En el Consejo Nacional Electoral (CNE) la historia no se cuenta en años. Tan solo existe el antes y el ahora, que es algo así como decir lo que pasó antes o después de la creación del Poder Electoral.

Además, las historias “de antes” siempre aparecen en el medio de las historias “de ahora”. Algo similar ocurre con el carnet. Usted puede medir el sentido de pertenencia de cualquier funcionario por la cantidad de veces que, en un cuento, mencione cómo antes no podía, y ahora sí, mostrar su plástico de identidad institucional.

Cuando el CNE dio los resultados de la elección presidencial, la noche del domingo 14 de abril de 2013, algo se movió en el ahora y en el carnet.

El entonces rector Vicente Díaz había roto la solemnidad del primer boletín al poner en duda, en sitio y de inmediato,  las cifras emitidas por sus colegas. Después, el candidato perdedor, Henrique Capriles, las desconoció y, acto seguido, algunas calles de Caracas, del centro hacia el este, empezaron a agitarse.

A medianoche, mientras en plaza Caracas se cerraba la jornada y se organizaban los grupos del transporte, empezaron las dudas. “¿Y si nos paran y nos ven el logo del CNE?”, se preguntaban entre sí, hombres y mujeres cansados, trasnochados, con franelas, chalecos y cachuchas institucionales.

La prudencia le indicó a muchos que había llegado el momento de quitárselas y, tras acordar enviarse mensajes para informar su buena llegada, todos partieron para sus casas. Nada les sucedió pero no podían imaginar ellos que cuatro años después, en el 2017, un trabajador electoral sería gravemente linchado en una calle caraqueña solo por vestir una franela del CNE.

El asunto es que al día siguiente, en ese abril de 2013, el Consejo hervía de anécdotas sobre el traslado, sobre la violencia callejera de los extremistas, sobre el supuesto fraude que denunciaba Capriles.

William, quien es parte de la memoria activa del CNE, echaba su propio cuento del ahora, cuando de repente partió la historia en dos. “Fraude había antes. Se hacía allá arriba. Eso lo vi yo”, decía, palabras más o menos, mientras señalaba algún sitio de Cartanal, nombre con el que, desde los años ochenta, se conoce una zona de oficinas en la mezanina de la sede electoral.

“A nosotros nos ponían a subir las cajas hasta un salón y después nos sacaban a todos y ellos se quedaban allí y que contando los votos”, rememoraba este profesional, cuyos inicios fueron como obrero del extinto Consejo Supremo Electoral.

Los cuentos se interrumpían con las noticias que llegaban sobre los sucesos de violencia callejera y los asedios que se estaban dando en contra de sedes del CNE y sus trabajadores en varios estados del país. Alguien dijo entonces que la de ahora no era una protesta para reclamar sino una guerra. Y otro dijo que menos mal había escondido su carnet del Consejo, cuando se había ido la noche anterior.

Entonces, William saltó. “¡¿Qué?! Ahora, mi carnet  yo no me lo quito. Antes sí lo hacía. No por miedo, sino por vergüenza”.

(Taynem Hernández / LaIguana.TV)