta y sustancia que hacen del hombre una especie de «espíritu encarnado», una noción de la que se alimentará la religión católica. 
 
Hegel, de su lado, es un ser espiritual y finito y por tal razón, la muerte asegura la existencia espiritual. Si el Hombre no muriera, no existiría la libertad, porque si fuéramos inmortales, haríamos lo mismo. 
 
Schopenhauer, padre del pesimismo, indica que la muerte es reconfortante, porque al vivir en el peor de los mundos posibles, su llegada nos libra de todo dolor. 
 
Para él, morir es regresar al estado anterior, un descanso, el fin –la nada, diría Sartre–, uno que se nos ha tratado de esconder, para promocionar la idea la inmortalidad como una especie de abolición de todo sojuzgamiento y sufrimiento. 
 
Nietzsche retoma las ideas de Schopenhauer, de la muerte en tanto paz y descanso y agrega que ésta añade un sentido a las vidas de las personas, que les permite escapar de la angustia.
 
Este filósofo estableció que la muerte ha de entenderse como un paso de la voluntad de poder hacia la de no poder y Martin Heidegger insistía en que «somos seres para la muerte», al punto tal de que la idea de una «vida perfecta» es la muerte misma y que en ese contexto, no sería apropiado sentir angustia por su causa, pues es la expresión máxima de la vida; es punto y fin que permite otorgarle un sentido en su Dasein –modo de ser, para sí mismo, del ser humano–, que al tener conciencia de su propia finitud, entonces puede ser. 
 
Entre los argumentos ofrecidos por Heidegger, destaca aquél que considera la muerte como «el acto solitario por automomasia», que se realiza tanto al nacer como al morirnos. Con base en esto, la muerte acaso arrebata a los seres humanos su posibilidad de ser, no la de ser. 
 
Más avanzado el siglo XX, en El ser y la nada, Sartre sostenía que es absurdo nacer y es inútil morir, pero la paradoja obliga nuevamente a preguntarse por qué vivimos. La muerte es aquí concebida como ladrona de la libertad.
 
El temor a la muerte se explicaría, según Sartre, en virtud de que esta es capaz de regresarnos al estado de preexistencia, que es la nada.  
 
La ciencia tiene una postura mucho más pragmática y racional. ¿Puede pensarse racionalmente sobre la muerte? ¿Depende la muerte de una caracterización racional, que prescinda de la relación patética que con ella sostiene el ser humano?, inquirió el también director de LaIguana.TV y procedió a responder con lo expresado por el epistemólogo y físico argentino Mario Bunge.
 
Para abogar en favor de la muerte asistida, Bunge sostiene que «la muerte no es un misterio para quien sepa algo de Biología. La muerte no asusta a un ateo, porque sabe que nada podrá ocurrirle después de muerto. Lo único que podrá asustarle es una muerte lenta y dolorosa, pero una muerte asistida te libera de ese dolor». 
 
Aparece pues, otro componente asociado a la muerte: el dolor. Muchas veces, subrayó Pérez Pirela, la muerte es temida porque se la une simbólicamente al dolor. 
 
Relación entre muerte y Política 
 
De otro lado, en el Contrato Social que desarrolla Hobbes en el Leviatán y al que se apega buena parte del Contractualismo en relación con la muerte, los individuos que se encuentran en un estado de naturaleza se asesinarán indefectiblemente entre sí, por lo que le otorgan su libertad al Leviatán y la intercambian por seguridad, es decir, por la posibilidad de conservar su vida. 
 
«La muerte es el fundamento que sostiene el andamiaje del contrato social y del Estado», aseguró. 
 
Acaso entender el tema de la muerte nos conduce a una vida más plena y más feliz. Por ello, escamotear el tema de la muerte carece de sentido porque los únicos que no tendremos conciencia de la nuestra, somos nosotros mismos, añadió.
 
Por ello, concluyó, lo único que puede hacerse contra la muerte, es vivir cada día. No sabemos cuándo vamos a morir, pero sí sabemos que moriremos en algún momento y es justamente esa conciencia la que nos impulsa a vivir. 
 
Libro del día 
 
El ser y la nada: ensayos de ontología fenomenológica, escrito por el filósofo francés Jean-Paul Sartre.
 

(LaIguana.TV)