Las derivaciones políticas relacionadas con la epidemia han sido impactantes. En la semana se difundió el balance del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos (equivalente al Ministerio de Salud) donde reconoce que durante 2020 presionó a gobiernos latinoamericanos para que no compren la vacuna rusa Sputnik V y menciona a los gobiernos de Panamá y Brasil.

En un apartado del informe, que titulan: “Combatiendo influencias malignas en las Américas” explican que usaron la diplomacia para evitar que países como Rusia, Venezuela o Cuba, “aumenten su predicamento” en la región a través de la vacuna rusa anticovid y de las brigadas médicas internacionalistas de Cuba. La vacuna y los médicos cubanos actuarían “en detrimento de la seguridad de los Estados Unidos”, según el documento.

El informe se difundió esta semana cuando Estados Unidos ronda la cifra del medio millón de muertos por la pandemia como resultado de la política de Donald Trump, partidario de que “mueran los que se tengan que morir”. Y Brasil, el país al que la Casa Blanca le impedía el acceso a un remedio estratégico, alcanzó esta semana la cifra escalofriante de los 290 mil muertos por coronavirus en total y 3150 muertos por día.

La diplomacia de Donald Trump presionó al gobierno de Jair Bolsonaro para profundizar esa política de brazos caídos ante la pandemia gracias a la cual ese país es el tercero a nivel mundial por la cantidad de contagios (después de Estados Unidos y la India) y el segundo en cantidad de muertos (después de Estados Unidos). 

El país que fue presionado para que no compre vacunas está sufriendo “el mayor colapso sanitario y hospitalario de su historia”, según la Fundación Oswaldo Cruz, el mayor centro de investigación científica de América Latina. En 19 ciudades capitales brasileñas, las unidades de terapia ya sobrepasaron el 90 por ciento de su capacidad y se han acelerado las muertes por la falta de cupo. La crisis llevó a Bolsonaro a ceder y cambiar de ministro de Salud. Sacó al general Eduardo Pazuello, que no sabía nada del tema y puso al cardiólogo Marcelo Quiroga.

Trump y Bolsonaro coincidieron en esa frase tremenda sobre la muerte de los que se tienen que morir. Una metáfora malthusiana para justificar el sacrificio (evitable) de miles de personas, entre sanos de todas las edades, mayores de 60 años y pacientes de enfermedades como diabetes, coronarias, respiratorias o inmunodeprimidas.

Esa frase tuvo status local en su momento, cuando al promediar la cuarentena estricta de la primera etapa, el ex presidente Mauricio Macri se comunicó con el presidente Alberto Fernández para expresarle su desacuerdo con la cuarentena porque igual iban a morir los que tuvieran que hacerlo.

Cuando se produjeron las primeras marchas anticuarentena Macri se había expresado “ogulloso de los miles de argentinos que salieron ayer para decirle basta al miedo y al atropello, y sí al trabajo, al respeto y a la libertad”. En el mismo sentido había hecho declaraciones en Europa. Las palabras de Macri a Alberto Fernández repitieron lo que venía diciendo: ”dejemos a toda la gente en la calle, que se mueran los que tengan que morir”. Ese parentesco ideológico entre Trump, Bolsonaro y Macri, induce a visualizar a Brasil y Estados Unidos como el escenario de tragedia humanitaria que podría haber sido la Argentina si hubiera predominado esa idea.

«Lo lamento por los que perdieron a sus seres queridos pero así es la vida», respondió el año pasado el presidente brasileño a un grupo de periodistas que le preguntaban por las víctimas de la epidemia. «Soy Mesías -por su segundo nombre-, pero no hago milagros. La vida es así. Mañana seré yo y espero que me llegue de la manera más digna posible y dejar una buena imagen».

La difusión del balance anual del Departamento de Salud norteamericano demostró que la epidemia y las vacunas se han convertido en factores de la geopolítica mundial. Ante la aceptación mundial de la Sputnik V, Estados Unidos retomó el lenguaje de la vieja Guerra Fría y el presidente Joe Biden calificó de asesino a su par ruso, Vladimir Putin.

Y lo mismo hizo el premier británico Boris Johnson que anunció un insólito incremento de la presencia bélica del imperio en sus 14 territorios de ultramar, como ellos denominan a sus enclaves coloniales, uno de los cuales son las islas Malvinas. Son mecanismos que exponen la dificultad de las potencias occidentales frente a un mundo cada vez más multipolar con Europa, Rusia y China que surgen frente a un Estados Unidos debilitado.

Cuando Trump descubrió que cuanto menos se la combatiera la epidemia afectaba más a la economía, cambió de línea, cerró la exportación de vacunas y comenzó a acapararlas. Con Biden esa política no cambió. Estados Unidos habilitó contratos por 1500 millones de vacunas y tiene 300 millones de habitantes. Sus contratos con Pfizer, Moderna y Johnson quintuplican la cantidad de habitantes, sin embargo, no dejan salir ninguna vacuna de sus fronteras.

La vacunación en Estados Unidos es tan generosa que muchos ricos mexicanos viajan al país vecino para vacunarse ya que no exigen ciudadanía ni residencia. El contraste con su vecino México, que tiene problemas para conseguir vacunas como sucede en casi todo el planeta, es muy evidente. El Papa Francisco encaró personalmente conversaciones con Biden para que, por lo menos, deriven las vacunas sobrantes.

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