Tengo la impresión de que algunos de los que han considerado un fracaso para Venezuela el encuentro presidencial de Kingstown y los que con más rudeza cuestionan los resultados del Acuerdo de Barbados y de los diálogos directos con el gobierno de Estados Unidos son personas que no han ido nunca ni siquiera a la primera reunión de la discusión de un contrato colectivo.
[Tampoco deben haber estado envueltos en un divorcio ni en la lectura de un testamento, pero sobre esos trances yo tampoco puedo hablar con experiencia propia, afortunadamente].
Respecto a las discusiones sindicales sí tengo con qué hacer comentarios porque en una etapa ya bastante lejana de mi vida asumí ese tipo de responsabilidades. Y le diré a quien quiera escuchar la perorata que para sentarse a discutir con ciertos patronos hay que tener estómago fuerte, mucha paciencia y hasta cierto sentido del humor. Sospecho que igual ocurre en la diplomacia. Y sospecho también que los referidos patronos dirán lo mismo sobre los sindicalistas.
Leo en las redes sociales a los que critican al presidente Maduro porque no volvió a Caracas con la cabeza sangrante de Irfaan Ali en una bandeja y recuerdo esos tiempos duros como delegado sindical en El Diario de Caracas (un periódico que pertenecía a las arrogantes joyitas de RCTV), cuando había que defender a 30 o 40 compañeros despedidos de un plumazo por unos gerentes yuppies que se divertían un montón recortando la nómina y participando (o, más bien, tirando físico) en triatlones.
Me vino el recuerdo porque los que pedían que los delegados fuéramos a las reuniones a romperles la crisma a los jefes solían ser —y no por coincidencia— los menos participativos, los más cobardes y los más mediocres profesionalmente hablando, dicho sea con la correspondiente solicitud de perdón para quienes se sientan injustamente aludidos.
Esos compañeros exigían una política de línea dura-durísima, pero cuando se convocaba a una asamblea urgente, a una operación morrocoy o —ya en el extremo— a la firma de un pliego conflictivo con miras a un paro, invariablemente arrugaban feo.
Lo mismo pasa ahora en esta lucha por los derechos históricos de Venezuela sobre la Guayana Esequiba. Muchos de los que se envalentonan desde los teclados de sus compus o sus smartphones ni siquiera fueron a votar al referendo. Calcule usted.
Comentaristas mascaclavos dicen que hay que dejarse de reunioncitas y darse cuenta de que Guyana y sus poderosos aliados (Washington, la Unión Europea, la ExxonMobil, la Caricom con Cuba incluida), nos están montando en la olla. Pero, claro, son gente que no está dispuesta a participar en las acciones radicales que insinúan como las más pertinentes. Entendamos bien: son de esos que en los apagones de 2019 entraron en crisis de nervios por abstinencia de Twitter y WhatsApp, pero tienen los bríos de andar proponiendo desembarcos anfibios y cosas de esas.
El logro de sentarse a la mesa
En la lucha sindical, como en la diplomática, hay que ir paso a paso. A veces, lograr que la contraparte se siente en la misma mesa —aunque sea solo a pegarse gritos mutuamente— es un logro enorme. Casi nunca esos primeros encuentros sirven de mucho en términos de resultados concretos, pero cuando los procesos finalizan, uno se voltea a mirar en retrospectiva y concluye que ese desagradable y aparentemente inútil primer encuentro fue clave para avanzar.
En nuestro contexto actual, la estrategia de Venezuela es, inequívocamente, la del diálogo con Guyana.
Lo es porque la negociación bilateral constituye la esencia del Acuerdo de Ginebra, que defendemos a ultranza como la vía de resolución de la controversia.
Lo es porque conversar directamente es, en muchos sentidos, la alternativa a la vía de dejar que sea la Corte Internacional de Justicia (en contra de la voluntad nacional) la que tome e imponga una decisión.
Pero también lo es porque en el lado opuesto hay una coalición de gobiernos e intereses corporativos que se han trazado el objetivo de presentar a Venezuela como una potencia invasora, para el cual cuentan con las cajas de resonancia de gobiernos cómplices o lacayos, funcionarios multilaterales serviles, la maquinaria mediática y un ejército de influencers y bots.
Esa alianza, en la que se confabulan las transnacionales de la energía y la industria bélica, acaricia la idea de llevarnos a la guerra, algo que para esas dos ramas del complejo industrial-militar-financiero-mediático es el negocio redondo por antonomasia.
Entonces, lo mejor que hace el presidente Nicolás Maduro (que no en balde fue sindicalista y también canciller) es mantenerse en la zona de strike del diálogo, sin importar lo que digan los radicales furibundos de la boca para afuera, pues estos a la hora de las definiciones van a cambiar de discurso y a decir que fue la intransigencia del “rrrrégimen” la que nos llevó a la desgracia de una confrontación armada en la que ellos, por cierto, no van a participar ni siquiera elevando oraciones por los combatientes.
Voces para la galería
Otro componente de la incomprensión de quienes nunca han negociado con un patrono difícil (ni han pasado por un divorcio conflictivo ni por el reparto de una herencia) es el que tiene que ver con las reacciones de los querellantes luego de las reuniones.
Los negociadores que nunca han negociado nada se ofenden porque los voceros de la contraparte salen de las rondas de conversaciones a cantar victoria o a decir que no cederán ni un milímetro. No entienden que una cosa es la controversia en la mesa y otra es el discurso para la galería. Y tampoco parecen entender que una retroalimenta a la otra.
Cuando se comprende esta parte de la mecánica de la negociación, se puede ser más condescendiente con el adversario, permitirle que haga catarsis o que “drene la calentera”, como dijo Capriles (¿o fue otra la palabra que usó?), todo ello a cambio de que sigan las discusiones, de que no se cierre la puerta por completo. Esto ayuda también a pasar por alto las provocaciones y los desplantes.
Por ejemplo, algunos de los extremistas 2.0 resaltaron —como si fuera una horrorosa afrenta— el hecho de que Irfaan Ali salió del encuentro cumbre y se dedicó a mostrar una pulsera que llevaba puesta en la que se observa el mapa de la República Cooperativa de Guyana con la Guayana Esequiba incluida, es decir, tal como quedó luego del vulgar robo de 1899, cuando se llamaba Guayana Británica. Saltaron a decir: “¿Viste?, la reunión no sirvió de nada porque Ali salió de ella mostrando su pulserita”.
Cuando uno lee u oye algo así, lo que provoca decir es “¡Qué gente tan gafa!” (sustituya usted la última palabra por su insulto favorito), porque, vamos a ver, ¿acaso era de esperar que el presidente de Guyana —quien ha tenido una actitud más beligerante que varios de sus predecesores—, saliera de la primera reunión bilateral diciendo que sí, que él reconoce que Venezuela tiene derechos sobre los 159 mil 500 kilómetros en disputa?
Y por otro lado, si la pulsera de Ali es la respuesta a los contundentes documentos históricos que tiene Venezuela para demostrar la soberanía sobre la Guayana Esequiba, más que admirar la astuta y marketinera reacción del presidente vecino o más que disgustarnos por ella, tendríamos que resaltar la ventaja que tenemos en los planos jurídico e histórico, y comunicarla a propios y extraños.
Pactos navideños
Así llegamos al otro caso de negociación en el que se ha visto envuelto el gobierno venezolano, con Estados Unidos como contraparte, aunque con cierta dirigencia opositora en modo comparsa.
Al final del año, luego de varios episodios de altas y bajas, se anunció la liberación de estadounidenses y venezolanos presos en Venezuela y del representante diplomático venezolano Alex Saab, privado de libertad en Estados Unidos.
Aquí nuevamente quienes hemos tenido experiencia en cargos sindicales hemos recordado los tiempos en los que lográbamos un acuerdo sobre la contratación colectiva, el pago de algún beneficio o la reducción de una lista de despidos. Al llevar la propuesta de arreglo a la asamblea de trabajadores, nunca había manera de que el acuerdo fuese aceptado por todos. Y siempre la voz disidente la llevaban… ¿adivinen quiénes?… Sí, pues, los menos participativos, los cobardones, los mediocres y los que luego, ante cualquier coqueteo del patrono, terminaron por aceptar contratos individuales y ponerse al margen de la organización gremial.
En el caso de los “intercambios de prisioneros” ocurre algo parecido. Los personajes ubicados en los extremos denuncian el trato por considerar que su parte fue estafada, que sus representantes se dejaron robar o fueron comprados.
Algunos aseguran que si por ellos fuera no habría negociación alguna, una postura firme y respetable, aunque no muy adecuada para explicar cómo entonces podría lograrse algo de la contraparte. ¿A trompadas, a tiros, a bombazos?; ¿con más bloqueo, más medidas coercitivas, más órdenes de captura internacional?
Otros afirman que si ellos fueran los negociadores habrían obtenido mucho más, en una actitud parecida a la de esos aficionados que meten más goles que Messi, dan más jonrones que Ronald Acuña y saltan más lejos que Yulimar Rojas, todo ello sin moverse de su sillón de ver TV, comiendo cotufas.
Administradores de derrotas
Entre las personas, las personalidades y los personajes que salen a opinar o a buscar figuración luego de un acuerdo resaltan por sus extrañas piruetas de maromeros de circo los administradores de derrotas.
Son esos que sienten que han salido derrotados (o que, ciertamente, lo fueron) y se consideran en la obligación de disfrazar el fracaso, una tarea siempre cuesta arriba.
Mencionemos acá a los que ovacionaron la captura en Cabo Verde de Alex Saab; presionaron a favor de su extradición a Estados Unidos y pugnaron en todo momento para que fuera condenado a una larga pena. Varios de esos individuos aseguraron que, según sus muy altas fuentes, por nada del mundo, el caso de Saab estaría en la mesa de negociaciones.
Cuando se produjo la liberación del empresario de origen colombiano, representante diplomático de Venezuela para el momento en que fue privado de libertad, los mismos sujetos anteriormente descritos han ejecutado toda clase de contorsiones para hacer ver que la entrega de Saab no es, en realidad, nada importante. No se entiende, entonces, por qué le dedicaron tantos esfuerzos y desvelos a la tarea de mantenerlo preso.
[Con esas acrobacias aparentan querer cuidar la imagen de Estados Unidos, país al que siempre pintan ganador, como si trabajaran ad honorem haciendo guiones para Hollywood. Sin embargo, en realidad tratan de no quedar tan mal parados ellos mismos, ante sus fieles creyentes. Pero ese es otro tema].
La narrativa opositora es siempre maniqueista: en ella, los privados de libertad del lado antichavista son inocentes palomas, presos políticos secuestrados por pensar distinto, no importa si cometieron actos violentos en forma pública y notoria o si se robaron los reales que estaban destinados a salvar la vida de niños gravemente enfermos. Al mismo tiempo, cualquier prisionero que sea liberado por Estados Unidos (en este caso, Saab) es un malandro-terrorista-narcotraficante, sin importar que los propios tribunales gringos hayan desestimado casi todos los cargos.
Por fortuna, en este cierre de 2023, la liberación de algunos de los favorecidos generó aprobación y alegría en ambos lados, algo definitivamente asombroso. Se trata de varios ciudadanos que habían sido procesados y penados con una rapidez y una severidad inusuales. Les metieron 16 años de cárcel porque tenían pensado tomar por asalto un cuartel, algo que lució grotescamente desproporcionado, habida cuenta de que a quienes contrataron mercenarios para matar al presidente y a todo el que se atravesase, ni siquiera los enjuiciaron como era debido.
A esas personas -volviendo al tema inicial- se les acusó, entre otros gravísimos delitos, de uno muy extravagante: ser «falsos sindicalistas», y se les castigó por eso, otra ocurrencia realmente muy loca en un país donde un tipo fungió de falso presidente por varios años y no ha estado preso ni media hora.
[Coda: Para no desentonar con el ánimo conciliatorio decembrino, reciban las lectoras y los lectores de este artículo, los que se hayan visto retratados en él y los seguidores de LaIguana.TV, un abrazo de feliz Navidad].
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)