A un año y medio del inicio de la pandemia de coronavirus y sus implicaciones, vamos percibiendo y -en el mejor de los casos- reconociendo las consecuencias de lo que creímos resguardo: la sobreexposición a contenidos digitales.

En tres entregas, la periodista e investigadora Naile Manjarrés ha explicado los efectos de llevar tanto tiempo expuestos a la indigestión de información  y contenidos no siempre beneficiosos. Esto se percibe en tres niveles: los tipos de contenidos a los que estamos expuestos (entretenimiento digital barato), la adicción de los niños y adolescentes a las herramientas digitales (además de su poca tolerancia a la vida real en la cotidianidad) y el agotamiento de los creadores y difusores de información obligados a responder a las demandas de consumidores adictos a lo «nuevo» y viral.

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Aquí entran la sobreexposición pública, la pérdida del anonimato, la caída de ingresos, cansancio y la tan en boga: ansiedad. Se suma la obsesión por no perder el interés de los demás ¿cómo mantenerlo si ya contaste todo? No solo lo que sabes o crees saber, si no tu vida, tus experiencias pasadas y presentes, tus proyecciones de futuro; ya mostraste lo que comiste, lo que hiciste desde que despertabas hasta que dormías, ya vimos todo, llegado a un punto se preguntan ¿qué más hacer para llamar la atención y ganar vistas sin perder la dignidad en el camino?

Las exigencias de los consumidores no parecen respetar ni hacer amigable la rutina de escribir, grabar, editar, promover, y volver a comenzar pues ellos mismos están sometidos a un círculo vicioso: despertar, revisar, hacer ‘scroll’ consumir y comentar. Por otra parte, las grandes plataformas de entretenimiento tienen su propio ciclo: crear- copiar y bombardear.

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Esto ya lo resienten los creadores de la plataforma china TikTok que cada vez exige más y más contenidos digeribles en no más de 60 segundos. ¿Es este tiempo suficiente para orientar a los adolescentes sobre todo lo que no conocen? ¿O los están condicionando a repetir respuestas light prefabricadas?

Si la pandemia de COVID-19 en sí misma ha funcionado como mecanismo de control e hipervigilancia poblacional, de cara a los creadores de contenidos, coach, gurús y exponentes la  hiper comunicación y sobreexposición mediática también está haciendo honor  la teoría Darwinista de la evolución, pero con una variante: la supervisión no del más sano, ni del más fuerte, sino  del que lo aparente.

(LaIguana.TV)