viernes, 13 / 12 / 2024

¡Honor y gloria al camarada Díaz Rangel!: Una reflexión sobre la rara virtud de la coherencia

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Escudriño en las redes sociales para ver qué dicen mis colegas periodistas acerca del profesor Eleazar Díaz Rangel, fallecido este miércoles, y termino reflexionando sobre la coherencia, una virtud rara.

 

Para explicar mi meditación debo hacer un ejercicio muy diaz-rangeliano: remontarme a la historia. Corrían los años 80, época aún de Guerra Fría en el mundo, y de amplia hegemonía bipartidista en Venezuela. La Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela era un reducto de ñángaras, palabra con la que adecos y copeyanos solían estigmatizar a cualquier izquierdista. Eran ñángaras los profesores y éramos ñángaras los estudiantes, al menos en nuestros análisis de la realidad, en nuestras consignas para las marchas universitarias y en nuestros casetes (sí, había algo llamado casete) con música de la Nueva Trova o de Víctor Jara.

 

Tan de izquierda era el gremio periodístico que cuando entrabas a él, la gran decisión era si te sumabas al Movimiento Prensa Libre (MPL) o lo hacías a Cuartilla, ambas corrientes zurdas declaradas, solo que el MPL era considerado un apéndice del MAS y, por eso mismo, sospechoso de reformista, descafeínado y blandito, mientras Cuartilla tenía fama de verdaderamente independiente, revolucionaria y mascaclavo.

 

Pues bien, Eleazar Díaz Rangel era uno de los grandes líderes del MPL. Por lo tanto, visto desde la óptica de los cuartilleros (entre quienes quedé incluido) era un señor muy respetable, una vaca sagrada, pero… no lo suficientemente de izquierda.

 

Hagamos uno de esos saltos temporales propios de las películas y ubiquémonos en los primeros años de la Revolución Bolivariana. Veremos entonces un fenómeno extraordinario: resulta que muchos de los militantes del MPL, con Eleazar en posición destacadísima, se alistaron sin medias tintas en las filas del chavismo, resueltos a llevar  la praxis lo que tanto habían teorizado en salones de clase, cafetines y tascas. Mientras tanto, los otros, los que supuestamente estaban más a la izquierda, empezaron a culipandear (perdonen el verbo, pero hay pocos más precisos).

 

Y aquello era apenas el comienzo. Con el transcurrir de los años, mientras se acentuaban las acechanzas contra el proceso político liderado por el comandante Chávez, los “viejitos del MPL”, con Díaz Rangel como uno de sus buques insignia, se restearon con la causa revolucionaria de un modo que hizo pensar en aquel lema (tan ñángara) “patria o muerte, venceremos”. Y los que otrora presumían de ser radicales y ultras de izquierda terminaron siendo radicales y ultras, pero de derecha. Mire usted qué cosas.

 

A lo largo de todos estos años, EDR se mantuvo firme en el lado bolivariano, resistiendo las acres críticas de muchos de sus antiguos colegas de la UCV y de gran cantidad de sus discípulos, buena parte de ellos cuartilleros arrepentidos.

 

También permaneció en el lugar que le dictó su consciencia a pesar de que muchos camaradas (del tipo “más chavista que Chávez”) vaticinaron repetidamente que Eleazar saltaría la talanquera de un momento a otro.

 

No les dio el gusto ni a unos ni a otros. Vivió conforme a sus creencias (periodísticas y políticas) hasta el último suspiro. Es la rara virtud de la coherencia que brilla con su propia luz en estos tiempos de conversos.

 

En el día de su fallecimiento, las redes se colmaron de amargos denuestos e ironías, emitidos a partes iguales por odiadores profesionales de la peor derecha y por personas que dejaron sus ideas de izquierda olvidadas, seguramente junto a sus casetes de Silvio o de Pablo.

 

En contrapartida, las redes también se inundaron de frases de reconocimiento a sus grandes atributos humanos y profesionales. Entre esos atributos yo (que tuve la suerte de conocerlo y de entrevistarlo) quiero destacar la determinación de hablar conforme a sus pensamientos y de actuar conforme a sus palabras, esa extraña cualidad que puede resumirse en la frase “ser de una sola pieza”.

 

Desempolvemos, entonces, una consigna de aquella época en la que todos éramos ñángaras, y digamos: ¡Honor y gloria al camarada Díaz Rangel!

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)

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