Este jueves 18 de noviembre, Miguel Ángel Pérez Pirela ofreció a la audiencia de Desde Donde Sea una clase de filosofía del Renacimiento, particularmente sobre la obra de Nicolás Maquiavelo, considerado el padre de la filosofía política moderna. 

Avanzó sus reflexiones con base en lo desarrollado por Gennaro Sasso en su obra » Niccolò Machiavelli», recogida en dos volúmenes, así como en lo expuesto por Jacques Chevalier en Historia del Pensamiento. 

El tiempo de Maquiavelo

El experto acotó que a contrapelo de lo que suele decirse, Maquiavelo no era italiano, sino florentino, pues el territorio que hoy se conoce como Italia no estaba unificado como un Estado Nación, sino que se dividía en principados, ducados y ciudades-Estado, que además estaban enfrentados entre sí. 

Así, cuando el pensador florentino escribió El Príncipe, su trabajo más conocido, en Europa comenzaban a consolidarse los Estados nacionales -siendo Francia el ejemplo más notorio-, lo que contrastaba con la realidad que le circundaba. 

A modo de contexto, Pérez Pirela recordó que en la Edad Media, el conocimiento estaba celosamente resguardado por el clero. A esto habría de poner fin el Renacimiento, período en el que se realizaron aportes en distintos ámbitos del saber, motivados por la idea de reflotar la grandeza de las sociedades helénicas y romana. 

Además, puntualizó, se desplazó a Dios como centro del mundo en favor del Hombre, que fue puesto como centro de todo el saber, aún a pesar de la tenaz oposición de la Iglesia Católica.

De particular y duradero impacto fueron el conocimiento anatómico del ser humano, que además tuvo resonancia en las artes, especialmente en la escultura, así como la arquitectura, que supuso una renovación estética. 

De ese tiempo histórico emergió un ser humano que, en lugar de fundamentar su existencia en explicaciones teológicas, se apoyaba en el conocimiento científico para dar cuenta del mundo. 

La contribución de Maquiavelo a la teoría y práctica política 

Es en este contexto que surge la obra de Maquiavelo, cuya motivación es aún objeto de debates. A este respecto, el también director de LaIguana.TV, de la mano de la tradición republicana, considera que El Príncipe fue escrito para susurrarle al pueblo los desmanes de la política, que hasta entonces estaba fundamentada en un deber ser siempre presentado como bueno. 

Desde su punto de vista, El Príncipe partió en dos no solo la teoría sino la práctica política, pues plantea la política como el lugar del ser y no del deber ser, de lo que se desprende que, en contraste con lo que regía hasta entonces, no está soportada en la idea del bien. 

En ese orden, detalló, Maquiavelo alega que la única preocupación que debe tener el político es conseguir y conservar el poder, por lo que el príncipe -entendido en términos de ‘el gobernante’- deberá rodearse de quien le permita conseguir sus fines. Por esta razón, añadió, se asume que para Maquiavelo, la política es utilitarismo. 

Con el objetivo de desarrollar esta idea, refirió que el filósofo florentino escribió otras obras además de El Príncipe, como El Arte de la Guerra, en la que planteó que en la guerra deben emplearse tropas propias y no mercenarios, pues estos podrían rápidamente traicionar a los gobernantes al recibir una oferta económica mayor.

En particular mencionó que al cierre de El Príncipe, Maquiavelo hace un llamado a la unificación de Italia. Y si bien es cierto que esta idea la presentó primero Dante Alighieri, no cabe duda de que ambos fueron adelantados a su tiempo. 

Justamente por ello, Maquiavelo defendió la conformación de un ejército «nacional» -más bien, de Florencia-, meta que no consiguió, precisamente porque los florentinos carecían de sentido de pertenencia. 

De otra parte como El Príncipe trata sobre el arte de gobernar, se centra en las cualidades que debe tener cada gobernante y sobre las maneras a las que se accede al poder, que son, para Maquiavelo, solo tres: por las armas, por la intriga y con la ayuda del pueblo. 

En sus reflexiones asevera que quienes llegan al poder por herencia, lo alcanzan fácilmente, pero se les dificulta mantenerse en él; mientras que quienes llegan por las armas, les cuesta mucho más alcanzarlo, pero una vez logrado ese propósito, les es más fácil conservarlo. 

El experto venezolano indicó que Maquiavelo sostiene -demostrando que para él la política no está permeada por la moral- que hay que usar la violencia para aplastar a los enemigos. Recomienda, en ese caso que la violencia se use de una sola vez y no se divida en acciones más pequeñas, pues ello daría tiempo al enemigo de contraatacar. 

Con estos detalles, apuntó, se entiende mejor el empeño de Maquiavelo en la creación de un ejército propio, del que, sin embargo, dirá que ha de utilizarse con mesura, en tanto que el uso excesivo de la violencia convierte al príncipe en un tirano. 

Por todo lo antes dicho, redondeó Pérez Pirela, se desprende que uno de los motivos que impulsó a Maquiavelo para escribir El Príncipe, fue la unificación de Italia. 

¿Es mejor ser temido que amado?

En otra síntesis, el comunicador puntualizó que en resumidas cuentas, en el planteamiento maquiaveliano se puede identificar una especie de triángulo, que actúa a modo de soporte de la política y cuyos vértices son las armas, la suerte y la astucia, entendida esta como una suerte de arte del engaño. 

Para ahondar en lo último, procedió a citar extensamente a Maquiavelo en El Príncipe: «Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido o temido que amado. Nada mejor que ser ambas cosas a la vez, pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una,  (…) declaro que es mejor ser temido que amado, (…) porque el miedo al castigo no se pierde nunca. En cambio, el amor es gratitud y eso puede perderse».

Y, seguidamente, refirió que, para el pensador renacentista, «los hombres ofenden mucho más al que aman que al que temen», de lo cual, asegura, hay numerosos ejemplos históricos, pero  Maquiavelo deliberadamente elige la traición de Brutus y Cassius a Julio César para ilustrar su punto. 

La política como arte del aparecer

Para Pérez Pirela, el autor podría considerarse como un precursor del ‘marketing’ político, plantea que la política no es el lugar del ser, sino del aparecer, de lo que se proyecta, amparándose en la idea de que pocos pueden tocar al gobernante, pero muchos pueden verlo. 

En la misma línea de recomendaciones que ofrece el florentino en El Príncipe relacionadas con el arte de gobernar, comentó que el gobernante debe embarcarse en grandes empresas, hazañas heroicas que le permitan aumentar su popularidad y mantener adormecidos a los súbditos. 

Se trata, aseguró el también director de LaIguana.TV, del conocido ‘pan y circo’, de los cuales eventos deportivos de gran escala como los Juegos Olímpicos o los mundiales de fútbol, son vivo ejemplo, pues se usan regularmente para desplazar la atención de graves problemas sociales y políticos.  

De otro lado, Maquiavelo advierte del riesgo que representan los aduladores, pues podrían conducirles a la mediocridad: «El príncipe deberá escoger buenos consejeros y evitar los aduladores», sostiene en El Príncipe. 

Para el analista venezolano, se trata, en la práctica, de rodearse de personas capaces y no de «simples aplaudidores», tras lo cual consideró pertinente recuperar las palabras del filósofo inglés Francis Bacon, quien alguna vez dijo: «Mucho le debemos a Maquiavelo y a otros hombres como él, que escribieron sobre lo que hacen los hombres y no sobre lo que deberían hacer los hombres». 

A continuación, para referirse a la manera como Maquiavelo concibe las relaciones de poder, destacó que cuando este autor habla de los nobles, habla de los poderosos, a los que contrapone al pueblo de a pie. 

A su parecer, se trata de un asunto importante, en el que se resume la dialéctica de la política, pues mientras los nobles desean por naturaleza oprimir, el pueblo, por naturaleza, tiene la voluntad de no ser oprimido y organizarse para recibir las embestidas de los grandes. 

En la frase, que podría considerarse erradamente como baladí, sintetiza en su criterio lo que luego el filósofo alemán George Hegel llamara dialéctica del amo y el esclavo, que desde entonces ha inspirado a otros autores como Karl Marx y ha servido de combustible para las luchas revolucionarias. 

Sin embargo, a pesar de estas connotaciones posteriores, la posición de Maquiavelo con respecto a lo que debe hacer el gobernante para mantener al pueblo de su parte, lo separan de tales interpretaciones. 

Para enfatizar, citó lo que dice el pensador en El Príncipe: «Los hombres en general juzgan más con los ojos que con las manos, porque el ver pertenece a todos pero el tocar, a pocos. Todos ven lo que parece ser, pero pocos comprenden realmente lo que eres». 

Es por eso, explicó que el gobernante debe protegerse en todo momento del odio popular y para ello, Maquiavelo plantea diversos artilugios, entre los que destaca la tercerización de las decisiones impopulares, una práctica que, subrayó, sigue vigente hasta nuestros días.  

«Los príncipes deben ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearles odio y ejecutar por sí mismos aquellas acciones que les reporten el favor de los súbditos», indica Maquiavelo sobre este punto. 

Pérez Pirela comentó que tanto en El Príncipe como en el Leviatán (Thomas Hobbes), se describe al ser humano descarnada y negativamente, con lo que sus autores se distancian de las ideas de naturaleza humana basada en el bien de Aristóteles o de pensadores posteriores como Santo Tomás de Aquino. 

En este sentido, Maquiavelo ya adelanta uno de los pilares de la política moderna: la propiedad. En varios pasajes de El Príncipe, advierte sobre el tema. Por ejemplo, destacó el experto criollo, para el florentino los hombres olvidan primero la muerte del propio padre, que el despojo de su propiedad.

«La mayoría de los hombres, mientras no se le prive de sus bienes y de su honor, viven felices. Entonces el príncipe es libre para combatir la ambición de las minorías», citó.

El analista venezolano relacionó estas sentencias con el estado de naturaleza que describiera Hobbes, en el que ningún tipo de sociedad puede surgir porque se trata de una guerra de todos contra todos, argumento que es utilizado para sustentar la cesión de la soberanía al Estado. 

 

El engaño, fundamento de la política

No obstante, aunque para Maquiavelo son perfectamente admisibles las triquiñuelas y mentiras como herramientas válidas para gobernar, ello no puede hacerse de cualquier manera ni en cada oportunidad que se presente, pues el filósofo florentino advierte que «fácil es hacerle creer una cosa a los hombres, lo difícil es hacerles persistir en su creencia». 

Por ello, acotó que Maquiavelo no considera que mentir sea algo malo en sí, aunque no se trate de un cheque en blanco, porque es la necesidad asociada a una situación particular la que hace que se opte por esta alternativa. 

«No siempre las buenas acciones son oportunas y eficaces», aduce  Maquiavelo en esa dirección, puesto que, agregó Pérez Pirela, una buena acción realizada por el gobernante en un momento no propicio, puede resultar en su caída. De ahí que en el ámbito de la política, el engaño y la mentira no sean algo negativo en sí mismo. 

«Aunque el engaño sea detestable en otras actividades, su empleo en la guerra es laudable y glorioso, y el que vence a un enemigo por medio del engaño, merece tanta alabanza como quien lo logra por la fuerza», defiende el renacentista, por lo que la guerra es siempre un as que el príncipe debe tener bajo la manga. 

Así las cosas, el comunicador resaltó que desde el punto de vista de Maquiavelo, la política está completamente divorciada de la moral, al punto que se justifican acciones que la política entendida como «deber ser» censuraría sin reparos. 

Para ilustrar esta perspectiva, señaló que Maquiavelo, lejos de censurar el ataque a adversarios, precisó su efectividad: «No hay que atacar al poder si no tienes la seguridad de destruirlo», pues la arena política es un espacio de supervivencia, citó.

Además, como estima que toda acción política parte de un cálculo en el que se contemple que la acción no pueda ser devuelta, arguye que «vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse» y remata con otra idea todavía más lapidaria: «Cuando se hace daño a otro, ha de hacérselo de tal manera que  le sea imposible vengarse». 

Y luego, contra la política desenmascarada en su pretensión de presentarse como sinónimo de bien, sentencia: «Un príncipe, a menudo, para conservar el poder, es obligado a ser perverso».

Por eso, «la política es el arte de engañar, del aparecer y no del ser, del mantenimiento del poder una vez que se alcanzó; la política es poco menos que la guerra», recapituló Pérez Pirela.

Estas ideas, dijo para concluir, derrumban la tradición teocrática que rigió hasta el Medioevo y abren una reflexión descarnada sobre la acción política que sigue vigente.

(LaIguana.TV)