Las cosas se van sincerando poco a poco. El centro del gobierno de Juan Guaidó funciona en la embajada de España, que técnicamente es territorio del reino ibérico, pues allí se encuentra el titular del cargo de coordinador, Leopoldo López, quien así viene a ser una especie de émulo de Fernando VII, cuando intentó volver por sus fueros, luego de que los Bonaparte lo habían echado a reales patadas del trono.

 

En verdad, no sorprende a nadie que López sea el jefe y se esfuerce en hacerlo evidente. Siempre lo ha sido y por eso el 30 de abril, lo primero (¿lo único?) que hizo el movimiento golpista fue liberarlo a él de su mansión-mazmorra. Se suponía que eso bastaría para llevarlo en hombros a Miraflores. En esa escena hipotética, que no ocurrió, el diputado Guaidó estaba ya en segundo plano, tal vez poniendo uno de los hombros para llevar al caudillo a palacio.

 

El hecho de que no afluyeran los anunciados mares de pueblo a respaldar al principesco líder obligó a este a pegar la carrera hacia la zona de las embajadas del Country Club y sus alrededores. Terminó recalando en la de España. En las horas iniciales quiso convertir al lugar en la sede del gobierno paralelo, con un enjambre de periodistas siempre sobrevolando la representación monárquica, pero tal parece que Madrid dio instrucciones para  bajarle intensidad al entusiasmo. Actitud lógica, si se considera que los jerarcas de ese «gobierno» habían aparecido posando al lado de unas ametralladoras en una autopista (actitud nada defendible en el plano de la eurodemocracia) y, además, venían de hacer el ridículo con sus errados cálculos de popularidad y su enigmático gusto por los cambures verdes.

 

A pesar de esos tropiezos diplomáticos, es obvio que el plan siguió siendo acabar con la Fase Guaidó del experimento y poner de una buena vez a López al frente del asunto. La solución que imaginaron para liberarlo de su condición de huésped de la legación diplomática hispana fue -según versiones de los organismos de inteligencia- el montaje de una espectacular fuga a través de un túnel. Así la embajada se desembarazaría de ese personaje tan incómodo y él quedaría en condiciones de asumir el cargo que Guaidó le está cuidando desde enero.

 

El plan hollywoodense tampoco funcionó. El gobierno detectó que España estaba trayendo a su embajada a ingenieros expertos en construcciones subterráneas, y no era precisamente para asesorar en una ampliación del metro de Caracas.

 

Ahora todo indica que se ha optado por la opción de dejar a López físicamente en su exilio endógeno, pero ponerlo en primer plano virtual mediante un cargo rimbombante para que pueda hacer alharaca. De esa manera ha sido nombrado coordinador del centro de gobierno, una posición que equivale –según las malas lenguas- a la que tiene Uribe respecto a Duque. ¡Vaya modelo político este que se gastan!

 

Guaidó, sin embargo, no luce tan dispuesto a ceder su condición de «presidente reconocido por más de cincuenta países» (así le dicen las agencias de noticias de la hegemonía mediática para legitimarlo), y menos ahora que la primera dama tiene despacho y todo. Como en una de esas historias de ciencia ficción, el personaje (frankensteinesco o cibernético) se ha creído la historia que diseñó el laboratorio donde crearon su liderazgo y eso lo ha llevado a afirmar que seguirá siendo el «encargado» incluso si llega el 5 de enero de 2020  sin que haya “cesado la usurpación” y la Asamblea Nacional elige a otra junta directiva.

 

Una señal muy clara de que los auténticos jefes de la operación de «cambio de régimen» (los amos imperiales) quieren encargar directamente a López (o algún otro líder de alcurnia), luego de tenerle ocho meses de paciencia al «Obama venezolano» es la declaración del genocida en serie Elliott Abrams, quien ha dicho que EEUU, en unas eventuales elecciones presidenciales, no aceptará ni a Maduro ni a Guaidó como candidatos.

 

Mi politóloga favorita, Prodigio Pérez, no se come el cuento de que EEUU pretende sacrificar al autoproclamado, dándoles la razón a quienes dijeron que era un líder desechable. Para ella, todo es un aguaje, una finta destinada a hacer creer que son un actor justo y equilibrado de un proceso electoral, al punto de vetar gente de un lado y de otro. Quieren darle legitimidad a su injerencismo, a su inaceptable metichismo. No quieren que la gente (de ambos bandos) se pregunte: “¿a cuenta de qué EEUU se arroga el derecho a decidir quién es o no candidato presidencial en Venezuela?”.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)