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El descubrimiento del sepulcro del faraón Tutankamón desató una avalancha de leyendas según las cuales quienes se le acercaran sufrirían consecuencias y este miércoles se conoció que una funcionaria del Museo Egipcio es la víctima más reciente.

 

Es cierto que la directora de restauración del museo, Ilham Abdel Raham, se lo buscó, por desprenderle la barba trenzada a la máscara del catafalco del rey, que murió a los 19 años por causas aún a debate, hace tres mil 300 años después de su tránsito al más allá.

 

Y peor aún, cometer la imprudencia de pegarle resina epoxi (pegamento o endurecedor) que no se sabe si mortificó a la momia, pero provocó la ira del Ministerio de Antigüedades, que la despachó al Museo de Carrozas Reales.

 

El hecho provocó reacciones, entre ellas la de una ONG ambientalista, que interpuso un pleito contra el museo calificando de “ineptitud” el tratamiento hacia las reliquias.

 

La señora Abdel Rahman no es la única baja en la plantilla: la directora de documentación trató de calmar los ánimos aduciendo que la escultura es una imitación pues la original fue robada durante la revuelta contra el expresidente Hosni Mubarak.

 

Para mayor injuria, de la momia y del ministro de Antigüedades, Mahmoud al Damaty, la funcionaria testimonió que el artefacto original fue a parar a manos de la comunidad judía en Chile.

 

Ahora al Damaty acusa a la mujer de desprestigiar a los arqueólogos egipcios, dañar el turismo y la seguridad nacional, dos delitos muy serios, y anunció que emprenderá acciones judiciales.

 

Sea falsa o verdadera la máscara mortuoria que maravilla a los visitantes del museo, sus ojos impasibles observan los dimes y diretes como diciendo “a mí, ni se les ocurra tocarme”.

 

(Prensa Latina)

 

 

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