Una de las grandes mentiras en las que se basa el orden internacional vigente es que las potencias del norte global dejaron en el pasado sus procederes más criminales, genocidas y expoliadores, como lo son las invasiones de territorios, el saqueo de recursos naturales, la matanza y la violación de los derechos humanos a los dueños originales de esos espacios, la esclavitud, la imposición de modelos culturales, religiosos y políticos y otra larga lista de barbaridades.

Los nuevos liderazgos de África están dando un grito contundente. Esas prácticas han seguido utilizándose día tras día en todo el sur global, mientras los países del norte fingen ser democracias ejemplares y sus élites lloran lágrimas de cocodrilo por la pobreza, el atraso, la dependencia, las epidemias mortales, las guerras civiles y la inestabilidad política del llamado Tercer Mundo.

Es la hipocresía llevada a extremos indescriptibles: el poder mundial que oprime a miles de millones de seres humanos, luego se rasga las vestiduras en la Organización de las Naciones Unidas y organiza congresos y coloquios para denunciar el mal funcionamiento de esos países, pero sin asumir responsabilidad alguna, como si ese poder hegemónico no fuera el culpable fundamental de todo.

Pasado no, muy presente

Una de las técnicas predilectas de manipulación es señalar que los despropósitos coloniales fueron cuestiones del pasado, etapas quemadas por sus clases políticas, épocas superadas que demuestran el progreso intelectual y hasta espiritual de las sociedades del norte. Mentiras, puras mentiras.

Todos los países europeos tienen horrorosos expedientes como potencias coloniales que “conquistaron” territorios en América, Asia, África y Oceanía, asesinaron a millones de personas, esclavizaron a los pueblos originarios y robaron durante siglos sus riquezas naturales. Cuando se les hace ver estos pavorosos antecedentes, los líderes dicen que eso ocurrió en otro momento histórico y que mal puede uno quedarse pegado en etapas ya superadas.

[Hasta la neutral y pacífica Suiza, que no fue potencia colonial, participó en las guerras de los otros países contra los pueblos africanos, a través de mercenarios y de empresas que participaron en la trata de esclavizados. Los soldados suizos a sueldo tenían fama de ser los más sanguinarios de Europa, mientras grandes oligarcas de Ginebra, Basilea y Zurich fueron traficantes de esclavos y se enriquecieron con los negocios coloniales de Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania y Portugal en África. Empresas suizas operaron en Ghana porque ayudaron a los británicos a apoderarse de ese país. Pero, ese sería un tema aparte].

Si fuese verdad que todo quedó en el pasado, habría de todos modos que exigir claras disculpas y reparaciones económicas que siempre serían muy pequeñas, tomando en cuenta la magnitud del daño causado durante tanto tiempo. Pero buena parte del liderazgo del norte ni siquiera admite la culpa ni muchísimo menos acepta la necesidad de pagar indemnizaciones. Por lo contrario, los nuevos monstruos de la ultraderecha fascista, en boga en Europa, hasta dicen que las excolonias deberían estar agradecidas porque ellos las civilizaron, convirtieron a los salvajes en gente.

Pero, reitero, lo peor no es el balance de esta polémica sobre la leyenda negra o la leyenda dorada del colonialismo, sino el hecho de que la opresión colonial no sea una rémora del pasado, sino una realidad presente, incluyendo fenómenos supuestamente dejados muy atrás, como la esclavitud, la segregación y el supremacismo racial.

Los movimientos que vienen ocurriendo en África en los últimos meses, que han cobrado enorme velocidad en días recientes, son una prueba tajante de que la violenta dominación de Europa y Estados Unidos sobre este continente inmensamente rico en recursos naturales no ha cesado en ningún momento, antes bien, se ha reforzado en los últimos 30 años, bajo la guía de la retrógrada ideología neoliberal.

La gran ironía de Bruselas

Es una suprema ironía, muy indignante para quien la comprende, que la Unión Europea tenga su sede principal en Bruselas. Desde esa moderna y resplandeciente ciudad, los bien trajeados y perfumados jerarcas de la UE suelen emitir declaraciones preocupadas acerca del estado de la democracia y los derechos humanos en África. Pero resulta ser que Bélgica fue la potencia colonial del Congo, país que se convirtió en una especie de hacienda personal de su rey, Leopoldo II, ancestro reciente del actual rey belga, Felipe (Philippe Léopold Louis Marie de Belgique, si queremos distinguirlo del otro rey Felipe, el de España). Para imponer su dominio en esta región de África, la monarquía encabezada por aquel individuo mató un estimado de diez millones de congoleños y estableció un ignominioso sistema de esclavitud y segregación racial muy parecido al de Sudáfrica, que años más tarde escandalizó al mundo entero.

Ante las denuncias de destacadas figuras mundiales en torno a las atrocidades de Leopoldo II, el estado belga se hizo cargo, es decir que ya no era la finca particular del rey, sino una colonia del reino (¡qué gran avance!). En esa condición estuvo el Congo entre 1908 y 1960, período durante el cual hubo algunas mejoras, pero se mantuvo la segregación, la represión y el saqueo de riquezas.

Era tan absurdamente racista la dominación belga sobre el Congo, que hasta llegaron a organizar zoológicos humanos (allí, en la culta Bruselas) para que la población blanca pudiera ver directamente cómo eran los negros. Esto, por cierto, ocurrió regularmente hasta 1958, es decir, hace nada en términos históricos. No es que haya sido una cosa de la Edad Media.

[Los zoológicos humanos fueron muy populares también en ciudades como París, Londres, Oslo y Hamburgo. De este lado del océano, a principios del siglo XX, en Nueva York “expusieron” a un africano de dientes filosos en una jaula de monos del en el Bronx. Pero, de nuevo, ese es un tema aparte].

Sin embargo, insisto, no se trata ni siquiera de conductas previas al auge de lo políticamente correcto, sino de modos de proceder muy actuales. La extracción de recursos naturales en todos los países africanos está utilizando, en pleno siglo XXI, los más bárbaros mecanismos de explotación humana y de depredación del ambiente que puedan pensarse.

En materia de exprimir la mano de obra, las potencias Europeas (y su jefe, Estados Unidos) no han tenido ningún límite. Como quiera que consideran subhumanos a los africanos, no tienen por qué aplicar normas de derecho laboral de ningún tipo. Allí impera la semiesclavitud más oprobiosa y el trabajo infantil  en las peores condiciones de medio ambiente laboral. Año tras año, la ONU y las ONG (financiadas por los gobiernos del norte global), ponen el grito en el cielo por estas atrocidades, dejan constancia en severos informes, y luego, los diplomáticos y activistas se van a almorzar a algún restaurante recomendado en la Guía Michelin.

Esto para ti, esto para mí

Puede afirmarse, incluso, que en el escenario actual se registra un retroceso con relación a los acuerdos alcanzados en la Conferencia de Berlín de 1884-1885, en la que las potencias europeas, el entonces Imperio Otomano y Estados Unidos, se repartieron África, tal como lo habrían hecho los capos de diversas pandillas mafiosas en un territorio sin ley.

Al menos declarativamente, en esa ocasión, los países colonialistas acordaron ponerle freno a la trata de esclavizados. Hoy en día, en cambio, especialmente después y como consecuencia de la infame destrucción de Libia por la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el tráfico de mano de obra esclava es una realidad patente.

Luego de aquel reparto del siglo XIX, en el que a nadie se le ocurrió que debían intervenir los africanos (en realidad, eran parte de los bienes a distribuir), Francia y Reino Unido se quedaron con las mayores porciones; Italia, Alemania, Portugal y España salvaron lo que pudieron; y Bélgica (a través del impresentable Leopoldo II) defendió su “derecho” a seguir controlando el corazón del continente, el Congo. Por supuesto que tal reparto se basó en el poderío militar, la influencia política y religiosa y la situación de cada nación europea en el momento.

La división territorial, basada en el resultado de las invasiones y los genocidios, pisoteó sádicamente las fronteras verdaderas, establecidas por los pueblos originarios, derivadas de sus etnias, culturas, religiones y liderazgos.

Los procesos de independencia de las naciones africanas repartidas así, bajo criterios imperialistas, por las potencias fueron necesariamente traumáticos. En la lucha por la soberanía hubo más matanzas, guerras, movimientos guerrilleros, represión, prisión, tortura y asesinato de líderes, acciones ejecutadas directamente por las potencias europeas o facilitadas por el concurso del infaltable protagonista en toda operación antipopular en el planeta: Estados Unidos. Así fue, por ejemplo, el magnicidio de Patrick Lumumba, perpetrado por la CIA.

Uno de los más sangrientos intentos de aplacar los ánimos independentistas ocurrió en Argelia y lo protagonizó la ilustrada Francia, la que posa de cuna de los derechos humanos. Tanto en la conquista del territorio como en su preservación bajo control francés eran habituales los asesinatos en masa, las torturas, decapitaciones, los desentrañamientos, lanzamiento desde helicópteros y otros métodos de asesinato de líderes y escarmiento de sobrevivientes. Incluso hubo dos masacres en la mismísima París, en respuesta a manifestaciones en pro de la independencia.

Además de Lumumba (Congo), las fuerzas colonialistas asesinaron a Thomas Sankara (Burkina Faso, antiguo Alto Volta), Amílcar Cabral (Guinea-Bisseau y Cabo Verde, excolonias portuguesas) y, más recientemente, a Muamar Gadafi (Libia).

La independencia a medias

Una vez superado el estatus político colonial de África, las naciones europeas han seguido ejerciendo control sobre los recursos naturales africanos a través de sus corporaciones privadas, principalmente. Antes de irse se aseguraron de perpetuar la dominación por medio de la deuda externa, valiéndose de los mezquinos intereses de las oligarquías nativas, pero con mentalidad colonial.

Para seguir –solo como ejemplo- con la oprobiosa historia del Congo, luego de haber sido saqueado y humillado por Bélgica, el acuerdo de independencia dejó al nuevo país independiente con una enorme deuda precisamente con su antigua metrópoli. Se cuenta y no se cree.

Durante la Guerra Fría, los conflictos de África fueron todos calientes. La confrontación Este-Oeste germinó en varios países. Estados Unidos y Bélgica justificaron el asesinato de Lumumba, alegando que se estaba acercando demasiado a la Unión Soviética. A Sankara lo quitaron del medio con un atentado auspiciado por Francia, porque era “el Che Guevara africano” y pretendía liberar a su país del yugo del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. A Cabral le cobraron caro el haberse alzado en armas y haber recibido el apoyo de combatientes cubanos.

Más de una veintena de presidentes africanos han sido asesinados en ejercicio de sus cargos. En casi todos los casos está claramente metida la mano de Estados Unidos, la de Europa o ambas.

Colonialismo repotenciado

Disuelta la Unión Soviética, en los años de la unipolaridad estadounidense el colonialismo volvió con todo. El poder omnímodo de Estados Unidos y sus socios (o subalternos) europeos se lanzó sin contención alguna a rapiñar las riquezas de todo tipo que tiene África: agua, petróleo, oro, uranio, bauxita, coltán, litio, diamante y cualquier otro mineral de importancia estratégica.

Para garantizar su dominio sobre las naciones africanas, la satánica alianza capitalista occidental ha incentivado las guerras civiles y entre países hermanos, las limpiezas étnicas y las secesiones, lo que les permite, además, lucrarse con la venta de armas y equipos militares, perverso núcleo de las economías de Estados Unidos y varios miembros de la UE. Ahora mismo están frotándose las manos por la inminencia de otra guerra proxy, entre países africanos.

Las potencias neocolonialistas han incentivado la formación de grupos extremistas de corte religioso, igual como lo han hecho en el Medio Oriente, Asia y Europa Oriental. Esas organizaciones son ideales para hacer crecer las ventas de armas y se convierten en instrumentos certeros para derrocar gobiernos adversos o para defender a los regímenes sumisos a Occidente.

A los movimientos neoindependentistas los han aplastado mediante el uso de fuerzas armadas teledirigidas por Washington o por las antiguas metrópolis europeas, así como a través de ejércitos mercenarios y paramilitares. 

Los  dirigentes políticos y los oficiales militares nacionalistas y antiimperialistas son rápidamente atacados por la maquinaria mediática occidental, creando las condiciones para su eliminación, tal como lo hicieron antes con Lumumba,  Sankara, Cabral y Gadafi. Ese proceso está en desarrollo en este momento con los líderes Ibrahim Traoré, de Burkina Faso;  Assimi Goïta, de Mali; y Abdourahmane “Omar” Tchiani, de Níger, que se han declarado antiimperialistas y amigos de Rusia, y han tomado ya medidas duras como suspender las ventas de materias primas clave a Estados Unidos y Europa.

Tras devastar sus países con invasiones, guerras e hiperexplotación de recursos y trabajadores, Europa, además, les cierra las puertas a los migrantes africanos y llega al extremo vergonzoso de dejarlos morir cuando sus embarcaciones precarias naufragan en el Atlántico, el Mediterráneo o en otro de los mares que bañan las costas del “Jardín de Josep Borrell”.

Adicionalmente, la clase política y diplomática que encarna perfectamente el español, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, demuestra su absoluta enajenación al acusar a Rusia de “ofrecer grano barato a los países africanos para hacerlos dependientes”. Desde su criminal lógica, ayudar a que esas naciones alimenten a sus poblaciones es jugar sucio. En tanto, mantenerlas sometidas a hambrunas, desnutrición, enfermedades y guerras es el imperativo categórico de eso que ellos llaman “el orden mundial basado en reglas”.

Todo indica que en África van a dirimirse cuestiones fundamentales para toda la humanidad y que el imperio unipolar decadente tratará de resolverlas a su favor mediante el uso de la fuerza, ejercida –al menos inicialmente- a través de terceros países, tal como ha estado ocurriendo en Ucrania.

Es la misma violencia con la que todos esos países (y también los nuestros) fueron conquistados; la misma violencia con la que se les mantuvo esclavizados y con la que fueron y son expoliados; la misma violencia con la que se hizo el reparto delincuencial de un continente, como si fuera el botín del atraco a un banco.

Y, mucho cuidado, porque también es la misma violencia con la que se eliminó a los dirigentes que se rebelaron contra ese injusto modelo de dominación. ¿Quién, que no sea un gran ingenuo, puede dudar que los nuevos líderes del África independiente tienen ahora mismo una diana de tiro pintada en el pecho?

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)