José Manuel Briceño Guerrero cerró el ciclo natural de la vida. Fue filósofo, porque practicó la sabiduría que viene de las raíces más profundas de la humanidad; traductor, porque comprendió que de cultura a cultura, el lenguaje del arte tiende un puente para la comunión; escritor, porque dejó constancia palpable de su trabajo; y maestro, porque más que profesar, entendió que el aprendizaje es cuestión de comunidad.
El estado Apure (Venezuela) lo vio nacer y crecer, Europa lo vio formarse, China le brindó continuidad a sus inquietudes, pero su vida estuvo consagrada a Nuestramérica, para adentrarse en lo más profundo de su ser.
Sólo el lenguaje pudo acompañar la entrada al laberinto, cual lámpara que alumbra a los mujeres y hombres, para consolarles del vacío.
Pronto se percató, la lámpara muy bien pulida había sido dada en préstamo, el aceite –un antiguo invento- corría por cuenta propia, y la llama iba y venía de acuerdo a ciertos códigos indomables. Y así continuó la misma caminata ya iniciada años atrás, siglos, por quienes nos fundaron y que ahora, junto a él, les seguimos.
La posibilidad de sortear las bifurcaciones sigue estando lejos, pero al alcance.
Sobre todo, al alcance de quienes sueñan y persisten en el horizonte de ese viejo juego llamado liberación que comenzó en Abya Yala y del cual nuestro Jonuel Brigue es partícipe fundamental. Sólo que ahora, él, ascendió del laberinto, y observa tranquilo, gustoso, de que pudo contribuir en nuestros pasos cada vez más seguros. El camino será nuestro arte, nuestro lenguaje y nuestra historia.
“La pregunta por el puesto de Latinoamérica
en el mundo nos lleva a la pregunta y mayor
por el puesto del hombre en el cosmos…
¿Estará en Latinoamérica el tipo humano capaz
de hablar por todos los hombres?”
José Manuel Briceño Guerrero