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El periodista José Vicente Rangel ofreció su parecer con respecto al proceso del diálogo que se adelanta recientemente en el país durante el inicio de su programa dominical «José Vicente Hoy»:

 

«Respecto al diálogo el dilema es sencillo: o no existe verdadera voluntad para dialogar o no sabemos manejar la opción. Es la conclusión a la que he llegado luego de observar con atención lo que viene ocurriendo a partir de la instalación de la mesa en el Museo Alejandro Otero con la presencia del presidente Maduro, el representante del Papa Francisco, la Unasur, los facilitadores Rodríguez Zapatero, Fernández, Torrijos y la representación del chavismo y la oposición.

 

Ante todo, ha sido evidente la reticencia de la oposición para participar, lo cual ha marcado el proceso desde su inicio. Y luego, se ha tornado incómodo el desarrollo de la actividad ya que afloran mas las diferencias, acogidas con avidez y júbilo por ciertos medios de comunicación, que el trabajo que se realiza en el seno de las comisiones. Por eso que la versión en la calle es que la mesa esta prácticamente paralizada. Lo cual no es cierto, pero esta versión influye en los impacientes y sirve de argumento a los que están contra el diálogo en el sentido de que lo se hace es una perdedera de tiempo. 

 

Simultáneamente avanza en la opinión pública una sensación de impaciencia provocada por los gestos y declaraciones de algunos participantes en el diálogo. Muchas de esas declaraciones tienen un carácter tremendista. Particularmente las de voceros de la oposición, que utilizan el mecanismo para amenazar con abandonar la mesa de diálogo, fijando arbitrarios plazos para hacer anuncios sobre determinados temas de complejo manejo.

 

Es absurdo, por ejemplo, que en una situación como la que vive Venezuela, se puedan resolver temas delicados en el termino de una o dos semanas, cuando son asuntos que se generaron en el marco de una aguda polarización. Esta actitud en nada contribuye a facilitar alternativas; por el contrario, las entorpece. De igual modo los excesos en el lenguaje, la descalificación absoluta de personas y organizaciones con las que se conversa. Es de elemental comprensión que el empleo de la palabra debe ser cauteloso y discreto cuando existe voluntad de arribar a acuerdos, que es lo que está planteado actualmente. De lo contrario carece de sentido invocar el diálogo, cuya realización práctica exige respeto a normas elementales de convivencia. Si queremos salvar el diálogo y con ello el destino del país, hay que ubicarse con seriedad en el contexto de lo que éste representa y significa».

 

(Laiguana.TV)