Lula da Silva es energía en estado puro. Tiene 75 años, ha superado el cáncer, el coronavirus y la cárcel, y dice sentirse “un treintañero”. A la entrevista telemática llega en mangas de camisa y se sitúa de pie frente al Zoom. Se le ve cómodo; es viernes y responde desde su casa de São Bernardo do Campo, ciudad próxima a São Paulo, donde vive con Rosangela Silva, socióloga de la que se enamoró cuando estaba en prisión. A su espalda se aprecian unos pocos libros de tapa blanda y una bandera roja, de mesa, que exhibe las siglas del brasileño Partido de los Trabajadores (PT) y que por una extraña corriente de aire parece moverse, como en un mitin, al unísono con Lula cuando este entra en efervescencia. Algo que ocurre a menudo.

Es un fenómeno ascendente. Lula primero se deshace de las gafas (cuadradas y ostensiblemente grandes), luego eleva la velocidad de respuesta y a medida que pasan los minutos da rienda suelta al tigre político que habita en él. Habla, ríe y ruge; agita los brazos, golpea la mesa. Lula, y esta es una de las claves de su extraordinaria capacidad de arrastre, transita sin solución de continuidad por los muchos Lulas que ha sido. A lo largo de hora y media de conversación, se suceden, tras una pantalla que le queda cada vez más pequeña, el hombre que un día fue pobre y que sabe dirigirse a otros pobres, el tornero simpático, el sindicalista que se enfrentó a la dictadura militar, el candidato de los grandes mítines y hasta el presidente (2003-2011) que dio a Brasil años de grandeza, pero también el preso que se revuelve contra su condena, el político inhabilitado que busca limpiar su nombre. Lula llegó a cumplir 580 días en la cárcel por corrupción y lavado de dinero. Y tiene otra sentencia por delitos similares. Esa losa le aplasta y contra ella dirige ahora todas sus energías.

“Aprendí de una madre analfabeta que no podemos vivir resentidos, que debemos ser firmes y creer que la vida puede mejorar. Tengo mucho optimismo”, dice en uno de los escasos momentos en que se ha quedado quieto (y la banderita con él). Es solo un instante. Luego seguirá disparando a un lado y a otro, apretando el acelerador de un motor que nunca se agota y que le ha llevado a erigirse en una leyenda, tan querida como odiada, de la izquierda latinoamericana.

-¿Cómo lleva el confinamiento alguien tan inquieto como usted?

Me siento mal quedándome en casa. No me conformo con languidecer. Te vas matando por dentro. Aunque esté enamorado y viva apasionado, necesito salir, respirar libertad, hablar con la gente. Cuando me quedo sin aliento, no es por el coronavirus, es por la necesidad de hablar con la gente, de aprender con ellos. Nací a la puerta de una fábrica… Pero por ahora me cuidaré y respetaré a la ciencia. Cuando me vacunen y me autoricen, saldré.

-Brasil, a diferencia de otros países del área, atraviesa el peor momento de la pandemia. Las muertes se han disparado y la vacunación va lenta. ¿Qué está pasando?

La democracia ha sufrido en Brasil un accidente por culpa de Bolsonaro. El presidente no se preocupa por la covid ni por la economía, la educación o las relaciones internacionales. Dejamos de comprar vacunas cuando podíamos [adquirirlas], y hemos dejado de vacunar cuando debíamos [inocularlas]. Ahora mismo, Bolsonaro sigue haciendo campaña contra la vacuna y contra el aislamiento. Es casi un genocidio. Brasil no merece esto.

-¿Cómo se explica que Bolsonaro siga con un 30% de apoyo popular?

Bolsonaro logró reunir a esa parte de la sociedad que es ultraconservadora, que defiende la pena de muerte y que la gente vaya armada al lugar de trabajo, a esos que rechazan a los negros, los derechos de las mujeres, los LGTBI, los sindicatos… Pero hay un 70% que no está de acuerdo. Y es ese 70% el que garantizará la democracia. Cuando llegue el momento, se van a pronunciar.

-Pero, de momento, no se ve una oposición fuerte. Los resultados de su partido, el PT, en las pasadas elecciones municipales fueron malos. ¿No falta un líder nuevo?

-Falta que las próximas elecciones sirvan para medir nuestra fuerza. Recuerdo que cuando las formaciones a la izquierda del PSOE ganaron la alcaldía [de Madrid], mucha gente dijo que el PSOE estaba acabado. Pero ahora es el PSOE el que gobierna España. El PT sigue siendo el mayor partido de Brasil, la fuerza política más organizada. Pero ha sido víctima de una enorme campaña de destrucción, la [operación] Lava Jato. Mi inocencia está demostrada y la culpabilidad del Ministerio Público, de [el exjuez Sergio] Moro y de la Policía Federal, más que probada. Hubo una conspiración para evitar que Lula pudiera volver a la presidencia de Brasil. Involucraron a mucha gente en una mentira, reforzada por los medios de comunicación. Ahora que se sabe la verdad, ¿cómo van a decirle a la sociedad que, durante cinco años, condenaron a un inocente?

-Si consiguiese ganar la batalla judicial, ¿se presentaría a las elecciones presidenciales?

-No he de ser necesariamente candidato a presidente, porque ya lo fui. Pero gozo de una gran salud, y Joe Biden es mayor que yo y gobierna Estados Unidos. En 2022, solo tendré 77 años, un chaval. Si en ese momento los partidos de izquierda entienden que puedo representarlos, no tengo ningún problema en hacerlo. El PT, sin embargo, tiene otras opciones, como Fernando Haddad [candidato en 2018], y algunos gobernadores. La única posibilidad de que sea yo, porque no voy a disputarlo con nadie, es que la gente entienda que soy el mejor candidato. Si no, me contentaré con salir a la calle para hacer campaña por un aliado nuestro.

-Hablando de Estados Unidos, el último acto de Donald Trump fue alentar un asalto al Capitolio. ¿Podría ocurrir algo similar en Brasil si Bolsonaro pierde las elecciones?

-Bolsonaro va a perder las elecciones, y la victoria será de alguien progresista, espero que sea el PT. Pero el presidente ahora mismo está facilitando la venta de armas, y quienes las compran no son los trabajadores. ¿A quién le está vendiendo armas Bolsonaro? A la élite agrícola, a expolicías, a la banda que mató a Marielle [Franco, concejala de Río de Janeiro]… Si el PT vuelve a ganar las elecciones, desarmaremos al pueblo y recuperaremos el humanismo. Solo hay un remedio para este país: fortalecer la democracia. Tengo absolutamente claro que podemos volver a ganar las elecciones. Lo que parece imposible hoy será posible mañana. Este país es poderoso. No quiero que la sociedad vote a un Trump o a un troglodita como Bolsonaro nunca más. La gente tiene que votar a hombres que piensen en el bien.

-O a mujeres, ¿no, presidente?

Si hay una persona que ha apostado por las mujeres, ese soy yo. En el PT tuvimos a una presidenta y el 50% de mi partido son mujeres.

-¿En qué se diferencia el Lula que llegó al poder en 2003 del Lula de ahora? ¿Qué le enseñó la cárcel?

El Lula de hoy no es diferente del Lula de 2003. Tengo más experiencia, soy un poco más viejo, pero sigo teniendo las mismas ganas y la misma certeza de que es posible cambiar Brasil. Soñé que era posible construir un bloque económico fuerte en Sudamérica. Hoy, con la Unión Europea no se puede ya negociar. Seamos sinceros, [mi tiempo] fue el mejor momento de América Latina desde Colón. Y ahora, la región debe convencerse de que no puede seguir siendo la parte del mundo con más paro, más miseria y más violencia. Brasil tiene que recuperar protagonismo internacional y esto es lo que los estadounidenses no quieren. No quieren competencia. Por ejemplo, no es aceptable que Trump amenace con invadir Venezuela y que los países europeos reconozcan a Juan Guaidó como presidente. ¿Cómo pueden reconocer a un impostor, que no se presentó a las elecciones? Europa ha desaparecido de la política. Todo son comisiones. Comisiones para esto, para aquello… todos burócratas. La política tiene que volver a asumir su papel, tomar grandes decisiones.

-Pero ¿qué ha cambiado personalmente con su encarcelamiento?

Si dijera que no le guardo rencor a algunas personas, estaría mintiendo. Pero nunca en mi vida me he dejado llevar por mis rencores. Cuando sentimos odio, dormimos mal, digerimos mal. Como siempre fui consciente de lo que me ocurría, nunca dudé. Durante mi detención, se intentó conseguir que saliera con una tobillera electrónica. ¿Y qué les dije? Que no cambiaba mi dignidad por mi libertad. Era consciente de las mentiras de Moro. Ahora toca que el Tribunal Supremo vote y decida [la defensa de Lula pide la suspensión de Moro, lo que anularía sus juicios]. Por primera vez se enfrentan a un político que no les tiene miedo porque es inocente. Y el día en que el Supremo adopte esa decisión, van a tener que decir que los demás mintieron, que Globo mintió, que toda la prensa mintió. Será el momento del perdón. Me imagino el día en que en el principal telediario digan: “Buenas noches, hoy queremos pedir disculpas al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva porque nos creímos la mentira de Dallagnol y Moro”.

-Eso es una utopía, ¿no, presidente?

Usted cree que es imposible, pero yo creo que ocurrirá. No sé si estaré vivo, pero, aunque esté en mi tumba, me levantaré por unos segundos de alegría porque por fin la verdad habrá salido a la luz.

-¿No dejará antes la política?

No, no lo creo. La política está en mi ADN, es una parte de mi cuerpo. Cuando esta célula deje de cumplir su función y yo muera, dejaré de hacer política. Fuera de la política, no hay salida para la humanidad, para la democracia, para el crecimiento económico y la distribución de la riqueza. Todo depende de la política.

(El País)