El problema de la oposición venezolana, a casi un cuarto de siglo de las elecciones que el comandante Hugo Chávez le ganó al godo Henrique Salas Römer, sigue siendo el mismo: sobreestiman sus propias fuerzas y su inteligencia política, y subestiman esos atributos del adversario al que han enfrentado desde entonces. El cuadro actual, en los días de cierre de las inscripciones para las primarias presidenciales, así lo demuestra.

Hablemos primero del tema de la fuerza, entendida como respaldo popular, traducible en votos.

La sobreestimación de la fuerza propia es un fenómeno doble: individual y colectivo. Es decir, los dirigentes opositores siempre creen poseer más de la que tienen como sector político en general (el antichavismo, digámosle). Pero, a la vez, dentro de esa estructura corporativa, cada líder y partido cree acumular la mayor fuerza en comparación con sus rivales internos. ¡Vaya si es complejo el asunto!

Conste en acta que no estoy pretendiendo afirmar que la Revolución Bolivariana haya mantenido a lo largo de este cuarto de siglo el enorme apoyo popular que, en efecto, ha alcanzado durante lapsos determinados, claramente ubicables en la línea de tiempo. Lo que sí ha sido una constante es la incapacidad opositora para evaluar esas alzas y bajas y para tener una visión honesta de su propio caudal electoral y respaldo popular.

La dirigencia opositora se ha creído superior al chavismo desde 1998, cuando forjó una improvisada y desesperada alianza de última hora para tratar de detener la avalancha de votos de Chávez. Y, por lo que se percibe en esta precampaña electoral, es algo que sigue siendo así hasta el sol de hoy.

Esa creencia, esa especie de narcisismo ampliado, les ha conducido a múltiples derrotas, a desperdiciar sus victorias y a fallar en el objetivo estratégico de desalojar del poder a sus adversarios.

Pasemos ahora al campo de la inteligencia política, entendida como calidad en el juego de ajedrez del poder, como astucia y sagacidad para aprovechar las oportunidades de actuar en la ofensiva y entender cuándo se debe estar a la defensiva.

En este punto hay que escudriñar en los factores psicológicos y sociológicos porque el supremacismo de los líderes opositores en este aspecto es producto de una maraña de prejuicios individuales y de clase que caracterizan a estas personas y a sus grupos sociales.

Aquí se puede dividir el paquete en dos. Tenemos a los viejos dirigentes de los partidos de la IV República que desde los días finales de aquel año 98 han soñado con volver por lo que consideran suyo, por lo que creen que les fue arrebatado: el control político de las masas. En su fuero interno consideran que son ellos los que saben “hacer política”, mientras Chávez y sus subordinados y herederos constituyen una chusma sin idea de lo que significa esa encumbrada ocupación humana.

[Peor es el caso de los líderes de cierta izquierda que no alcanzaron nunca el poder en la IV República y han pasado este cuarto de siglo rumiando porque quienes lo lograron han sido (en sus amargas palabras) un soldado que cantaba joropo y un chofer de autobús. Pero ese es un tema aparte].

Por otro lado están los dirigentes de las diversas expresiones de la derecha y la ultraderecha que comenzaron a surgir como generación de relevo en los tempranos 2000, razón por la que ya algunos empiezan a verse como doñitas y doñitos. Esos personajes llegaron a la política con “la convicción mental” (ustedes saben cuál es el vocablo popular que va en lugar de “convicción”, pero como es una palabra que huele mal, mejor no escribirla) de que están destinados a gobernar, ya sea porque estudiaron en x o y universidad de prestigio mundial o, llanamente, porque son hijos de papá y mamá.

Unos y otros (los viejos camastrones y los ya no tan nuevos chicos y chicas de la alta sociedad) han pasado todo este tiempo creyéndose infinitamente superiores a Chávez, al presidente Nicolás Maduro, a Diosdado Cabello y, en el fondo, al sector del pueblo que ha asumido el chavismo como su manera de estar en el mundo.

Pero, una revisión relativamente objetiva de la historia reciente indica que esos denostados líderes han superado a los veteranos políticos y a los ilustrados “novatos” en casi todos los rounds de la pelea. Y mire usted que el perder con una gente a la que uno considera inferior es definitivamente humillante, sobre todo si las derrotas son consuetudinarias.

Adicionalmente, el desprecio por el segmento chavista del pueblo ha metido a los líderes opositores en un atolladero insondable, pues se trata precisamente del sector cuyo apoyo electoral necesitan. Y claro que hay masoquistas, que votan por quien los ultraja pública y notoriamente, pero son sólo una parte del universo electoral.

Los culpables

En eso de creerse más fuertes y más inteligentes de lo que realmente han sido, los jefes de las oposiciones son plenamente responsables, pues no estamos hablando de niños mimados (aunque, repito, hay varios así entre ellos y ellas), sino de gente adulta y con buenos asesores. Pero hay unos factores que han hecho las veces de la vocecita alabanciosa que, en cualquier momento del día, te arrulla para convencerte de que eres la última cerveza fría del estadio.

Entre esos factores están los medios de comunicación, las encuestadoras y la “comunidad internacional”, un trío de terror cuando se trata de forjar falsas realidades y gestar apoyos mayoritarios, ya sea para invadir un país o para imponer una tendencia global o una candidatura inflada de marketing.

En el caso de nuestra oposición (es nuestra, nadie nos la puede quitar), las ficciones montadas mediante el concurso de estos tres aparatos, se les han vuelto en contra. Los protagonistas del cuento se lo han creído más de lo aconsejable y, paradójicamente, eso ha impedido que cristalice como realidad impuesta.

El asunto opera así: una encuesta dice que el respaldo del gobierno está en 10% y que la oposición tiene simpatías en 70% del pueblo. De inmediato, los medios de comunicación nacionales y globales les dan a este sondeo valor de verdad absoluta. La dirigencia opositora se siente sobrada, comienza a hablar con arrogancia extrema y a amenazar con cruentas revanchas.

El problema es que, en la mayor parte de los casos, ni las cifras ni el ánimo político que ellas reflejan son verdad. La falta de apreciación del escenario real en el momento específico ha sido la causa de varias de las catástrofes del oposicionismo.

Tristemente, el único resultado de esa distorsión cognitiva no es el fracaso de un liderazgo opositor que se niega a sincerarse, que prefiere vivir en la ilusión de que siempre ha sido y es mayoría. Eso sería, en todo caso, un problema para esos dirigentes y para sus seguidores, claro. Pero la tragedia se extiende al país entero cuando la “comunidad internacional” -es decir, Estados Unidos como poder imperial y sus satélites y lacayos- asume lo dicho por las encuestadoras y los medios como si fuera la realidad del país.

Bueno, quizá no es que lo asume, sino que se trata, precisamente, de las mentiras inventadas por las agencias de la injerencia estadounidense, pero esa arista lleva a una discusión que sería muy larga. En todo caso, lo que ha pasado es que los gobiernos gringos han asumido que el liderazgo opositor venezolano es mejor que el chavismo haciendo política y tiene más respaldo popular que la Revolución. En consecuencia, les han dado dinero, apoyo logístico (incluso armado) y, sobre todo, mucha pantalla mundial y así lo que han conseguido es retroalimentar el adulterado autoconcepto de esta gente. El muchacho que es llorón y la mamá que lo pellizca.

Rumbo a las primarias

Las primarias fijadas para octubre abren un tiempo muy apropiado para la observación antropológica del sector opositor y constatar como reinciden día a día en su error cardinal de alzarse demasiado el copete y menospreciar al oponente.

Un ejemplo claro de esto es la reacción ante la renuncia y renovación de la directiva del Consejo Nacional Electoral. Varios de los dirigentes opositores han caracterizado esto como una taimada jugada de Nicolás Maduro, algo que hace notar sus contradicciones, pues el discurso que sostienen de manera permanente apunta a que el presidente es un político sumamente torpe. Se supone que alguien poco inteligente mal podría desarrollar una estrategia sorpresiva tan brillante en el medio del juego.

El punto, por lo demás, resalta otra de las conductas erráticas de este sector político. Esa oposición siempre ha hablado pestes del CNE y estuvo en contra de los rectores progubernamentales que integran la directiva renunciante (no de los pro-opositores, lo que evidencia que no es una cuestión de principios, sino de reparto de poder). Pero ahora esa misma oposición siente que la acción de cambiar los rectores es una maniobra en su contra.

Reclamar que la Asamblea Nacional haya decidido aceptar las renuncias e iniciar el proceso de selección de los nuevos rectores es una conducta típica de las fuerzas opositoras, reflejo de sus inconsistencias. Estamos hablando de las fuerzas políticas que se retiraron de las elecciones parlamentarias de 2020 y dejaron la cancha casi libre para el partido de gobierno, pero hoy deploran que el Parlamento ejerza sus atribuciones y pretenden presentarlo como un acto dictatorial.

Para dejarlo hasta aquí -porque esto apenas comienza- subrayemos que casi 25 años después de la derrota histórica de 1998, los opositores viejos y nuevos siguen en la misma tónica: se quejan como criaturas malcriadas porque el malvado adversario no se deja ganar.

El debate interno muestra la vanidad, la egolatría, la infatuación y la ambición personal (perdonen lo redundante de estas expresiones sinónimas, pero es que cada una tiene su especificidad) de estos líderes que integran una especie de chapucero equipo de fútbol en el que casi todos los jugadores se empeñan en meter goles en contra y en servirles patéticos pases a sus rivales.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)