Montar un show en el que el “enemigo” sea tratado como un prisionero del circo romano y emitir mensajes destinados a que sus audiencias gocen de tal espectáculo es una de las funciones que tiene asignada la prensa proimperial en la incesante guerra del capitalismo hegemónico contra cualquier país, organización o persona que no se le subordine. 

Esa tarea la están desempeñando ahora mismo contra Álex Saab, el representante diplomático venezolano detenido ilegalmente en Cabo Verde y trasladado de la misma manera a Estados Unidos. 

Tal vez algunos quieran creer que los ejercicios de sadismo de ciertas individualidades de la prensa canalla son solo eso: expresiones de los trastornos psicológicos de esas personas, cuyas almas ya no aguantan más corrosión. Pero la verdad es que la humillación es parte del modus operandi imperial y de las derechas globales y locales, las mismas por cierto que tanto dicen defender los derechos humanos. 

La prensa, tristemente, desempeña un rol estelar en la ejecución de los actos de humillación, pues estos van dirigidos no solo a degradar a la víctima directa, sino principalmente a amenazar y amedrentar a quienes la defiendan o compartan sus ideas políticas. Por eso es necesario que se difundan masivamente. 

Cuando ciertas figuras infaustas de la mediática opositora “informan” (en realidad, celebran) que Saab haya sido sometido a una “revisión de cavidades” se pone en evidencia la degradada condición moral de tales individualidades. Pero, más grave que eso es que la élite dominante está enviando un mensaje: cualquiera que ose desafiar los dictados del poder imperial va a ser ultrajado públicamente, su dignidad humana será pisoteada y, de paso, los bufones de la corte harán fiesta con los agravios. 

Al humillar al adversario político se le deshumaniza, se le reduce a una condición en la que se justifica incluso su aniquilación. Tal ha sido la base de muchos de los grandes genocidios y guerras civiles de las últimas décadas. 

Una vieja maña 

Contrario a lo que algunos aprecian, en el caso de la prensa opositora venezolana no es una conducta nueva, que podría entenderse como consecuencia de la acumulación de años tratando sin éxito de desplazar del poder a la Revolución Bolivariana. No. Es una actitud que ha brotado desde el principio y de manera natural cada vez que las circunstancias parecen ser favorables al desmelenamiento, a la exteriorización sin tapujos de los bajos instintos. 

Así podemos recordar el ensañamiento de los periodistas, locutores, comentaristas, anclas y entrevistados consuetudinarios de los medios venezolanos contra todo lo que oliera a chavismo la noche del 11 de abril y, sobre todo, a lo largo del 12 de abril de 2002.  

De antología fue la cobertura laudatoria que le dieron a las violentas e ilegales detenciones del diputado Tarek William Saab y el ministro Ramón Rodríguez Chacín; los esfuerzos que hicieron para que la gente delatara el paradero de otros dirigentes amenazados de muerte; y la apología que hicieron del asedio a la embajada de Cuba en Caracas. 

Sórdidos han sido los momentos relacionados con las muertes violentas de dirigentes chavistas y otras personas cercanas a la Revolución. La más cruel morbosidad fue el factor común en el tratamiento de imágenes de los cuerpos del actor Yanis Chimaras y de los cuadros revolucionarios Robert Serra y Eliézer Otayza. Se usaron las fotos de los cadáveres no solo para someter a escarnio al fallecido, sino también para amenazar a otras personas. 

Y no se ha tratado solo de fotos que circulan por Internet o las redes sociales. También grandes medios de comunicación han participado en este festín. Recordemos que el reputado diario español El País presentó en primera plana una supuesta foto del presidente Hugo Chávez en el quirófano, sumándose a la campaña sensacionalista en torno a la etapa terminal de la enfermedad del comandante. El propósito era mostrar por fin vencido a quien había tenido el atrevimiento de desafiar a un sistema que se consideraba omnímodo. 

Todas esas conductas macabras tienen el mismo objetivo que la ahora célebre “revisión de cavidades”: humillar, vejar, escarnecer, agraviar a la persona afectada y a sus familiares, amigos y seguidores. También procuran hacerle ver lo que les espera a quienes comparten la bandera política de la víctima. 

Hubo muchos más episodios de esta naturaleza, pero, para abreviar el recuento, corramos la cinta hasta 2016, cuando un arrogante y pendenciero Henry Ramos Allup ordenaba sacar de la sede de la Asamblea Nacional los retratos no solo de Chávez (algo comprensible, después de todo, dado el rencor almacenado contra quien los desplazó del poder a voto limpio), sino también el de Simón Bolívar, con argumentos de orden racial (“es amulatado”, dijo). Esa fue una muestra clara de la intención de humillar al oponente recién derrotado y de enviar el recado acerca de lo que pensaban hacer, no ya con retratos, sino con la gente de carne y hueso, ahora que, por fin, habían ganado unas elecciones.  

Los medios festejaron tales manifestaciones de intolerancia y si alguno las cuestionó fue para luego justificarlas, alegando que las había causado el chavismo por sus tres lustros previos de conductas sectarias. 

En el terrible año 2017, cuando la estrategia de los disturbios focalizados les dio a los opositores la esperanza de un inminente derrocamiento de Nicolás Maduro, la maquinaria mediática se solazó al presentar los oprobios cometidos por manifestantes completamente enceguecidos por el odio, al punto de quemar vivos a otros seres humanos solo por tener aspecto de chavistas. Fue este el tiempo en el que un reputado opinador mediático, desde entonces apodado “el Sociólogo del Matero”, escribió que cada venezolano (opositor) debía neutralizar a un miembro del Plan Zamora (chavistas) y que para ello “se vale hasta materos”. Infortunadamente, al día siguiente alguien siguió sus instrucciones y lanzó una botella de agua congelada contra una marcha progubernamental, asesinando por fractura de cráneo a una persona inocente, que ni siquiera era parte de la manifestación.  

De ese oscuro tiempo, una muestra excelsa de que la humillación es una de las “formas de lucha” diseñadas por los “tanques pensantes” imperiales fueron las alabanzas de la canalla mediática a los guarimberos que innovaron con las llamadas puputovs. Arrojarles excrementos a los funcionarios antimotines no fue solo una forma de provocar reacciones represivas, sino también una manera particularmente oprobiosa de degradación y deshonra. 

La maquinaria mediática legitimó en esos días esas y otras barbaridades y le dio amplia difusión a los llamados escraches (en rigor, los estimuló abiertamente), mediante los cuales se hostigó a funcionarios públicos, a familiares de estos e, incluso, a individuos que fueron confundidos con gente del gobierno. 

El modelo es de uso universal contra gobiernos no subordinados y movimientos populares. Fuera de nuestras fronteras, pero bajo el mismo esquema, la humillación como táctica de guerra se hizo presente en la Bolivia desestabilizada por la ultraderecha golpista y sus aliados externos (EE.UU., Almagro, Macri, Duque y otros especímenes análogos). Basta recordar la forma cómo fue vejada la alcaldesa Patricia Arce, con el beneplácito de la prensa global que aplaudía el derrocamiento de Evo Morales y lisonjeaba a la dictadora Jeanine Áñez y a la banda de fascistas que la acompañó. 

Como casi todo en la oposición, el uso de la humillación contra el adversario puede considerarse una imitación de conductas de Estados Unidos (cuando no del cumplimiento de sus órdenes). En ese campo, las élites norteamericanas tienen numerosos posgrados, tal como pudo saberse hace algunos años con la difusión de las degeneradas imágenes de la cárcel de Abu Ghraib, en las que los prisioneros islámicos son sometidos a toda clase de injurias, mientras sus torturadores gozan sádicamente. “Esta serie de imágenes son solo una instantánea de las tácticas sistemáticas empleadas por Estados Unidos durante más de cuatro años de guerra global contra el terror”, admitió entonces la periodista estadounidense Joan Walsh. 

El tratamiento que se le dio también a los cuerpos de Sadam Husein y Muamar Gadafi son también muestras de esta tendencia a la humillación del “enemigo”, sea en vida o después de muerto. 

En todo caso, el respaldo que encuentran las manifestaciones de las figuras mediáticas que ensalzan la humillación de los prisioneros de la guerra contra Venezuela debe entenderse como el síntoma de la grave enfermedad que aqueja a un segmento de la sociedad envenenado por las mismas incesantes campañas de odio. Son pacientes de otra pandemia que en algún momento habrá que atender. 

Reflexión dominical

La mentalidad neocolonial. Entre los periodistas venezolanos de oposición, la mentalidad neocolonial se expresa de múltiples formas. Puede apreciarse en los temas que privilegian; en el lenguaje que utilizan; en las fuentes a las que recurren y en los recursos gráficos que emplean como complementos. Es un tema que da para varias tesis de grado, pero vamos a limitarnos a unas palabras sobre una de las matrices que ayudan a edificar, según la cual en Estados Unidos funciona una democracia ejemplar, con clara separación de poderes y una justicia impoluta que solo responde a las leyes, razón por la cual merece ser aplicada fuera de las fronteras de ese país.  

Ese constructo (como diría un sociólogo de los que no lanzan materos) les permite, por un lado, legitimar las acciones que realice el tinglado de poder estadounidense, validando a la superpotencia como policía, fiscal, juez y verdugo del mundo entero. 

Por otro lado, tal discurso les sirve para dar por ciertas sus “denuncias” tan pronto cualquier juececillo de EE.UU. dicte una medida contra alguno de los individuos o colectivos previamente acusados por la maquinaria mediática. Es la falacia de la profecía autocumplida en un ejemplo de manual. 

Esto lo acabamos de ver con el caso Saab. Para la llamada “prensa libre” (financiada por EE.UU., no debemos dejar nunca de repetir este dato) es suficiente que el supuestamente inmaculado e independiente aparato judicial gringo haya logrado extraerlo de Cabo Verde, le haya obligado a vestir de naranja, no sin antes revisarle las cavidades, para que al empresario y representante diplomático se le deba considerar culpable. Y, en consecuencia, se den por ciertas las conclusiones de las “investigaciones” realizadas por esos medios, también presuntamente independientes y puros.  

Desde la distancia impuesta por la polarización política, yo (permítaseme la estricta primera persona en este caso) me pregunto si esos colegas creen de verdad que en EE.UU. la justicia funciona de manera independiente del Ejecutivo y de los poderes fácticos que manejan esa nación. En el caso de varios a quienes conozco bien, dudo mucho que en realidad crean semejante cuento de camino, solo apto para ignorantes o fanáticos, una patraña desmentida por la realidad cotidiana y hasta por muchas películas de Hollywood y series de Netflix. Así que si sostienen esa narrativa (palabra de moda, perdonen el esnobismo) será por otra razón. Prefiero no especular cuál. 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)