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Vamos a suponer que la Asamblea Nacional tuviera el apoyo popular necesario  para hacer valer su reciente decisión de autorizar el enjuiciamiento del presidente Nicolás Maduro. 

[Para llegar a esa suposición, claro, primero habría que aceptar que la supuesta sentencia del supuesto Tribunal Supremo de Justicia en el exilio tiene legitimidad. Y habría que reconocerle también su autoridad a la exfiscal que se autodenomina fiscal general en el exilio. En fin, hagamos ese esfuerzo con la misma buena disposición a la ficción con la que vemos una película de zombies o de máquinas para viajar en el tiempo].

Ok. Ya está. Digamos que todo lo anterior se cumplió… ¡Ajá!, y ¿entonces, quién es el presidente?

Si seguimos la corriente, se supone que, de momento, el presidente Maduro estaría suspendido en sus funciones, pues lo que habría de ocurrir ahora es que el TSJ sede Colombia, debidamente autorizado por la AN de Caracas (por cierto, ¿por qué la AN no está en el exilio, si esto es una dictadura?) procedería a enjuiciarlo. Mientras esto ocurre, se entiende que su falta es temporal, pues aún no ha sido condenado (jeje, es un decir). Bueno, pues la Constitución estipula que las faltas temporales del presidente o la presidenta son suplidas por el vicepresidente o la vicepresidenta. O sea, es decir, que hoy en día, Tareck el Aissami debería estar sentado en la famosísima silla de Miraflores.

Pero, como estamos aceptando toda clase de fantasías, digamos que el TSJ franquicia Bogotá se reúne de inmediato, juzga a Maduro con la velocidad del rayo y lo condena mañana lunes. La AN, con la misma presteza, se reúne el martes y declara la falta absoluta del presidente (olvidemos que ya lo hizo en 2017, aquello fue un ensayo). Pues bien, en tal caso, dado el hecho de que la vacancia ocurriría después del cuarto año de mandato, ¿saben a quién le tocaría ejercer el cargo por el resto del período?
Pues, sí, usted está en lo cierto: al vicepresidente El Aisami. 

Entonces, a fin de cuentas, ¿de dónde han salido esas versiones según las cuales el presidente es un señor que también está «en el exilio»? O bien,  ¿con que argumentación jurídica asumiría la presidencia temporal el presidente de la AN, un caballero de apellido Barboza, a quien los malévolos adecos de los años 80 apodaban «Caimán con sueño»? 

No se sabe de dónde pueden haber surgido tales despropósitos que lucen extravagantes, incluso si se producen en el marco de la hora loca de esta parranda.

Es muy posible que hayan sido partos de las mismas cabezas que dieron a luz la autojuramentación de Carmona Estanga, hace ya 16 años. 

En serio

 

Volvamos ahora a la realidad. Dejemos a un lado el pacto ficcional que nos permitió las fantasías anteriores, y veamos a la oposición en toda la dimensión de su drama:

La AN no tiene ningún apoyo popular. El que tuvo a principios de 2016, tras el triunfo electoral opositor de diciembre de 2015, lo dilapidaron unos dirigentes que han demostrado ser tan malos administrando victorias como lo han sido con las  derrotas. Si les quedara algo de ese apoyo, al menos su decisión de enjuiciar al presidente habría tenido la fanfarria de un modesto cacerolazo. Pero ni eso.

Si la autoridad de la AN está devaluada, ¿qué puede decirse de las gestiones de unos señores que dicen ser magistrados del más alto juzgado de Venezuela y sesionan en la sede del Congreso de Colombia, con Álvaro Uribe como gran anfitrión? 

Peor todavía es el nivel de legitimidad de la señora Luisa Ortega Díaz, a quien los chavistas repudian por traidora y los opositores, por haber sido chavista.
Por si fuera poco, la doña tiene un esposo que no puede ocultar su deseo de llegar a la Presidencia, aunque sea como primer damo.

Quedan muchas dudas. Si la AN ya suspendió a  Maduro, y es una institución tan legalista, ¿por qué no ha convocado al vicepresidente El Aissami para juramentarlo?

Y si el nuevo presidente, debido a algún retruécano jurídico, es el que está en el exilio o es el «Caimán» Barboza ¿Por qué todavía no ha nombrado sus ministros ni ha emitido sus primeros decretos? ¿Acaso el imperio los puso allí para que pierdan el tiempo?

Es que ni aun queriendo creerle, esta oposición es creíble.

(Clodovaldo Hernández)