A una enemiga como María Corina Machado (en este caso no vale el suavizante «adversaria» o «contrincante»; es una enemiga, según sus propias y reiteradas declaraciones) es mejor incluso sobreestimarla que subestimarla.  

El comentario, seguramente, lucirá fuera de lugar para mucha gente, pero es casi un deber advertirlo, al margen de las bromas merecidas sobre su traje estilo Cruella de Vil y su negativa a “agarrarse de las manos con la chusma” de los otros candidatos. 

El pecado de la subestimación ha sido hasta ahora característico de nuestra oposición (es nuestra, nadie nos la puede quitar) y le ha dado, por cierto, muy malos resultados, al menos en lo que se refiere a su empeño de acabar con el proceso revolucionario. Así pues, sería triste y trágico que de este lado se incurriera en el mismo error. 

Considerémosla, entonces, como una enemiga muy peligrosa, con los siguientes argumentos.  

El respaldo del poder hegemónico

Ella tiene el apoyo del poder imperial; de todas las fuerzas de la derecha mundial; del uribismo paraco; de la rancia oligarquía a la que pertenece; de la corporatocracia global a la que le ha ofrecido al país entero, con todo y gente; de los organismos financieros multilaterales; de la servil burocracia diplomática enquistada en los organismos internacionales; de la jerarquía católica (tanto la clásica como la que posa de progresista); de las falsas ONG financiadas por los poderes anteriores; y de la maquinaria mediática planetaria. No son conchas de ajo. 
 
Se podrá decir que esa conjunción de malévolas fuerzas siempre ha acompañado a los dirigentes opositores cuando han sido candidatos o cuando han intentado apoderarse del Estado venezolano por rutas inconstitucionales. Es cierto, pero en esta oportunidad hay elementos adicionales que se deben meter en la ecuación. 

El cuadro general descrito vale para cualquier candidatura de la oposición. No es algo exclusivo de Machado, pero es claro que ella podría capitalizarlo mejor que otros. ¿Por qué? Intentemos descifrarlo. 

El clima de posguerra (o de plena guerra)

El primer punto diferenciador es que la de 2024 será una contienda presidencial luego de ocho años de medidas coercitivas unilaterales, si es que queremos ubicar el comienzo de estas en el decreto del afroblanqueado Barack Obama, en 2015. 
 
De esos ocho años, hubo cinco (entre 2016 y 2020) que transcurrieron con el sabotaje permanente y sistemático del Poder Legislativo; y al menos tres (2019-2021) cargando con el lastre del supuesto gobierno encargado, con todos los gravísimos daños que esa maniobra política causó a la economía nacional, a la cohesión social y a la unidad familiar. 
 
En rigor, Venezuela va a elecciones presidenciales como un país que ha atravesado por una guerra muy sucia o, mejor dicho, que está aún en medio de ella. Y numerosos estudios sobre el comportamiento electoral de los pueblos indican que ese tipo de climas es terreno abonado para las opciones autoritarias e ilusionistas de la ultraderecha. 

De hecho, ya la oposición venezolana logró una victoria contundente, en las parlamentarias de 2015, tras someter al país a una inmisericorde guerra económica interna, con un molde parecido al que trituró la economía de Chile para derrocar al gobierno de Salvador Allende. 

Se puede oponer la objeción de que ya pasamos por una elección presidencial así, incluso en un momento comparativamente peor, como fue 2018. Admitido, pero téngase en cuenta un detalle nada menor: en esa oportunidad, la oposición –siguiendo instrucciones de los bosses gringos- recurrió a su viejo y muy fracasado truco de boicotear los comicios. Perdió por forfeit. 

A la competencia de 2024, el gobierno llega entonces con seis años más de desgaste, algo que les pasa a todos los gobiernos, si a ver vamos. Pero se trata de un desgaste reforzado por el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales que han causado, según lo planificado (y reconocido) por sus autores, toda clase de sufrimientos y calamidades al pueblo en general. 

Aunque una parte importante de la colectividad nacional entienda que la dirigencia opositora es la responsable del gravísimo deterioro sufrido por la economía nacional, es bastante probable que el grueso del voto castigo se dirija contra el gobierno. Así fue planificado y de esa manera se ha cumplido en otros países en los que el poder imperial ha puesto a ganar a sus favoritos haciendo que los pueblos pasen por auténticos calvarios. A eso es lo que ellos llaman “elecciones libres”. 

Agreguemos que el gobierno del presidente Nicolás Maduro arribará a esa cita electoral con la rémora de grandes casos de corrupción cometidos por funcionarios de altísimo nivel dentro del zigurat de la Revolución. Esas tramas le han restado contundencia a los argumentos en contra de las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo. 

[Por supuesto, que la influencia de este factor en 2024 dependerá del rumbo que tomen los procesos judiciales contra los responsables. Si son castigados severamente, serán puntos a favor del gobierno; si escapan de la sanción, puntos en contra y por partida doble. Pero ese es no es el ángulo del análisis de hoy]. 

Ojo con el discurso

El discurso de Machado es troglodita y engañoso. Ella, de paso, no transmite sinceridad, luce bastante falsa. Pero, ojo, es el mismo discurso que la ultraderecha está produciendo en serie para todo el mundo. Y ya ha tenido mucho éxito en diversos países, sobre todo cuando lo pronuncian líderes antipáticos y odiosos. Por alguna razón, personajes como el estadounidense Donald Trump, el brasileño Jair Bolsonaro, los españoles Santiago Abascal e Isabel Díaz Ayuso, el argentino Javier Milei y el francés Eric Zemmour gozan de mucha popularidad siendo dirigentes raigalmente antipopulares, supremacistas, racistas, xenófobos y, en suma, malas personas. 

En varios casos, se trata de expresiones directas de la burguesía y enarbolan como argumento a su favor el tener fortunas familiares o personales, lo que supuestamente haría innecesaria su incursión en actos de corrupción.  

[Es un hecho desmentido repetidamente en Europa y América, pues los empresarios metidos a políticos resultan ser igual de traficantes de influencias y ladrones del patrimonio público (o peores) que los políticos a secas. Para comprobarlo, basta echar un vistazo a las gestiones de Silvio Berlusconi, Donald Trump, Mauricio Macri, Sebastián Piñera, Guillermo Lasso, Vicente Fox, Horacio Cartes, Michel Temer. Pero, una vez más, ese es un tema aparte]. 

El mensaje envenenado contra el socialismo y contra cualquier forma de gobierno con algún acento en lo social surte efecto incluso en algunos países que jamás han estado bajo la conducción de un gobierno socialista ni nada parecido. Con mucha más razón puede imponerse en una sociedad que ha intentado el camino hacia su propia experiencia socialista, la cual ha sido bombardeada sin clemencia por los poderes imperiales e internos, con la finalidad de que fracase. 

Aspectos clave de ese discurso se apoyan en fallas graves de la Revolución, que pueden ser atribuidas en buena medida al bloqueo y las medidas coercitivas, pero que tienen un reconocido componente endógeno, como es el caso del colapso de Petróleos de Venezuela, empresa fundamental socavada simultáneamente por la estrategia criminal de Estados Unidos y por la corrupción recurrente por más de una década. 

Nunca como en las actuales circunstancias, la propuesta de privatizar PDVSA puede llegar a tener algún asidero en la población, sobre todo por las repercusiones concretas en la realidad diaria que tienen sus fallas, tales como el abastecimiento de gasolina, gasoil y gas doméstico.  

Un discurso con apoyos ubicuos

El discurso de Machado, que seguramente será asumido, más temprano que tarde, por toda la oposición, se sintoniza perfectamente con el mensaje omnipresente de toda la maquinaria difusora de contenidos del gran poder capitalista hegemónico: medios de comunicación convencionales y 2.0, redes sociales, publicidad, mercadeo y, sobre todo, el aparato de entretenimiento global. 

Las conexiones de un discurso político como el de Machado y el mundo que se vende en la cotidianidad, a través de la televisión, las plataformas de streaming, Twitter, TikTok, Instagram, etcétera, hace que ese mensaje electoral encuentre refuerzos subconscientes muy profundos. Es como si ese contenido político tóxico tuviera una propaganda ubicua, en las calles, los centros comerciales, los transportes públicos, los lugares de recreación, las escuelas, liceos y universidades, los centros de salud y todo lo demás que a usted se le ocurra.  

Esa, según los analistas del fenómeno global, es una de las razones por las cuales las masas de trabajadores, desempleados y jubilados terminan incurriendo en conductas suicidas, como votar por gente que, de manera directa, les dice que va a quitarles sus precarios empleos, a eliminar los subsidios al desempleo y a aumentar la edad mínima para solicitar la pensión. 

Ilusiones para autoexplotados

Una sociedad global en la que los trabajadores están felices de autoexplotarse, creyendo firmemente en que con ello se liberan del yugo del salario, es un caldo propicio para que germinen propuestas como la de “que no te quiten lo tuyo” y “tengas plata para comprar lo que quieras”.  

El cómo un gobierno dirigido por la burguesía hará posible, supuestamente, ese paraíso capitalista no tiene mayor importancia en el discurso de la derecha rampante porque también vivimos en una sociedad en la que las informaciones efímeras, sin contenido real, son consumidas con la misma irracional fruición con que se ingiere la comida chatarra o se compra, usa y desecha la moda rápida. 

Obviamente, Machado es la candidata que mejor encarna dicho discurso radical de derecha, declaradamente antisocialista. Eso es así, entre otras razones, porque ella es la única que se ha lanzado (hasta ahora) por la calle del medio con el plan ultraneoliberal que tiene entre manos. Los otros y las otras siguen en la onda de ocultar sus programas de gobierno, porque sospechan que divulgarlos puede resultar contraproducente. 

Sin embargo, dicho mensaje tiene todas las características de ser capaz de contagiarse a quien quiera que sea el candidato presidencial opositor, dado que Machado está inhabilitada. Y esto será así, sobre todo, si ella gana las primarias y asume el rol de “gran electora” de un candidato designado. 

Más proyección que sus antecesores

Otra de las razones por las que el chavismo haría mal en subestimar a Machado es que ella tiene, en esta etapa preelectoral, una proyección mucho mayor que los dirigentes de la derecha que han tenido papeles protagónicos en el pasado, sea como candidatos presidenciales o como “líderes de la oposición”.  

Siguiendo el orden cronológico, empezaríamos con Manuel Rosales, el abanderado opositor de 2006. Habilidoso político de la vieja escuela adeca, Rosales no se distinguió entonces (ni ahora) por su brillo personal. Con escaso carisma y pocas ideas, enfrentó a un Chávez que se encontraba en su mejor momento y fue derrotado sin apelaciones. Desde entonces, se las ha arreglado para sobrevivir como el auténtico “pícaro con suerte”, al punto de que, luego de estar prófugo de la justicia y en el “exilio”, volvió y ganó las elecciones para la gobernación de Zulia. 

[En el proceso actual, Rosales parece estar esperando que la oposición confronte la realidad de que varios de los posibles candidatos están inhabilitados, para aparecer él como salvador de la coalición y ganar indulgencia con escapulario prestado. Pero esa también es otra arista del tema opositor (perdonen tantas digresiones)]. 

La precandidata inhabilitada también aparece con más mordiente, si se le coteja con el que tenía Henrique Capriles Radonski en 2012, cuando fue derrotado por Chávez, y en 2013, cuando cayó ante Maduro y sufrió de “calentera”. De cara al electorado nacional, Capriles siempre ha resultado dudoso, por algunos de sus rasgos personales (algo que, para bien o para mal, tiene peso en el perfil de un líder) y, sobre todo, porque ha sido una veleta: golpista en 2002; participante de elecciones en 2008, 2012, 2013; abstencionista en 2005, 2017, 2018 y 2020; partidario del voto con miras a las presidenciales de 2024. Además, apoyó a los guarimberos de 2004, 2014 y 2017; al “gobierno interino” y el intento de golpe de Estado en 2019; y a las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo desde 2015, de lo que ahora se desdice. Frente a esa volubilidad, la postura siempre violenta e incendiaria de Machado aparece, cuando menos, como más coherente.  

Está casi de más decir que Machado es una dirigente con mucha más cancha y posibilidades de conquistar segmentos del electorado descontento de lo que fue el candidato presidencial opositor más votado de 2018, Henri Falcón. También supera ampliamente al improvisado liderazgo de Juan Guaidó, cuyo único puntal era el apoyo de Donald Trump y sus secuaces internacionales. 

Corolario: el riesgo de la Salida 3 o el interinato 2

Agreguemos otro motivo para la no subestimación de Machado: inhabilitada como está, ella bien podría intentar de nuevo, como lo hizo en 2014 y 2017, encabezar un movimiento violento, una Salida 3, que lleve otra vez al país a terribles escenarios de confrontación callejera y amenazas de intervención extranjera.  

Su discurso pirómano e intolerante puede rápidamente mutar de lo electoral a lo insurreccional, en especial durante un año como 2024, que es simultáneamente de comicios presidenciales acá y en el puente de mando de la oposición venezolana: Estados Unidos. 

Algunos analistas y estudiosos de la opinión pública creen que eso no es posible porque los traumas de cuatro meses de disturbios violentos de 2017, escenificados casi todos en zonas urbanas donde predominan los electores antichavistas, dejó demasiadas cicatrices en el cuerpo social por lo que nadie quiere empantanarse de nuevo en guarimbas y conatos de guerra civil. Ojalá tengan razón. 

Por otro lado, con Machado emergiendo como ganadora de las primarias e imposibilitada de tramitar su inscripción para las presidenciales, podría resurgir en Washington la idea del gobierno interino, delegando en ella la condición de “presidenta”.  

A muchos les parecerá un disparate, pero si fueron capaces de apoyar a un autojuramentado como Juan Guaidó, que no era líder ni en la urbanización donde residía, y si no han tenido empacho en darle un rango parecido a una señora llamada Dinorah, más desconocida aún, ¿qué de raro tendría que ungieran a esta dama oligarca, que personifica a la perfección los intereses de Estados Unidos y del capitalismo hegemónico global? 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)