En esta edición del Desde Donde Sea Filosófico, Miguel Ángel Pérez Pirela presentó una introducción a la obra del austríaco Ludwig Wittgenstein, filósofo contemporáneo del lenguaje, formado inicialmente como ingeniero aeronáutico. 
 
Su obra, explicó, podría dividirse en dos: el llamado primer Wittgenstein, cuyo pensamiento está recogido en el Tractatus Logico-Philosophicus, reflexiona el lenguaje desde la Filosofía Analítica; el segundo, treinta años después, propone entender el lenguaje como un juego con reglas variables, en el que el significado de las palabras viene dado por su uso cotidiano. 
 
El lenguaje como representación del mundo
 
Pérez Pirela precisó que el primer Wittgenstein, en su Tractatus Logico-Philosophicus, aparecido en 1923 y escrito durante los años de la Primera Guerra Mundial, plantea que el lenguaje funciona como puente entre la realidad y la mente, lo que dicho de un modo más formal significa que hay identidad entre lo dicho y la realidad, razón por la cual puede asegurarse que existe un paralelismo entre el lenguaje y la realidad; más precisamente, entre la mente que piensa, la palabra que esta expresa y la realidad. 
 
Esta noción, apuntó, puede sintetizarse como sigue: «Los límites de mi lenguaje son los límites del mundo». 
 
Para ilustrar su funcionamiento concreto, preguntó a la audiencia si cuando nombramos las cosas de la realidad y en la realidad, realmente estamos nombrando las cosas que nombramos y usó como ejemplo una taza. 
 
De esta manera, cuando se dice «esto es una taza» y se le da el apelativo taza a un objeto concreto, ¿realmente esa palabra representa la existencia de la taza? ¿Es la taza de la realidad en cuanto tal o es la taza que se expresa y experimenta a través del lenguaje? ¿Existe un paralelismo entre la taza real y el hecho de que sea llamada taza y se le atribuya semánticamente la condición de realidad?
 
Asimismo, apeló al párrafo inicial de la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez: 
 
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». 
 
La última oración de García Márquez, en la que indica que las cosas, la realidad, el mundo, carecían de nombre, carecían de lenguaje y había entonces que señalarlas con el dedo. Por tanto, explicó el filósofo venezolano, el lenguaje funciona como descripción de la realidad, señala la realidad y al señalarla, en cierto modo la hace existir en esa relación dialógica y epistemológica entre realidad y pensamiento que establece el primer Wittgenstein.
 
Adicionalmente, apuntó que la génesis de Macondo es la génesis del lenguaje, del niño que no conoce la realidad, que no conoce el hielo, en un mundo que, como ese niño, carece también de nombres. 
 
Empero, el uso del lenguaje en tanto representación de la realidad, remonta al Génesis bíblico, pues para crear el mundo, Dios nombró las cosas, de donde se deduce que ese Dios es un Dios de lenguaje, de palabra y es esta la que crea al mundo, por lo que la palabra viste al pensamiento y se establece como puente epistemológico con la realidad. 
 
¿Los límites del lenguaje son los límites del mundo?
 
Regresando a los planteamientos del primer Wittgenstein, el también director de LaIguana.TV puntualizó que al señalar que los límites del lenguaje son los límites del mundo, se establece como condición necesaria para la existencia de las cosas que estas puedan ser pensadas, puesto que si no pueden ser nombradas, entonces no existen. 
 
Así, para responder a la pregunta, ¿bajo qué criterio puede demostrarse que lo dicho se corresponde con la cosa?, Wittgenstein asegura que para que una proposición sea verdadera, el hecho que describe dicha proposición debe darse efectivamente. Si esto no sucede, entonces la proposición es falsa, lo que se asemeja a la idea de verdad que tenían los escolásticos, que la entendían como adaequatio intellectus ad res, es decir, como la adecuación del intelecto –la mente– a la cosa. 
 
Sobre la base de estas reflexiones, Ludwig Wittgenstein sostendrá que independientemente de su veracidad, una proposición tiene sentido porque describe un estado de cosas posibles, de manera tal que la realidad se concibe como la totalidad de los hechos posibles. 
 
Si se recuerda que el lenguaje es reflejo de la realidad, entonces puede concluirse que para el primer Wittgenstein, el lenguaje es un agente epistemológico, cuya funcionalidad se soporta en considerar que la realidad es una estructura estable, sin posibilidad de cambio. 
 
Así, en su conocida frase «de lo que no se puede hablar, es mejor callar», está contenida una especie de prepotencia lingüística y epistemológica, según la cual el lenguaje abarcaría completamente todos los ámbitos de la realidad, pues bajo su punto de vista, todo de lo que se habla, corresponde a la realidad y, a su vez, la realidad es abarcable a través del lenguaje. Por tanto, si no se puede hablar de algo, es porque eso no existe. 
 
El significado de las palabras es el que el uso les otorga
 
Pérez Pirela puso en cuestión estas conclusiones de Wittgenstein echando mano de Heráclito y su noción de realidad cambiante, dinámica, no definitiva. Si se atentara contra la premisa de la realidad definitiva, indispensable para sostener la tesis central del Tractatus, ¿podría ser definitivo el lenguaje?
 
A su parecer, la respuesta es que no, porque si la realidad cambia, el lenguaje, que tiene que la pretensión de representarla, es necesariamente cambiante. De este modo, por ejemplo, a consecuencia de la pandemia, empezaron a usarse expresiones, que aún conocidas, no eran de uso común, refirió. 
 
Adicionalmente, precisó que la realidad no es completamente representable por el lenguaje entendido como palabras, que, por ejemplo, por muy prolijas que puedan ser, no pueden recoger plenamente el sentido de gestos no verbales. 
 
Esta limitación infranqueable, relató el comunicador, hizo a Wittgenstein cuestionar profundamente su pensamiento durante largos años y en la síntesis, recogida en sus Investigaciones filosóficas, de 1953, afirmó que el significado de una palabra, no es otra cosa que el uso que se le dé en la cotidianidad, proceso que es la resulta de un contexto cultural específico en el que se produce un acuerdo lingüístico social. 
 
La consecuencia epistemológica más importante de esta tesis –y que niega la de su obra anterior– es que ninguna palabra es capaz de representar unívocamente a la realidad, puesto que el punto de vista para analizar el lenguaje ya no está soportado en la lógica sino en la pragmática.  
 
Por esa razón, explicó Pérez Pirela, el vienés centrará su interés en el comportamiento de los usuarios del lenguaje, con el propósito de determinar para qué sirve este y arribará a la conclusión de que el criterio para determinar el uso correcto de una palabra o de una proposición estará determinado por el contexto, en tanto reflejo de la forma de vida de los hablantes, noción que será conocida como «juego del lenguaje». 
 
De esta manera, es imposible establecer una relación entre el conocimiento, la realidad y el pensamiento. Es decir, no existe una relación unívoca entre el pensamiento y la realidad, sino una relación compleja, en la que no todo está dicho y no todo está establecido. 
 
En este punto de su filosofía y a contrapelo de lo que sostuviera en su Tractatus, Wittgenstein negó la existencia de un lenguaje ordinario, en tanto tampoco existe uno extraordinario y las palabras, al tratar de definir la realidad, no tienen significados definitivos.
 
Para facilitar la comprensión de las ideas de este segundo Wittgenstein, el filósofo comentó que, por ejemplo, en redes sociales como el WhatsApp, los mensajes se escriben atendiendo a otra ortografía, a otras formas del lenguaje, que a menudo no se corresponden con las normas establecidas e incluso es posible identificar formas expresivas propias en grupos culturales particulares, como la comunidad de los gamers o los tiktokers, que han desarrollado una jerga que puede resultar incomprensible para quienes no están familiarizados con los vocablos. 
 
No en balde, señaló para concluir, los criterios pragmáticos expuestos por Ludwig Wittgenstein en Investigaciones filosóficas señalan que el sentido de una palabra se construye al interior de un conjunto de reglas, que son las que delimitan qué es verdadero y qué es falso.  
 

(LaIguana.TV)