Viendo lo que está pasando en África y lo que ha pasado (y sigue pasando) en nuestra región, podemos ponderar el peso que tienen los cómplices y aliados internos del colonialismo en la perpetuación del dominio imperial. Una conclusión preliminar es que sin el apoyo de esos sectores, la liberación de nuestros países se habría completado hace ya mucho tiempo.

O, al menos, habríamos logrado entablar condiciones mucho menos desiguales en el intercambio de recursos naturales y mano de obra con los países del norte global.

Lo que está viviendo actualmente Níger se asemeja mucho a lo que hemos vivido en Venezuela: un país asume medidas para la defensa de su soberanía económica y, de inmediato, los gobiernos vecinos, serviles al poder hegemónico global, deciden que van a hacerle la guerra.

Hipócritamente dicen que van a restablecer la democracia en el país que se ha rebelado contra la metrópoli neocolonial, alegando que -¡oh, qué horror!- el gobernante alzado llegó al poder derrocando a su predecesor. Y asumen esa pose sin sonrojarse, en un continente plagado de gobiernos derivados de golpes de Estado y largas dictaduras impuestas con la bendición de Europa y Estados Unidos.

En el caso actual, varios de los regímenes títere que actúan a favor de las naciones imperiales son también, igual que el de Níger o del de Burkina Faso, producto de golpes de Estado.

Casualmente, las “preocupaciones por la democracia” surgen cuando quien da el golpe de Estado es un militar o un dirigente nacionalista que pretende ponerle coto al saqueo que las metrópolis han desarrollado impunemente durante décadas o siglos. Otra similitud con Venezuela, donde las insurrecciones de 1992 fueron condenadas por Estados Unidos, el mismo país que luego ha sido autor intelectual de todas las tentativas violentas y extraconstitucionales para derrocar, primero al comandante Hugo Chávez y luego al presidente Nicolás Maduro.

Para “poner orden” en sus dominios neocoloniales, las grandes potencias recurren a anquilosados mecanismos multilaterales que supuestamente tienen como propósito la defensa de la democracia, la libertad y los derechos humanos, pero que son, en realidad, parapetos al servicio de los intereses hegemónicos. En América Latina decir esto es decir Organización de Estados Americanos, sobre todo en estos tiempos del nefasto secretario Almagro. En África, la invasión de Níger se está orquestando a partir de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), una entidad de vieja data, pero que obviamente no ha servido para construir una región próspera, pues esta sigue siendo una de las más pobres del mundo, con reducido Producto Interno Bruto (PIB), índices bajos de esperanza de vida y deplorables niveles de inversión en desarrollo humano.

La formación de coaliciones supuestamente diplomáticas, pero que encierran un propósito de intervencionismo bélico es una estrategia que nos debe resultar familiar. Hace apenas unos años se estableció una alianza de gobiernos proimperialistas llamada Grupo de Lima, que se sumó a todas las estrategias imperiales de “cambio de régimen” y llegó a abrigar planes de invasión militar conjunta a Venezuela, tal como lo han admitido altos jerarcas tanto del gobierno de Donald Trump, como de varios de sus secuaces en el vecindario. Por fortuna, unos y otros están hoy fuera de esas posiciones de poder, aunque claro, planeando el retorno.

Las camarillas proimperialistas venezolanas  se sintonizaron con esa frecuencia, apostaron todo a que las fuerzas foráneas entraran al país y los pusieran a ellos en Miraflores. ¿Qué otra cosa fueron los clamores histéricos invocando el anacrónico Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y por la aplicación de la doctrina de la Responsabilidad de Proteger (conocida por la sigla R2P, derivada del nombre en inglés), mecanismos destinados a legitimar una agresión militar contra el principio de la autodeterminación?

El asunto se resuelve con una simpleza total: si alguien pretende impedir que las naciones poderosas roben de manera continua los recursos naturales y exploten inmisericordemente a los trabajadores de un país del llamado Tercer Mundo, ya ni siquiera son los soldados de las potencias colonialistas los que llegan a restablecer sus negocios, sino que mandan a los lacayos de las naciones vecinas, se apoyan en mercenarios y en sus compinches internos.

En el escenario prebélico que se observa en África, los gobiernos que han reaccionado ante los infames mecanismos neocoloniales (además de Níger, lo han hecho Burkina Faso y Mali), enfrentan la amenaza de una agresión externa a cargo de los regímenes de Nigeria, Senegal, Costa de Marfil y Benín, todo ellos, tristemente, actuando como peleles de Francia, la Unión Europea y Estados Unidos.

¿Por qué actúan así?

Ahora bien, ¿por qué estas personas, grupos, movimientos, partidos o élites actúan de esa manera? No es suficiente con decir que son cipayos, vendepatrias, lamesuelas, arrastrados. Lo son, pero la idea es ir, en la reflexión, un poco más allá de las muy merecidas descalificaciones individuales y grupales.

Podemos empezar por exponer una sospecha que casi siempre es fácil de comprobar: esos aliados internos son socios de negocios, subalternos o criados de las grandes corporaciones, las verdaderas interesadas en mantener la dominación, la expoliación y el saqueo.

Hay niveles. Algunos son grandes empresarios y, por tanto, de la misma calaña que los accionistas corporativos. Entonces, salen no solo a defender los intereses de un tercero, sino los suyos propios.

Con frecuencia, los políticos de los países vecinos que aceptan el rol injerencista (y los que actúan contra su propia nación) son simplemente empleados de las empresas colonialistas o del gobierno de la potencia sede de esas corporaciones. A la hora de la verdad tienen que salir a demostrar su lealtad al patrono o, si se quiere decir más ácidamente, al amo.

También ocurre a menudo que quienes se prestan para actuar contra otro país y en defensa de los negocios imperiales son individuos que tienen deudas pendientes con las potencias del norte, ya sea porque ellas los emplazaron en el poder o porque les tienen guardado algún expediente de hechos delictivos (casi siempre de corrupción con las mismas empresas involucradas). Si se niegan a pelear contra el país hermano en rebelión, terminan derrocados ellos mismos, secuestrados, presos o dados de baja. Cosas propias de una estructura mafiosa.

Otros se ofrecen por iniciativa directa porque quieren meterse en el mecanismo de expoliación de sus propios países. Creen que si les prestan un servicio a Estados Unidos, Francia, Reino Unido o cualquier otro país neocolonial, podrán salir millonarios del lance. Y en Venezuela sabemos que sí es posible.

No podemos dejar a un lado a los adoctrinados de buena fe. Gente que está convencida de que lo mejor para sus empobrecidos países es que los del norte les sigan sacando las entrañas sin anestesia. En este punto (el de la buena fe, digo) no debe haber muchos dirigentes, pero sí hay grandes masas de esclavos felices de serlo o conformes con su suerte. Ya se ha dicho mucho que el pobre de derecha es el invento más importante del capitalismo.

Políticos en remojo

Los gobernantes que forman comparsas internacionales destinadas a sofocar rebeliones emancipadoras en terceros países actúan de esa manera, en gran medida, por instinto de conservación. Saben que esas insurrecciones no van solamente contra las potencias imperiales, sino también contra las élites proimperiales que han tolerado y legitimado el sometimiento neocolonial.

Temen esos gobernantes que sus propios pueblos se contagien de la enfermedad antiimperialista y que ellos terminen siendo las primeras víctimas de los alzamientos, como representantes directos del poder global. Intentan vacunarse contra la rebelión generalizada que no solo podría expulsarlos del poder, sino también someterlos a la justicia por abusos de autoridad y corrupción.

Es por esa, entre otras razones, que toda la ultraderecha, la derecha y hasta parte de la izquierda latinoamericana se ha declarado enemiga del proceso político venezolano. Siempre han entendido que si algo parecido ocurre en sus países, ellos van a quedar relegados del poder político, tal como lo han estado hasta ahora sus equivalentes venezolanos.

Emergen daños históricos

Las potencias occidentales que han sojuzgado a África por siglos conocen muy bien las contradicciones internas que existen en esos países. Las conocen, claro está, porque ellos las provocaron o las agudizaron, siempre para sacar provecho de ello.

La forma como el continente fue repartido, a finales del siglo XIX, estableció fronteras a conveniencia de los países europeos, sin tener en cuenta la historia, los hábitats, culturas y religiones de los pueblos originarios. Varios de los Estados nacionales así creado son artificiales y esconden profundos conflictos étnicos, que la dominación colonial remarcó y que luego ha utilizado de forma artera.

Cuando a las potencias colonialistas les ha convenido, han atizado esos conflictos para dividir países y así quedarse con el control de las zonas más ricas en recursos, dejando la otra a su suerte (en este punto, vale la pena analizar el caso de Sudán). Algunos de esos conflictos han sido tan destructivos que se han comparado con las guerras mundiales. Tal es el caso de la Guerra del Coltán o Segunda Guerra del Congo, que involucró a nueve países y dejó unos 5 millones de muertos.

Y es que así se completa el tenebroso negocio de las potencias neocoloniales, que fomentan la guerra para apoderarse de recursos estratégicos y, al mismo tiempo, para vender armas y equipos militares a los contendientes. Las naciones africanas han quedado de esa manera aún más empobrecidas y dependientes de Europa y Estados Unidos. Eso es lo que muchos han intentado hacer en Venezuela, pero hasta ahora no lo han conseguido.

Las élites aliadas de las potencias en cada uno de esos países y en sus vecinos han sido componentes cruciales para mantener esa dinámica perversa. Lo hacen, concluyamos, para garantizar su supervivencia, preservar el poder interno y enriquecerse con las migajas que les arrojan desde el norte. ¿Suena conocido?

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)