«Con los cambios generados por la pandemia de COVID-19 podemos reflexionar, discutir, investigar, analizar acerca de qué es la nueva normalidad y procurar pactarla entre todos, que no nos venga impuesta por aquellos que siendo tan pero tan normales tratan de normalizarnos para que produzcamos más, en su beneficio».

Esta fue una de las conclusiones de la aproximación que hizo Miguel Ángel Pérez Pirela a la idea de normalidad, desde la visión de la filosofía y en el contexto de los cambios que ha sufrido este concepto a raíz de la emergencia sanitaria mundial.

En constante interacción con la audiencia de los “Viernes de Filosofía” del programa Desde Donde Sea, el especialista venezolano dio un vistazo a la noción de normalidad en la historia del pensamiento occidental.

Planteó que a lo largo del tiempo, la normalidad ha sido una forma de dictadura, en la medida en que es impuesta a cada persona, so pena de ser excluida de los dispositivos sociales.

«Normal viene de la raíz latina que significa escuadra o regla de carpintería para establecer medidas estándar. Es lo medible, lo acordado, lo habitual«, explicó durante su disertación, en la que trató de desentrañar los vínculos que la idea tiene con otras grandes categorías, como poder, mayoría, verdad, moral, igualdad y libertad.

«Para algunos, normalidad es lo mayoritario, lo establecido por la sociedad. Es entonces un asunto de poder, una especie de dictadura. El que no sea normal está excluido. Eso nos lleva a discusiones sobre  la verdad. ¿La verdad es determinada por la opinión de la mayoría? ¿Una minoría no puede albergar en su postura la verdad?», interpeló.

En el intercambio con los participantes, se planteó el punto de las diferencias en la idea de lo normal en un mismo tiempo, pero en lugares distintos. Por ejemplo, un hombre con falda, algo normal en Escocia, no lo es en Maracaibo, lo que lleva a afirmar que la normalidad es cultural, fruto de un acuerdo social.

Las discrepancias sobre normalidad pueden darse incluso entre regiones de un mismo país. Por ejemplo, el añadirle azúcar a las caraotas negras es normal en el oriente de Venezuela y anormal en el occidente.

También se producen variaciones en el tiempo. Citó como ejemplo que la mujer estadounidense de mediados del siglo XX estaba resignada a que en su cumpleaños le regalaran una lavadora y una secadora, pues su rol era el trabajo doméstico. En la actualidad ya eso no se considera normal.

Muchas actitudes que eran normales en los años 60 no lo fueron ya en los 90 o no lo son ahora.

«¿La locura es anormalidad?», preguntó, resaltando que loco y anormal han llegado a ser sinónimos. En este punto, Pérez Pirela hizo una primera referencia al autor que más citaría en el desarrollo de su clase: Michel Foucault, quien estudió a fondo cómo la sociedad, a través de un entramado de micropoderes,  excluye a los que cataloga como anormales. 

También la normalidad suele asociarse con  lo natural, pero eso conduce a otras deliberaciones acerca de qué es natural. «Natus, la palabra raíz, significa desnudos, que es la forma como llegamos a este mundo, que se contrapone a cultus, que significa cultivar. Cuando nos ponen ropa por primera vez, dejamos el estado natural y pasamos al estado cultural».

La concepción de normalidad en el capitalismo tiene un fuerte componente de clase. Nos inculcan un concepto de normalidad de acuerdo al cual hay que parecerse a los más pudientes. Lo normal es la moda y el que no pueda pagarse esa moda es anormal. La belleza en una sociedad normalizada se basa en estereotipos y quien se salga de ellos es excluido por feo».

Uno de los aspectos de la vida más afectados por la visión de normalidad es el  sexual. «¿Ser homosexual es anormal o normal? Foucault era homosexual en los años 60, y por eso, siendo el gran teórico de la normalidad, fue discriminado. Pero para Sócrates, Platón y Aristóteles, la homosexualidad era normal, e incluso la pedofilia. Los maestros tenían relaciones físicas con los estudiantes», sostuvo.

La educación normalizadora

Explicó el moderador de Desde Donde Sea que la escuela ha sido una de las instituciones fundamentales para imponer la normalidad. Esto es así hasta tal punto que, en muchos países se llama «Normal» a la carrera docente y a los institutos donde se imparte.

La educación funciona así como un ente igualador. «En la escuela, se trata a través de la normalización de hacer a todos iguales. Eso impide la diversidad. Así como una dictadura te impone un modelo, la norma se presenta como un modelo social que implica la uniformidad. Se confunde la igualdad que debe ser respetada (la egalité de la Revolución Francesa, junto a la liberté y la fraternité, la libertad y la fraternidad) con una eliminación de las particularidades de cada individuo».

En este campo se ha llegado a extremos. El empeño en la normalización, el afán de control y la antítesis entre normalidad y locura han conducido a la situación cada vez más común de obligar a los niños a recibir psicotrópicos por ser individuos anormales  que deben ser normalizados. «Lo que antes era un niño travieso, ahora es hiperactivo y se le prescriben medicinas para normalizarlo«, señaló.

Incluso en el muy discutido fenómeno del bullying puede observarse el esfuerzo que hace la sociedad para meter a todos por el aro. «El bullying es crítica, burla, desdén contra lo anormal. Toca al diferente para normalizarlo a través de la violencia psicológica, simbólica y hasta física para que la persona se convierta en lo que son todos», observó.

Cuando se normaliza la anormalidad es como en el mito de la Caverna de Platón. El diferente termina acosado y perseguido porque la sociedad repudia la anormalidad.

La educación en general, desde la etapa inicial hasta la universitaria, es una de las maquinarias de normalización más contundentes, pues el docente, desde su posición de poder, establece cómo deben pensar y actuar los estudiantes. En ese sentido, denunció que en Venezuela, esa actitud ha sido capitalizada por el pensamiento de la derecha, donde maestros y profesores imponen sus criterios políticos, casi siempre contrarios al gobierno, y secuestrando a los niños, adolescentes y  jóvenes. «Y el que no esté de acuerdo es anormal».

La nueva normalidad

Respondiendo a los comentarios de los participantes en relación a la normalidad como sinónimo de rutina, Pérez Pirela reveló que suele reír con la actitud de gente que antes se quejaba por tener horarios y ahora, como consecuencia de la pandemia, se quejan por no tenerlos. «La COVID-19 está relativizando la idea de lo normal en materia de imposición espacio-tiempo. Ahora cabe preguntarse si es necesario que un individuo esté encarcelado de 8 a 4 en una oficina ¿Es normal, es eficiente? La gente que llora por eso está clamando por algo irracional para al individuo y a veces hasta para el jefe, pero que tiene un propósito económico. Los horarios son una imposición de normalidad por parte del mercado y del Estado».

«La nueva normalidad implicará incluso relativizar la temporalidad, preguntarnos si es normal y si es eficiente realmente enclaustrar a la gente en una oficina, sobre todo si para llegar a ella, la persona tiene que levantarse de madrugada y tomar dos o tres medios de transporte».

Lo normal como dogma y violencia

Señaló que si se concibe lo normal como el producto del consenso social, se acepta que la mayoría se arroga el poder de estructurar lo que es normal. Entonces, se observa que lo normal es conservador porque trata de imponer un dogma, que no puede ser tocado. Toda revolución se contrapone a un status quo que era considerado normal.

Otro aspecto es que lo normal es violento, pero una violencia no necesariamente impuesta a golpes, sino mediante procedimientos políticamente correctos.

Normal es lo que nos hace producirle al mercado según el modelo de maquila que se nos ha impuesto. También lo es consumir. Y hay una idea de normalidad respecto al matrimonio, a la familia ideal, al número de hijos, a la escuela, al trabajo y a muchos otros aspectos. «Por eso es que mientras Marx centraba todo en la relación patrono-trabajador, Foucault habla de micropoderes que se superponen para imponer un punto de vista o un comportamiento que la sociedad considera apropiado. Surge una especie de subjetividad grupal. Si todos nos ponemos de acuerdo en que es normal tomar café en la mañana, quien no lo haga es excluido y mal visto».

Un usuario expresó que duda de ser normal porque no le gusta el fútbol. «Yo tampoco soy normal -confesó el moderador-. Me parece anormal ver adultos en shores corriendo en un campo de un lado a otro detrás de un balón y que les paguen millones de dólares por eso. Pero el anormal soy yo porque millones personas van a verlos en los estadios».

Alexis de Tocqueville, otro filósofo ampliamente analizado en Desde Donde Sea, habló de la tiranía de la mayoría. Al estudiar la naciente democracia estadounidense alertó sobre el germen de la tiranía en las imposiciones de la mayoría, y vaticinó que en nombre de la democracia, los ciudadanos podrían preferir la igualdad a la libertad.

Foucault: herramienta de dominación

Siguió ahondando en el tema de la mano de Foucault, señalando que para el filósofo francés la normalidad es una herramienta de dominación y de control político como pocas. «El individuo asume para sí la mirada panóptica, la del vigilante, la del jefe, la del otro, la de la norma social y se la aplica a sí mismo, la hace  propia. Se autocensura. Se autojuzga a partir del criterio de la normalidad. Se impone un autocontrol, se obliga a ser normal. Por eso, para Foucault estamos en una sociedad disciplinaria», enfatizó.

Acotó que Foucault sostuvo su concepto fundamental del biopoder en la noción del panóptico, que es un vigilante  de los centros penitenciarios que puede ver a todos los prisioneros de una cárcel, sin que ellos puedan verlo a él.

“El detalle es que la disciplina no se basa en el castigo, como pasaba antes. Se castiga lo anormal. El deber ser, la moral que se impone el individuo es la norma de vida. La pareja te impone determinados comportamientos. El ámbito del trabajo también, y así en muchos campos, incluso en el sexo. Se trata de los micropoderes que se imponen ‘hechos los locos’ en todas las relaciones”.

La normalidad es entonces una herramienta de control político. Ya no proviene de la virtud, como en el caso de los griegos; no proviene de Dios, como lo era para los escolásticos en el Medioevo; no proviene del contrato social y la ley, como en la modernidad. Para Foucault, en los años 60, en un libro titulado El poder, una bestia magnífica, el criterio será lo normal o anormal, decidido por el médico. «Se medicalizaron las relaciones sociales. El médico nos dicen lo que debemos hacer, en qué circunstancia y cuándo. Se pasó del derecho y la ley a la norma. El pensamiento jurídico nos dice si algo es lícito o ilícito, pero el pensamiento médico dictamina si es normal o anormal. El pensamiento jurídico te castiga, el pensamiento médico te transforma con la excusa de sanarte. Se crea una jerarquía de individuos capaces o menos capaces. Se le evalúa como normal o anormal. La sociedad contemporánea trata de corregir al individuo con la medicalización como actividad política. Mercado y estados son instrumentos de poder».

Citó textualmente a Foucault: “En lo esencial, al loco, al desviado, al irregular, a aquel que no se comportaba o no hablaba como todo el mundo, lo percibían como a un enfermo. Poco a poco se comenzó a anexar a la Medicina el fenómeno de la locura, a considerarse que la locura era una enfermedad, a pensar que alguien pudiera estar enfermo en la medida en que pudiera estar loco. Esta medicalización es un aspecto de un fenómeno más amplio que es la medicalización general de la existencia. Tengo que dopar tu existencia para que sea normal. La norma no se define en absoluto como una ley natural, sino por el papel de exigencia y coerción que es capaz de ejercer con respecto a los ámbitos en que se aplica. Por consiguiente, la norma es portadora de una pretensión de poder, es un elemento a partir del cual puede fundarse y legitimarse cierto ejercicio de poder”

Hizo un paréntesis para comentar el caso del pintor Armando Reverón, quien estaba loco, según los caraqueños normales, los que, por cierto, no tenían ninguna creatividad. Le dieron el Premio Nacional de Artes Plásticas,  consistente en un diploma y tal vez un dinero y luego lo encerraron en un manicomio, donde terminó rayando las paredes con piedras y carbón.» Se sentían en la potestad de determinar la vida de Reverón porque ellos eran los normales», deploró.

En Vigilar y castigar, nacimiento de la prisión, Foucault  dice que «conducido por la omnipresencia de los dispositivos de disciplina, los equipos carcelarios se han convertido en una de las funciones principales de la nueva sociedad. Nos encontramos en compañía del profesor-juez, del médico-juez, del educador-juez, del trabajador social-juez. Todos hacen reinar la universalidad de lo normativo».

Recalcó que para Foucault la normalidad implica una relación de poder porque ordena, clasifica, controla y decide lo que es correcto. Quien sale de la corrección es un extraño que sufre la presión y la imposición y es víctima del biopoder.

El francés también relaciona poder y saber porque todos son controlados a partir del conocimiento. «El saber es lo que un grupo de gente comparte y decide que es verdad. Define a la vez qué es lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo normal y lo anormal. Lo psicológico pasa a través de esta verdad. El poder disciplinario controla la voluntad y el pensamiento de los individuos a través del proceso llamado normalización».

Mediante este proceso  a los individuos se les impone un rol en la sociedad. «El cuerpo social se normaliza por medio del lenguaje. En su libro La arqueología del saber, Foucault dice que los saberes o discursos son producto de ciertas condiciones. El lenguaje define lo bueno y lo malo; lo lindo y lo feo; el discurso. La palabra puede ser peor que un golpe».

En Historia de la locura en la época clásica, explica que la locura en ese tiempo implica exclusión a través del confinamiento y el encierro.  En cuanto a las cárceles, la sociedad no solo tolera sino que exige que al prisionero se le haga sufrir. “Ese formato fue llevado a los asilos, a los hospitales y a las escuelas. El capitalismo se perpetúa gracias a micropoderes presentes en todo el cuerpo social: la familia, la escuela, los medios y hasta los lazos íntimos. Vivimos es una sociedad disciplinaria. Solo mentes y cuerpos disciplinados pueden garantizar la productividad”.

En el posmodernismo, el control para obligar a ser normal no es violento, sino radica en la seducción, en el hedonismo, en el consumismo y en la biotecnología. Allí se encuentra el concepto de biopolítica. Foucault afirma que la ideología requiere del control del cuerpo del individuo para seguir adelante. Para el capitalismo es importante tratar de que los cerebros se autorregulen, se autocontrolen. Que el individuo se  autoescalvice. El biopoder es una gestión de control total de la vida. La única forma de escapar de ese control es una ética personal, tomar la vida como obra de arte para salir de la normalización.

“Si me preguntan a mí, digo que no hay que ser normal porque la normalidad es una imposición, es un poder. Cuando nos venden la nueva normalidad no les hagan caso. Lo que pasa es que ya no les funciona la vieja y buscan mecanismos para esclavizarte igual. Podemos imponer, discutir, reflexionar, investigar, analizar y decidir qué es la nueva normalidad. La COVID-19 nos da la posibilidad de discutirla y pactarla entre todos, que no venga impuesta por aquellos que siendo tan pero tan normales tratan de normalizarnos para que produzcamos más para el beneficio de ellos”

(LaIguana.TV)